Monday, December 19, 2011

Universo de espejos

Jorge Etcheverry

Ninguna poza de agua o de líquido o metal que refleja ha bastado nunca para devolverme mi imagen con plenitud. Por eso ya en los albores de mi existencia—ahora nuestra—y después de un breve periodo de introspección que no registran ni mis anales ni los nuestros, me dediqué a dos tareas. Cada día el sol me devolvía con el precioso sentido de la vista el mundo y mis reflejos. Pero quedaba la noche, que borra las imágenes y cierra los párpados. Entonces descubrí en el sueño que las superficies reflejantes ya sean naturales o fruto de nuestra mano no son lo único. Ya sea si los sueños se llenan de imágenes—como nos pasa a la mayoría de nosotros. O de palabras incorpóreas. O de una combinación de las dos, mi propia cabeza, el cerebro mismo que se encuentra encerrado entre las paredes del cráneo es todo un universo de espejos. El ejercicio de la escritura me ha dado nuevos placeres circulares. Mi imagen me sale al encuentro desde la caligrafía y la tipografía. Me corrobora. En algún instante de nuestra larga y múltiple existencia—sin embargo siempre igual a sí misma—pensé equivocado que yo era creación de un dios o de unos dioses a su imagen y semejanza. Y no hace ni dos siglos un hombre barbudo en Alemania dio vuelta las cosas al revés y me dijo que ellos eran más bien mi producto y mi reflejo. Y ahora sueño a los dioses, los celebro, les edifico templos, los describo con palabras o les doy concreción acudiendo a todos los materiales, a todas las técnicas. Pretendo venerarlos. Pero en el fondo todos sabemos que ellos son los que nos reflejan a nosotros. Nos devuelven nuestra propia imagen. Ahora nos levantamos con alivio cada mañana después de soñar sueños cosmogónicos o muy particularizados. Con el placer de reconocerme en el espejo del cuarto de baño me lavo los dientes, me afeito, me peino cuidadosamente, me visto con una armonía rayana en lo que los franceses llamaban rebuscamiento y nos lanzamos entonces a recorrer las calles de nuestras megápolis cada vez más cristalinas, en que escaparates, puertas giratorias y miles de superficies relucientes y lisas me devuelven una y otra vez nuestra propia imagen.
Nos afirmas que ya nos adorábamos en los tiempos de Altamira y Lascaux. Pero recién ahora, en los últimos siglos, y con bastantes problemas, ires y venires, estamos empezando a contemplarnos con un poco de distancia reflexiva—¿ somos de alguna manera esos pájaros que revolotean allá arriba? —¿o que cantan en la alborada, despabilando al mundo, nuestra morada y reflejo? —¿estamos embebidos en nosotros mismos desde que se nos abrió esa flor carnosa y gris al interior del cráneo?. Los animales cuya morfología y señas compartimos sólo se acercan al abrevadero para beber agua, incólumes e inocentes ante su propia imagen que los saluda desde el mundo inverso de las aguas. No así nosotros que nos venimos al encuentro desde esa misma vitrina de la que hablábamos antes. Miremos ahora hacia los espacios siderales y busquémonos para así incorporar al cosmos como broche de oro para esta interminable farándula de espejos.

Sunday, December 11, 2011

La poesía de Jorge Etcheverry

José Jurado

De intensa, pero callada y sin alharacas, puede calificarse la labor creadora del poeta chileno-canadiense Jorge Etcheverry. De aquí que me parezca oportuno el presentar al lector de la Revista Hispano-Canadiense este interesante escritor con un ligero comentario crítico de su poetizar y una cala de muestra fijada en unos breves poemas suyos. Nada más apto, a mi ver, para que el tal lector pueda refrendar por sí mismo los puntos realzados por el crítico como esenciales de su análisis.

