Pero entre los que miraban los esferoides, aunque su número disminuía a medida que pasaban los días y la gente iba retomando su confianza con la familiaridad que otorga la repetición—algunos los llamaban Huevos de Pascua—, no todos se sentían tranquilos, sino todo lo contrario. Y aquí no estamos hablando de las diferentes instituciones y organizaciones religiosas, marginales o establecidas, que ya estaban proclamando cierto tipo de apocalipsis inminente o diciéndole a la gente cómo estos eventos no hacían más que confirmar sus doctrinas más preciadas, sus más sagradas escrituras y profecías, y cuyos portavoces y coros aparecían en los medios de comunicación de masas, se veían más bien pintorescos, especialmente en las pantallas de la televisión en los boletines noticiosos de las seis de la tarde, pero a veces realmente patéticos, un poco idos e incluso peligrosos si uno se los encontraba de cerca en cualquier calle del centro. Se habían producido algunos suicidios religiosos, aunque menos de lo que se hubiera podido suponer o esperar, dada la naturaleza más y más apocalíptica del clima creado por estos últimos sucesos que venían a culminar ese estado de cosas que en las últimas décadas había ido invadiendo de pavor a grandes sectores del público, radicalizado a las religiones, enfrentado como estaba el mundo al irreversible daño ecológico y las nuevas guerras por los recursos naturales que se avizoraban detrás del horizonte, y cuyo preludio eran las guerras en el Oriente Medio entre los países desarrollados, principalmente anglosajones, y ejércitos musulmanes extremistas más y más tenaces y numerosos.
Se hablaba de algunos ataques no confirmados contra los esferoides, de misiones aéreas en diferentes países o regiones contra las naves más grandes que evolucionaban o se mantenían estáticas más allá del alcance visual, que habían tenido como resultado la destrucción total y casi instantánea de los atacantes humanos. Pero no parecía que los medios de comunicación de masas hubieran reportado estos enfrentamientos, ya que se habría tratado de acciones secretas que habian tenido lugar por parte de los así llamados Países Desarrollados, empleando los recursos aerotransportados más avanzados. Por supuesto que se trataba solo de rumores, nadie les prestaba demasiada atención, ni siquiera las autoridades que supervigilaban el flujo de información, ni a los artículos de tabloides o diarios locales que nadie realmente tomaba en serio, los numerosos mensajes puestos en al internet sobre sucesos, extraños ruidos, batallas amortiguadas y despliegues de tropas que habian sido acompañados por el cierre de áreas completas, barreras en las carreteras, confiscación de cámaras digitales y teléfonos celulares de transeúntes y espectadores, encarcelamiento de periodistas y desaparición de personal de las fuerzas armadas, contingentes completos enviados súbitamente en misiones al extranjero, según algunos en grandes cantidades y reportadas por familiares llorosos a los cuales supuestamente se les negaría todo acceso a información de parte de autoridades y a quienes personeros inidentificables pero que trasuntaban poder habrían recomendado que guardaran un riguroso silencio. Bajo la aparente calma y la orden del día de mantener las cosas como de costumbre se habrían llevado a cabo batallas, quizás grandes combates, usando todos los elementos tecnológicos con que los estados modernos desarrollados podían contar—los apagados rumores del extranjero eran incluso más decidores—y se habrían perdido.