Monday, September 24, 2007

El periplo inverso II

La necesidad de un conductor no técnico ni científico (de las ciencias físicas así llamadas exactas) había sido detectada a las pocas décadas del inicio de los viajes espaciales. El realismo ingenuo de los científicos, no importaba muchas veces su brillantez, no los hacía los suficientemente flexibles para confrontar las alternativas del espacio intersideral, en que parecían reinar muchas veces, o en forma alternativa con las leyes newtonianas o incluso aristotélicas, otras ignotas e incomprensibles, no mensurables ni definibles. El universo en definitiva parecía haber sido diseñado según el principio de indeterminación de Heisenberg, o era más bien nouménico, no había certeza de percepciones y mediciones, no importa cuán exactas y meticulosas, estables y predictibles en su totalidad. No había diseño inteligente ni leyes comprensibles en el espacio interplanetario, como no las había en lo infinitamente pequeño. A la postre era el viejo Kant el que reinaba, ya que ni siquiera la relatividad era constante. Una mentalidad a veces descreída y a medias intuitiva, preparada a la oposición al sistema, los valores establecidos, etc., pero a la vez lo suficientemente versada no sólo en ciencias, sino en filosofía, sicología y mitología era la clave para llenar los puestos de comandantes de travesía. Los candidatos eran buscados y sobornados con altos emolumentos, la anulación de delitos o situaciones problemáticas, ya que muy rara vez los candidatos se encontraban en las academias y centros científicos institucionales. Y así las naves atravesaban el universos incierto guiadas a veces por algo parecido a la intuición, en largos periplos en que la mayoría de las tripulaciones de ambos sexos dormían en sueños inducidos en estados metabólicos cercanos al cero, siendo despertados por turnos para cumplir tareas diversas en la navegación y mantenimiento de las naves que no pudieran efectuar los robots. El que no dormía en esos semiesferoides, o mejor dicho óvalos de aproximadamente 100 metros de largo y unos 50 de alto y ancho, era el Capitán o Comandante, título que no se les había aplicado sin problemas a estos civiles excéntricos, debido a las protestas de las jerarquías militares cuyo poder se veía más y más restringido en una Tierra que dificultosamente se reconstruía y recuperaba de las guerras religiosas de recursos que la habían asolado por décadas. Rodeados de sus libros, viendo películas u hologramas, meditando, cocinando con los elementos disponibles—algunos científicos habían desenterrado la importancia al menos sicológica y quizás más de la Alquimia y sostenían que la manipulación de los elementos tenía un efecto positivo sobre las facultades mentales y metabólicas, incluso extrasensoriales, de los comandantes, cuyo modo de vida al interior de las naves era frecuentemente debatido no sin escándalo en ciertos círculos, algunos muy influyentes, y alcanzaba a nivel del público los ribetes de una leyenda dorada o negra, según donde se situara el opinante. Se rumoraba, y así lo insinuaban los tabloides impresos y virtuales, que en sus prolongados viajes, que a veces se prolongaban meses, o en el caso que nos ocupa, cerca de un año, los comandantes interplanetarios, sujetos a no poder entregarse a la suspensión animada con la frecuencia de los otros miembros de la tripulación recurrían a la pornografía, a las drogas e incluso al sexo con los miembros jóvenes de la tripulación, según su orientación sexual, a quienes despertaban de su sueño con esos fines precisos, aunque en realidad no era posible que una sola persona vigilara todos los aspectos del viaje interplanetario en cada uno de sus momentos y los tripulantes eran despertados de a uno, o de a más para hacerse cargo por períodos muy determinados de tareas concretas, antes de volver a ser puestos en estado de suspensión. En lo que los rumores encerraban algo de veracidad era en la base que suponían. En efecto, el máximo riesgo para la salud mental y física, y por tanto para el desempeño de las funciones de los comandantes era el aburrimiento

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Ottawa, Ontario, Canada
Canadá desde 1975, se inicia en los 60 en el Grupo América y la Escuela de Santiago. Sus libros de poemas son El evasionista/the Escape Artist (Ottawa, 1981); La calle (Santiago, 1986); The Witch (Ottawa, 1986); Tánger (Santiago, 1990); Tangier (Ottawa, 1997); A vuelo de pájaro (Ottawa, 1998); Vitral con pájaros (Ottawa; 2002) Reflexión hacia el sur (Saskatoon, 2004) y Cronipoemas (Ottawa, 2010) En prosa, la novela De chácharas y largavistas, (Ottawa, 1993). Es autor de la antología Northern Cronopios, antología de narradores chilenos en Canadá, Canadá, 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, España y Polonia. En 2000 ganó el concurso de nouvelle de www.escritores.cl con El diario de Pancracio Fernández. Ha sido antologado por ejemplo en Cien microcuentos chilenos, de Juan Armando Epple; Latinocanadá, Hugo Hazelton; Poéticas de Chile. Chilean Poets. Gonzalo Contreras; The Changuing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, de Sandra E.Aravena de Herron. Es uno de los editores de Split/Quotation – La cita trunca.

Instalación en la casa de Parra en Las Cruces

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Chile, 2005, Foto de Patricio Luco. Se pueden ver en esta "Biblioteca mínima indispensable" el Manual de Carreño, el Manifiesto Comunista y Mi Lucha

Chile, 2005

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Una foto con el vate Nicanor Parra, candidato al premio Nobel de Literatura