Etcheverry nació en Santiago de Chile el año de 1945. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Chile. Perteneció -y muy activamente- al grupo poético Escuela de Santiago. El cambio de régimen político de Pinochet le forzó a salir de su país nativo, exilándose en Canadá. Y, transcurridos unos años, adoptó la ciudadanía de este gran país. En Canadá ha ocupado su tiempo en ampliar estudios de literaturas hispánicas y comparadas en las Universidades de Carleton, Laval y Montreal, en la docencia y, naturalmente, por vocación, en escribir obra creativa: prosa y poesía. Sus escritos han venido publicándose con regularidad en diversas revistas de Hispano-América, Europa y Estados Unidos . Pero de los mismos hemos de resaltar las colecciones de poemas que llevan por título La Calle, Tánger y, por supuesto, El Evasionista, título simbólico y existencial de una serie de poemas que reflejan cabalmente la fuerte personalidad literaria y el bullente mundo interior de este singular poeta chileno-canadiense . Lo que recoge el último elenco antedicho es una parte muy sustancial y significativa de la poesía de Etcheverry: la escrita –si bien no toda ella- en.el periodo que va de 1968 a 1980; esto es, la que muy concretamente puede llamarse su poesía del exilio, con las implicaciones que ello conlleva en el impacto de la elaboración artística de un determinado escritor y, claro está, en el de la obra total del mismo: la lectura de su obra poética posterior a 1968 deja muda transparencia de que Etcheverry está atrapado -fieramente condicionado- entre los trágicos lazos de tal circunstancia vital, sin habérselos podido arrancar hasta el presente. De aquí lo apropiado -a mi juicio- de centrar el presente comentario crítico sobre esta obra suya, ya que marca en la creatividad del poeta un hito definitivo lleno de sustantividad perdurable. Añadamos incidentalmente que, en la selección de poemas que tomamos como eje de nuestro comentario se publica también una versión inglesa de las mismas hecha por Christina Shantz: excelente traducción de un texto extremadamente difícil, en la que se logra captar, no sólo las ideas e imágenes del poeta, sino particularmente su peculiar hálito poético y aún, en lo posible, las vivencias mismas del artista.

