Wednesday, August 29, 2007

La salvación de la Tierra VI

No contestaba. Trató otra vez. Sin resultados. No había ni siquiera un mensaje telefónico. Un poco más inquieto, la llamó al trabajo, lo que ella le había prohibido terminantemente, no podía hacer o responder llamadas personales en horas de trabajo. Se fumaba nerviosamente su tercer cigarrillo del día, y eran sólo las once de la mañana. Pero a pesar de su ansiedad dudaba en apersonarse a su departamento, mientras la sedosa voz de la recepcionista le informaba que no se había presentado a la oficina por una semana, y no había caso de que insistiera en llamar, porque como estaban las cosas—y aquí la mujer había perdido su compostura personal—no era seguro que la próxima vez que llamara iba a haber un edificio al que llamar, y a lo mejor ya no había ni teléfonos, terminó la secretaria casi histérica antes de colgar. Parecía que la situación estaba teniendo sus efectos sicológicos, lo que siempre pasa en las crisis, pensó J. cuando la verdadera dimensión de las cosas se abre camino trabajosamente en la densa material gris de los procesos mentales de hombres y mujeres, resultando a veces, a medida que la verdadera imagen de lo que está pasando toma cuerpo, en una desesperación profunda y paralizante o en histeria frenética.

Pero ahora, ya más tranquilo y tomándose otro café, con un diario más serio que el tabloide que había leído más temprano, no podía dejar de pensar también en lo casi cómico del detalle con que periodistas y comunicadores se demoraban en la tecnología de los extraterrestres, y la casi más extraña apariencia de normalidad en que la prensa seguía ejercitando sus potestades. Normalmente, en cualquiera situación incluso un poco parecida, incluso el sistema gubernamental que se proclamara más democrático no vacilaría en ejercitar un severo control de los medios de comunicación, pese a que el estado de cosas ya lo había explicado el ecuánime comunicado del Primer Ministro, tan sereno como su inescrutable expresión, por lo menos en la foto del periódico—o falta de ella—, al reconocer, o más bien al hacer público, el contacto inicial con la flota del sistema solar de los rayén—como se transcribía o pronunciaba el nombre que se daban a sí mismos—que había tenido lugar hacía un par de semanas: ellos habían tenido la intención de ponerse en contacto con todos los gobiernos, o las instancias fácticas de poder en caso de no haber gobiernos constituidos, para asegurarles que no tenían propósitos de implementar empresas conquistadoras o coloniales, pero pedían—o mejor exigían, pero no abiertamente—acceso a los medios a su debido tiempo, y ahora estaban abocados a recopilar información sobre el planeta. Pero la parte que le daba vueltas en la cabeza a J. desde la mañana era la palabra ‘individuos’ ¿quería decir que los extrarrestres tenían la capacidad, tecnológica u otra, de recopilar información sobre los individuos?, ¿sobre cuántos y quiénes?, ¿usando qué medios?, ¿tecnológicos u otros?. Estas preguntas sin respuesta, las posibilidades que sugerían, eran bastante para provocar escalofríos.

Pero el Primer Ministro había usado un tono tranquilizador al referirse a la seguridad de los canadienses y su convicción de que las intenciones de los visitantes eran buenas. J. estaba terminando de leer la larga nota con bastante incredulidad cuando se dio cuenta de que la gente gritaba fuera del café. Corrió hasta la puerta, tropezando con otra gente, algunos tratando de salir a ver qué pasaba y otros tratando de entrar. Se oyó un ruido sordo, unos frenos y cristales que se rompían. Un auto acababa de pasar a través de un escaparate casi a media cuadra. Una mujer joven cayó de bruces en la vereda al tropezar con una saliente de la vereda, casi al frente del café. Pero la gente y el mismo estaban paralizados mirando hacia arriba. Una forma semiesférica de aproximadamente un metro y medio flotaba a la altura de las luces de alumbrado público, brillante y metálica, pero con otro elemento de color o pátina imprecisable, su superficie cubierta por excrecencias en relieve, depresiones, incisiones y agujeros circulares, y emitiendo un zumbido.

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Ottawa, Ontario, Canada
Canadá desde 1975, se inicia en los 60 en el Grupo América y la Escuela de Santiago. Sus libros de poemas son El evasionista/the Escape Artist (Ottawa, 1981); La calle (Santiago, 1986); The Witch (Ottawa, 1986); Tánger (Santiago, 1990); Tangier (Ottawa, 1997); A vuelo de pájaro (Ottawa, 1998); Vitral con pájaros (Ottawa; 2002) Reflexión hacia el sur (Saskatoon, 2004) y Cronipoemas (Ottawa, 2010) En prosa, la novela De chácharas y largavistas, (Ottawa, 1993). Es autor de la antología Northern Cronopios, antología de narradores chilenos en Canadá, Canadá, 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, España y Polonia. En 2000 ganó el concurso de nouvelle de www.escritores.cl con El diario de Pancracio Fernández. Ha sido antologado por ejemplo en Cien microcuentos chilenos, de Juan Armando Epple; Latinocanadá, Hugo Hazelton; Poéticas de Chile. Chilean Poets. Gonzalo Contreras; The Changuing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, de Sandra E.Aravena de Herron. Es uno de los editores de Split/Quotation – La cita trunca.

Instalación en la casa de Parra en Las Cruces

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Chile, 2005, Foto de Patricio Luco. Se pueden ver en esta "Biblioteca mínima indispensable" el Manual de Carreño, el Manifiesto Comunista y Mi Lucha

Chile, 2005

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Una foto con el vate Nicanor Parra, candidato al premio Nobel de Literatura