Al comienzo J. pensó que la foto del indiscutible OVNI que cubría casi toda la primera página del diario era una broma o el anuncio de un nuevo producto de alguna de las compañías de telecomunicaciones que componían esa especie de Silicon Valley mini que encerraba parcialmente a Ottawa.
Pero no. Era una noticia de verdad, desplegada sin el más mínimo humor, describiendo simplemente el hecho de que una enorme y cuasi cilíndrica nave espacial se había subdivido en cientos de pequeñas unidades que a su vez se habían fragmentado en una miríada de elementos más pequeños, con forma de lenteja, de no más de un metro y medio de diámetro y cubiertos de pequeñas perforaciones irregulares, simples lentes o caños de absorción y análisis de aire y partículas o nido de visores, perceptores térmicos, infrarrojos, sonares, radares, etc, y otros exactamente iguales pero que emitían unos rayos parecidos a los láser de potencia aún desconocida. Según el periodista científico que escribía la nota, y lo que se permitía que se filtrara al público, esas unidades procesaban información y estaban interconectadas, formando así una verdadera red, una malla bastante tupida que encerraba prácticamente al globo entero, supuestamente coordinada, centralizada y dirigida por una o un número indeterminado de naves madres. Estas semiesferas, o ‘lentejas’, nombre que les daba el articulista, que usaba el mismo término que ya se estaba arraigando en el habla popular, se mantenían en general a una distancia no discernible para el ojo desnudo, pero eran claramente visibles para un telescopio de aficionado y perceptibles como puntos brillantes para un buen catalejo, aunque ocasionalmente aparecían inmóviles contra el cielo, o desplazándose a velocidad y altura variables, sobre las calles de las ciudades, las salas de edificios públicos e incluso en contadas oportunidades el interior de viviendas particulares, al que ingresaban pulverizando ventanas por contacto en diminutos fragmentos, si es que no se encontraran abiertas, seguramente, continuaba el escritor, con el propósito de recolectar información aún no recogida y procesada en un cartografiado fotográfico a escala milimétrico de todo el planeta y el acceso remoto a todas las bases de datos existentes en el planeta.
Nada que no estuviera al alcance, por lo menos teóricamente, de la tecnología en posesión de los terrícolas, y en un gesto de buenas relaciones o para congraciarse con la eventual lectura de los visitantes, acotaba que prefería usar el término’ terrícolas’ o ‘terrestres’ en lugar de ‘raza humana’, porque a partir de la aparición del rostro de un(a) visitante en todas las pantallas de televisión (y que el lector encontraría reproducida en la segunda página de este mismo diario), era claro que los extraterrestres eran tan humanos, sino más, que nosotros. Seguía diciendo que ese sistema no era nada más que un Sistema de Posicionamiento Global (SPG) extraordinariamente sofisticado, combinado con percepción infrarroja y de micro detección/escaneo térmico. Claro está que operaba con suma facilidad, instantáneamente y con un extraordinario ahorro de volumen, y por consiguientemente de materiales, seguramente gracias a una ingeniería molecular que permitía la nanomanipulación de moléculas, el microalmacenamiento y recuperación de información y construcción de dispositivos basados en la misma nanotecnología, nada tan excepcional básicamente, ya que por lo menos la teoría había estado en posesión de los países más adelantados desde hacía por lo menos dos décadas. Toda esta información parecía haber sido entregada en formato de informe por la misma agencia, es decir los originadores extraterrestres, a las diversas partes interesadas de manera simultánea y en muy corto tiempo. El articulista terminaba afirmando que era bastante posible que la presencia de los extraterrestres hubiera sido conocida hacía muchos años.