Etcheverry -lo reflejan sus poemas- ve, siente y vive su contorno en su intimidad, retirado de la vida social y distendiéndose, en su ensimismamiento, en un ámbito de seres (vivencias, más propiamente) profundos, ya muy al margen de las cosas. De ahí, de ese vivir a solas, con-sigo -extraída la quintaesencia de su yo con la intuición de lo profundo- desborda en su poetizar un chorro de imágenes híspidas, una tras otra, a grandes borbotones, emergiéndolas al plano de lo meramente lógico; pero a menudo en un cerrado u oscuro sentido de percepción discursiva no fácil de penetrar. El poeta va tras la intuición y el agarre prieto de las realidades profundas. Ésas, las insitas en el yo suyo, que no precisan ciertamente de ser conocidas, sino de ser re-conocidas. Así, pues, sin pretenderlo, sin proponérselo, ahí está, en su obra, mostrándosela inconscientemente al lector, la briosa y turbulenta tensión de su soledad, la abierta llaga de la problemática del poeta chileno-canadiense. Etcheverry aparece en esta colección antológica despojándose de la inmensa y espesa masa, neutra y amorfa de los valores profundos que le soportan; echando fuera de sí sus propias vivencias, la desgarrada realidad íntima que le aprisiona. En esfuerzo supremo de erradicarse de sí mismo por la vía de lo estético: El Evasionista. Revelador título el de este conjunto de poesías de exilio. Inconscientemente el poeta aspira a escaparse de sí mismo, a esconderse de su yo en esa interrelación de intimidad con el otro -el lector- a la que M. Buber calificó tan acertadamente con el marchamo de presencia dialogada. Ahí va, tras el fundirse, en el ámbito del ‘entre', en la intersubjetividad con el yo del de enfrente que le vive en la inmersión de sus poemas, de su destapada intimidad. Lo cuestionable es (nos preguntamos como crítico) si el poeta, en ese su tenso esfuerzo por aproximarse al otro, puede llegar realmente al escaparse, al des-garrarse de sí. Pues para tal habría que prescindir de la categoría espaciotemporal del ‘entre’, tan íntimamente unida al estrato ontológico del yo y del tú; con lo que ya andamos a caballo de la torturante aporía óntica del cómo eludir la intimidad del yo en ese movimiento del yo mismo, extravertido hacia el tú. ¿Mediante el poder lógico-síquico de la expresión?, ¿mediante la entelequia de la efectividad de los medios expresivos ínsitos en la palabra?... Y, ¿cómo, por otra parte, reducir a objetividad pensante, a entidad lógica, más aún, a vivencia comunicada (vivencia del yo en el otro) la inasequible inmanencia propia, la superobjetividad de lo íntimo vivido por el yo, en la misma forma e idéntica conjunción coordinativa?... Pero, no obstante, ahí está este Jorge Etcheverry poeta -el evasionista-, en vivo esfuerzo estético, en ánsia vital de eludir su yo torturado, de extra-verter en el otro su propia superobjetividad (es decir, lo que de ella es in-tuible y, mediante tal, a-sequible), agarrado a vocablos y expresiones espacio-temporales de rango meramente empírico, que inciten y susciten precisas, pero difíciles, representaciones, concretas simbologías. Y tras lo empírico, lo estético; y tras lo estético, lo supraóntico: lo existencial. Ciertamente, atajo único posible -si alguno hay- de hacer que el otro logre dar alcance a lo superobjetivo-vivencial del yo de uno. Toda intuición del ego, todo "saber" existencial, necesita transportarse al plano del concepto (trampolín de arranque inicial) para poder ser comunicado, tratándose de poesía o de cualquier otro género literario. Precisa envolverse en el concepto. No cabe otro escape; no hay otro resquicio para evadirse del yo personal, del única y de sobreexcelencia del poeta poeta, esto es, de quien, en verdad, goza del divino carisma de tal (como la del místico) es la de saber codificarse a sí mismo -la del saber transfigurar las vivencias íntimas de su ser- en mágicos moldes estéticos para poderse dar así al ser íntimo del prójimo'; es la del saber sacar a flote del obstruso e inasequible fondón del yo (mónada aislada, única e impenetrable), en armonía perfecta entre la percepción y la expresión, lo allí vivido por sí mismo a solas y en absoluta intimidad, para ser puesto, en generosa e insólita donación, en el no-yo: supremo regalo del uno.

