Lo que no leí en el congreso con que la Sociedad de Escritores de Chile celebra sus 75 años, ya que tuve que suspender mi isa al país por razones X. En fin, esas jornadas eran muy prometedoras y estoy seguro que serán un hito
El escritor está en general subordinado al mercado. Ya desde la invención de la escritura la comunicación se extiende y se pasa a necesitar un soporte material para lo escrito, ese objeto deviene el libro que para poder ser leído tiene que circular y entonces entra en un circuito de distribución, llámese como se llame y adopte la forma que sea. En los tiempos modernos la tecnología de impresión permite la producción masiva del objeto libro que entra a circular en el mercado como mercancía. En tanto mercancía se convierte en objeto de manipulación para producir plusvalía, beneficios. Tiene que ser objeto de una demanda, que si no existe se crea para provocar su consumo. Entonces tiene que ser publicitado, sus virtudes se tienen que predicar de la manera más convincente y llegar al mayor número posible de consumidores potenciales. Corolario. Para que la publicidad sobre un libro ocupe tiempo y espacio en los medios de difusión masiva no basta su supuesto ‘interés intrínseco’, sino que tiene que tener potencial como fuente de beneficio para la entidad que lo pone a disposición de los potenciales compradores a que acceden esos medios. Es decir la entidad tiene que contar con numerosos ejemplares del libro que se supone querrá adquirir un porcentaje de los lectores o espectadores de los medio de difusión/comunicación masiva. Otro corolario. Por lo general, en los medios de comunicación masiva sólo se harán críticas de los libros que representen un valor comercial actual o potencial. Aunque la accesibilidad de la forma y contenido ayudan, y podrían ser directamente proporcionales a las posibilidades de venta, esto en principio no se restringe a estilos de escribir o a orientaciones estético literarias, ideológicas, etc. Un texto muy anti sistema y absolutamente a contrapelo de las convenciones literarias vigentes se puede empaquetar y ofrecer para la venta a través de los canales pertinentes, si un empresario está dispuesto a correr el riesgo. Otro corolario será que la crítica tanto a nivel periodístico como a nivel universitario están subordinadas al libro comprable, que circula, a la mercancía libro. Si no el libro en librería, la obra inédita o inaccesible en tanto fuente de otros textos y actividades que a su vez reportan beneficio. Dentro de los atributos valóricos que dan ‘atractivo’ a la obra en tanto mercancía libro, están los que se atribuyen a la obra y al autor en tanto su productor. Así se valora por ejemplo la independencia y autosuficiencia de la obra literaria, su autonomía, su belleza estética según cánones universales, la universalidad de su contenido, su carácter de reflejo fidedigno, la excelencia de los valores que presenta. El escritor deberá ser una figura interesante, problemática, atormentada y romántica, o el prototipo del antihéroe, que se sienta a la vera de la Sociedad y del Sistema y los contempla con mirada crítica.
La obra literaria, así inserta en la circulación, forma parte del universo alternativo que refleja la así llamada ‘realidad’ en forma mediada, ya que el conocimiento humano—según Lucaks, en su versión científica y artística —es estructuralmente mediado. Así, quiéralo o no y por encima y por debajo de todos los distanciamientos, complejidades y simplezas de estilo, el escritor trae a presencia ese reflejo, que en última instancia es revelación y conocimiento. El escritor labora en las filas de los productores de sentido y por tanto tiene una necesidad social al producir referentes que a su vez refieren. Siendo así, su labor y la accesibilidad a su obra, su formación y capacitación debieran funciones capitales de la educación y la cultura. Debido a que no hay lo que podríamos llamar un proceso de circulación social orgánico, ni de la mercancía literaria—el libro—ni de cualquier otra mercancía socialmente necesaria, la difusión literaria es defectuosa con respecto a su demanda—que abarca en principio y en teoría la comunidad social total—y a su oferta—, que comprende a su distribución y sobre todo a su producción. Entonces está sujeta, como los otros objetos de necesidad y como los necesitandos, a la distorsión del mercado, que tuerce los objetos de necesidad y la necesidad en el sentido del ‘provecho’ comercial.
Por otro lado, la literatura forma parte importante de la estructura histórico institucional de la nación estado, el mundo, el continente etc., sus contenidos canónicos o canonizados se pasan en las escuelas públicas, representan el acerbo y carácter nacionales. El sistema filtra los contenidos y valores a trasmitir y el formato del medio según eventuales necesidades pedagógicas, que siendo universales, es decir tratando de obtener la mayor difusión y accesibilidad posibles, imponen normas genéricas, de empaque y presentación etc. que tienden a la mayor simplificación, según los diferentes contextos—un sistema educativo destinado principalmente a burguesías cultas o la nobleza diferirá de uno socialista de educación popular universal. Los formatos de libro, de poesía, novelas o cuentos, ensayos, teatro, con géneros fácilmente reconocibles, bien delimitados y claros, por ejemplo con poemas estilo composición que versan sobre sentimientos o situaciones definidas y reconocibles como propios por la mayor cantidad de lectores— serán otro determinante de estilos, escuelas literarias, manifiestos, políticas culturales, etc. Es decir, ¿Se imaginan por ejemplo al Canto del Macho Anciano en un libro de texto de primer ciclo en lugar de los Veinte Poemas de Amor?. El mercado y las necesidades ‘educacionales’ del sistema determinan los estilos y la crítica.
Así, el espacio de difusión del escritor contemporáneo determina su producción y orienta su estilo y contenidos. En una época de globalización, que implica entre otras cosas la intensificación de la dependencia cultural respecto al centro metropolitano globalizador —el mundo desarrollado anglófono—, y la homogeneidad y simplicidad de las mercaderías y de la transacción comercial, se acentúan las características comerciales del libro. Esto enfrenta al escritor a una disyuntiva. O se escribe para el mercado—que dicho sea de paso significa reconocimiento público e incluso ingresos, por la imbricación de comercialización y comentario/crítica—o se escribe para intentar establecer algo nuevo, para corroer o reemplazar al sistema, etc., impulsos que suelen gatillar a la mayoría de los escritores jóvenes y que implica novedades formales y de contenido cuya comercialización no se puede asegurar, aunque no sea imposible.
Frente a esto los nuevos medios electrónicos y el micromercado son dos caminos posibles. El micromercado, es decir la representación, advocación y difusión principalmente de y en la comunidad—socioeconómica, cultural, etnolinguística, genérica, ideológica, incluso religiosa—, posibilita no sólo la difusión al interior del grupo y fuera del mismo como portavoz, sino que tiene al carácter positivo y concreto de un actuar, de un activismo cultural que viene a aportar algo parecido a una praxis política de los escritores—vaya el ejemplo de Poetas del Mundo, Poetas Antiimperialistas de América, taller Cultural Sur. A su vez, la difusión virtual tiene el potencial de saltarse al mercado, al menos por ahora, y llegar a un infinito imprecisable de lectores. Mientras el sistema no llegue a soluciones comerciales y a una censura eficaz, los medios virtuales tienen la posibilidad de poner en entredicho a la institución literaria tradicional vigente basada en el mercado. Pero a la vez el medio propone sus propias exigencias, como el texto breve y pareciera, la sencillez, aunque nadie impide al autor de corte experimental o vanguardista intentar la difusión masiva de su trabajo en forma antes inédita para él. Ya no hay que tomar un avión para escribir con humo en los cielos de Nueva York.