¡Difícil tarea, pues, ésta del saber trans-formar (dar forma, sentido aristotélico) lo intuido en la enclaustrada intimidad del yo y llevarlo al plano de lo conceptual para lanzarlo al yo del otro!. Tal incomprensible comunicación de las propias vivencias mediante el inicial coger con el entendimiento (curo + capturo: concepto), tal esfuerzo por dar estructura de realidad lógica a la intimidad superobjetiva para así poder ser plenamente comunicada -esto es, para así lograr el hacerla sustancialmente "común" con la de otros "prójimos", nómadas también aisladas- resulta ser el más sorprendente misterium creationis del quehacer artístico en la interrelación personal de creador-receptor. Misterio mimético, sí; pero dado, no como simple imitación o copia de lo vivido (¿sería ello posible?), sino como sugestiva y vitalizadora representación o símbolo. En el título mismo de la aludida central colección antológica el poeta chileno-canadiense resalta la evasión como lo más sustantivo de su poetizar; tal vez, intuitivamente y sin haber parado mientes el poeta mismo en la profunda significación filosófica del término escogido: la unicidad íntima Etcheverry, en agonía estética por darse, evadiéndose de sí misma (de poder ónticamente serlo), aspirando a poner lo suyo, ésto es, su ínsita y fiera sustantividad, en el otro del con-torno ¡Inacabable tensión existencial! Tal es lo recogido en El Evasionista (y, naturalmente, por extensión, en la obra subsi-guiente de este escritor): la metáfora, la imagen, los contrastes y aun las contradiciones conceptuales -aristas y filos de quebrado espejo- arriman en el comentado elenco -instrumentos efectivos- intemporalidad y desarraigo a la razón físico-matemática que nos asiste. De todo esto se sirve con profusión Etcheverry, el evasionísta. Derrama su ser, su intimidad en torrentes de imágenes, en mares de contrastes, de contradicciones lógicas: enarbolar espadas, furia concéntrica de los cuervos, escrutabilidad diáfana de los ojos, postrera frescura de los astros, pupilas húmedas de calor, sortear las jarcias, llover fuego... De modo que tal quehacer poético viene a ser un urdido estético, continuo y apretado, de extraños y poco comunes simbolismos. Poesía acre, desarraigada, ácrata, desgreñada. Disconforme con el contorno. Sin apenas palabras de aliento, ni de esperanza. Aliada con el desdén. Más que eso, con el desprecio olímpico del vivir clasicista, montado sobre el interés material. Distintamente apartada de lo accidental (lo superficial, la no-nada, lo intranscendente, lo in-substancial), si bien, de ello arrancada. Con ansia infinita de cosificar, en el molde mondo de la letra, hervideros de vivencias propias; las más, vivencias torturadoras, disconformes. Poesía bronca, híspida, arrítmica, contradictoria en sí misma, multifacética. Sin aparato teatral alguno, sin esteticismos vanos, hueros. Cerebral y cruda. Abundante en transposiciones, distorsionadoras, como recurso óptimo y primario para aproximar al lector al ámbito remoto del ser único existencial del yo del poeta aislado. Poesía, sobre todo, de patente y bien definida unidad estilística, que permite reflejar sin esfuerzo, tras su profusión de símbolos, imágenes y contrastes polimorfos, una vida íntima, extraña y solitaria, intensa y exuberante en riqueza existencial y, más en particular, ciertos violáceos dejes de las amargas secuelas -si bien ya un tanto reposadas- de una vida desgarrada -des-compuesta- por el exilio. Interesante poesía ésta, heterodoxa, pero de inusitada resonancia y de innegable y profunda libertad artística. He aquí su cala:



CATEQUESIS


Atravesemos toda barrera entre nuestros ojos y el objeto viscoso que tuerce sus labios en una sonrisa interior. En un visaje maligno que insinúa una vagina en la tibia sombra.
De ahí salió todo lo que conocemos: Unas gotas de rocío. Cualquier cosa. Un poco de atmósfera que vista.
Un león que imponga sus leyes sobre la aún roja superficie, que asomará sus garras ante la menor infracción. Un ángel de piedra, dispuesto a llover fuego ante la menor blasfemia.
Un pequeño escribiente, ocupado en la misma faena (mucho peor pagado).
Detrás de cada muralla un tentador (o tentadora). Un sapo caliente, asilado en nuestra carne, masca el ala del pájaro cuyo vuelo significa la muerte.
Un hemisferio claro. Un hemisferio oscuro que podemos representar bajo la forma de un gran reptil.
Luego vienen los hombres. Que son unos brutos. Hasta que lleguen unos caballeros togados.


ADVENIMIENTO DEL SUEÑO

Teme la muerte de los sueños.
Teme el cumplimiento de los sueños.
Acurruca tu rostro en el hueco de la almohada.
Espera el día temblando.
Los ruidos se arrastran afuera..
Las estrellas brillan.
Cubra la colcha, como cuando niños, nuevamente el rostro.
Prolonga, prolonga
la harina que se esconde tras tus párpados,
la niebla que gira en tu cabeza en espera del sueño,
que romperá por unas horas
el blando espinazo de tu vida;
que te hará caer por interminables abismos
en compañía de un reloj, que eres tú misma
al lado, discutiendo con tu cuerpo.


El DURO CAROZO

Han segado a la gente como trigales maduros.
Han vaciado a las mujeres como guante dando vuelta.
Han convertido a los cuerpos en infinitos mapas de dolor.
El hambre agrandó la negra pupila de los niños.
Convirtieron en sudor la vida
y el sudor en sal y sangre
y la sangre en nuevas armas
y las armas otra vez en hambre
Han separado los vastos rebaños humanos.
Pero no han podido pulverizar sus vértebras. (La Ca11e , pág. 20)


José Jurado
Carleton University, Ottawa

Monday, December 5, 2011

Avatares de un diario sin nombre

Jorge Etchevery

La identidad ha cobrado por fin el relieve que se merecía no tan sólo en los estudios literarios—el crítico se quita los anteojos y bosteza. Prosigue—sino en las humanidades en general. Y estamos de acuerdo con lo que dice y tomamos nota y pensamos en la paradoja (para nosotros, no en general ni en el mundo. Desde Kant y Heisenberg no es posible predicar a pies juntillas la realidad de lo que nos enfrenta y ya no vamos a entrar en explicaciones) de la así llamada sociedad contemporánea y la pululación de los a medio nacer, a medio perecer, a medio formarse que llenan calles y rincones, se ven reflejados en los escaparates y espejos de las MEGAURBES las MEGACIUDADES. Claman por la identidad sólida que les hace guiños y les muestra las piernas y otras cositas menos nombrables en estas páginas desde las cosas y artículos diversos, prendas de vestir que más les interesan, quizás desde esos mismos escaparates, pero preferentemente desde las pantallas de televisión y cine, de las diversas máquinas nuevas y representacionales—sólo me acuerdo del nombre Ipod, que no sé ni siquiera mucho lo que es ya que no lo uso, por el desdén que proclamo en público hacia este tipo de artefacto, por la torpeza de animal anciano que más efectiva y secretamente me veda su uso. Pero proclamando a quien quiera oírme—no muchos, no todos los que quisiera al alcance de mi voz, de estas palabras, incluso de los gestos y ademanes en que estallaría mi cuerpo todo ansioso de comunicar, de ser visto, de existir, de ser reconocido, de tener en frente no ya desde un espejo este rostro mío que se deteriora segundo a segundo. No ya en la mañana cuando me afeito si es que no he decidido dejarme barba y bigote. Fluido como me voy yendo en esa imagen sólida que me gustaría tener desde hace más de 2 000 años. Qué dos mil. Desde el GENOMA HUMANO ya (casi) establecido por los científicos aparecen esos ojos ansiosos, o su anuncio. No ya en el bus u otro vehículo en que mi rostro se me acerca en ángulo reflejándose a medias cuando miro por la ventanilla—sino desde los ecranes otra vez que así entregan mi rostro que se va convirtiendo en arquetipo, en modelo para millones de espectadores potenciales, sobre todo jóvenes—sobre todo niñas núbiles, que son las que más me interesan en esta mi presente condición de animal que envejece y que cuando abreva en uno de los pocos pozos impolutos que nos van quedando puede ver la imagen de su cara que parece deteriorarse—otra vez—segundo a segundo.

En modelo—no para armar. Dios me libre aunque no exista—sino para

Jorge Etcheverry

La identidad ha cobrado por fin el relieve que se merecía no tan sólo en los estudios literarios—el crítico se quita los anteojos y bosteza. Prosigue—sino en las humanidades en general. Y estamos de acuerdo con lo que dice y tomamos nota y pensamos en la paradoja (para nosotros, no en general ni en el mundo. Desde Kant y Heisenberg no es posible predicar a pies juntillas la realidad de lo que nos enfrenta y ya no vamos a entrar en explicaciones) de la así llamada sociedad contemporánea y la pululación de los a medio nacer, a medio perecer, a medio formarse que llenan calles y rincones, se ven reflejados en los escaparates y espejos de las MEGAURBES las MEGACIUDADES. Claman por la identidad sólida que les hace guiños y les muestra las piernas y otras cositas menos nombrables en estas páginas desde las cosas y artículos diversos, prendas de vestir que más les interesan, quizás desde esos mismos escaparates, pero preferentemente desde las pantallas de televisión y cine, de las diversas máquinas nuevas y representacionales—sólo me acuerdo del nombre Ipod, que no sé ni siquiera mucho lo que es ya que no lo uso, por el desdén que proclamo en público hacia este tipo de artefacto, por la torpeza de animal anciano que más efectiva y secretamente me veda su uso. Pero proclamando a quien quiera oírme—no muchos, no todos los que quisiera al alcance de mi voz, de estas palabras, incluso de los gestos y ademanes en que estallaría mi cuerpo todo ansioso de comunicar, de ser visto, de existir, de ser reconocido, de tener en frente no ya desde un espejo este rostro mío que se deteriora segundo a segundo. No ya en la mañana cuando me afeito si es que no he decidido dejarme barba y bigote. Fluido como me voy yendo en esa imagen sólida que me gustaría tener desde hace más de 2 000 años. Qué dos mil. Desde el GENOMA HUMANO ya (casi) establecido por los científicos aparecen esos ojos ansiosos, o su anuncio. No ya en el bus u otro vehículo en que mi rostro se me acerca en ángulo reflejándose a medias cuando miro por la ventanilla—sino desde los ecranes otra vez que así entregan mi rostro que se va convirtiendo en arquetipo, en modelo para millones de espectadores potenciales, sobre todo jóvenes—sobre todo niñas núbiles, que son las que más me interesan en esta mi presente condición de animal que envejece y que cuando abreva en uno de los pocos pozos impolutos que nos van quedando puede ver la imagen de su cara que parece deteriorarse—otra vez—segundo a segundo.

En modelo—no para armar. Dios me libre aunque no exista—sino para concretizar de acuerdo a mi fisonomía y de manera inconsciente casi algunos de los rasgos faciales y corporales más maleables de esa gente que todavía se forma. Siempre se dice el dicho ése de la tabula rasa aplicado a la prestigiosa conciencia humana ya desde el tiempo de los clásicos. Pero las maravillas de la cosmética, del body building, de los diversos esteroides y otros fármacos, la cirugía plástica y quizás—cosa que no se ha comprobado—la simple introyección moldeante que desde esa imagen y rostro míos que aparecen en esos millones de pantallas chicas o grandes y aplicando la conocida ley de la psicofísica que rige el imperio del GRAN DESEO y el GRAN ANHELO sobre la materia que así se moldea a instancias de las exigencias físicas y mentales que a esas generaciones jóvenes ofrece mi rostro—repito—desde esa multitud incontable de pantallas. ¡Fiiu!.

Thursday, December 1, 2011

Reflexión de gourmet

Jorge Etcheverry

Todos somos unos primates. Los otros animales se lo pasan todo el día buscando comida, abrigo, protegiéndose de que no se los coman y no los maten. Nosotros somos los animales con tiempo libre, la civilización nos ha puesto en posición de crecer y multiplicarnos, gozamos de un prolongado espán de vida, tenemos tiempo libre. Hemos convertido la comida y la reproducción en un arte: la gastronomía y la pornografía son los frutos cumbres, las mayores realizaciones de la humanidad. Hay que convertir a la necesidad en virtud. Todavía olemos, pero nos perfumamos. Nuestras melenas ya no se agitan con el viento, o se aplastan con la lluvia. Nos peinamos. Pero en el seno de las vastas megápolis que permiten el usufructo del ocio el noventainueve por ciento es presa de la angustia. El tiempo libre deja al instrumento agudo de supervivencia que era la mente girando en el vacío, de ahí la droga. Cuando el animal de bluyines o de terno se sienta frente a la televisión para entretenerse lo asalta el pavor y toma cerveza o vino, o se droga. Miles de millones liberados de alguna manera de la brega por la satisfacción de necesidades se inyectan, aspiran o tragan esos momentos de olvido. Ellas me miran, se ríen, dicen cosas en general no muy en serio, de acuerdo conmigo porque en ese momento llega una bandeja con una muestra de tres postres—que preferimos a otras alternativas por que su tamaño permite el disfrute total del alimento sin tener que dejar sobras, desperdiciar comida—lo que es un pecado habiendo tantas bocas hambrientas en el mundo que se multiplican segundo a segundo instadas por los negros pájaros de las religiones más establecidas que como buitres habrán de disputarse en un futuro quizás no tan lejano los jirones de la carne de la humanidad boqueante ya que han contribuido, qué, impulsado casi, a su extinción paulatina y dolorosa. Ni siquiera tenemos el consuelo esta vez de ver cómo los gorriones confianzudos caminan sobre las lozas de la terraza—no estamos en una estación que permita comer al aire libre, por tanto no caen al suelo migajas ni restos—por el contrario, afuera sopla un viento del diablo y en una de estas se larga a llover. Entonces es que reivindicamos el soma de Huxley, no para nosotros familiarizados con las limitaciones orgánicas de la vida y que nos hemos ido yendo desprendiendo de la religión como de capas sucesivas de piel seca que dejan salir por fin a la serpiente con cáscara nuevita pero para algunos repugnante—las grandes mayorías sin embargo—y no estamos inventando nada: una nota que leí el 21 de noviembre de este año que todavía no se acaba—el 2011 para ser más precisos—afirma que un estudio estableció que entre los usuarios de drogas ilegales hay más frecuencia de cociente intelectual alto. No vamos a entrar en los detalles por el momento: el mundo abre sus alas oscuras y sus plumas incorpóreas tocan a los de más alto entendimiento, a los que gozan (o padecen) de más refinada sensibilidad—aquí no hacemos diferencia de credo, color, raza o continente. La misma publicación —un tabloide gratuito proclama en otro apartado que la velocidad del neutrino es una facción más rápida que la de la luz y así se contradice a Einstein—quizás debamos entonces corregir: no se trata de un tabloide, más bien de una publicación pequeña con noticias del mundo de las artes, la política, horóscopo y notas científicas, una gran parte del espacio dedicado a los chismes que involucran celebridades y hechos luctuosos criminales de factura local.

Blog Archive

About Me

My photo
Ottawa, Ontario, Canada
Canadá desde 1975, se inicia en los 60 en el Grupo América y la Escuela de Santiago. Sus libros de poemas son El evasionista/the Escape Artist (Ottawa, 1981); La calle (Santiago, 1986); The Witch (Ottawa, 1986); Tánger (Santiago, 1990); Tangier (Ottawa, 1997); A vuelo de pájaro (Ottawa, 1998); Vitral con pájaros (Ottawa; 2002) Reflexión hacia el sur (Saskatoon, 2004) y Cronipoemas (Ottawa, 2010) En prosa, la novela De chácharas y largavistas, (Ottawa, 1993). Es autor de la antología Northern Cronopios, antología de narradores chilenos en Canadá, Canadá, 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, España y Polonia. En 2000 ganó el concurso de nouvelle de www.escritores.cl con El diario de Pancracio Fernández. Ha sido antologado por ejemplo en Cien microcuentos chilenos, de Juan Armando Epple; Latinocanadá, Hugo Hazelton; Poéticas de Chile. Chilean Poets. Gonzalo Contreras; The Changuing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, de Sandra E.Aravena de Herron. Es uno de los editores de Split/Quotation – La cita trunca.

Instalación en la casa de Parra en Las Cruces

Instalación en la casa de Parra en Las Cruces
Chile, 2005, Foto de Patricio Luco. Se pueden ver en esta "Biblioteca mínima indispensable" el Manual de Carreño, el Manifiesto Comunista y Mi Lucha

Chile, 2005

Chile, 2005
Una foto con el vate Nicanor Parra, candidato al premio Nobel de Literatura