Blogista de algún modo personal, pero que acepta anuncios, colaboraciones y comentarios de lectores y etcheverroides. Dedicada sobre todo a textos, literatura (eventos, artículos, crítica, metacrítica, etc.), política en sentido amplio--y en el otro-- e ideas. Dirigir la correspondencia a jorgecheverry@yahoo.com o a jorgeetcheverry@rogers.com
Thursday, March 6, 2008
Relatos míos publicados en la revista 'Letralia'
Cuervos
“Cría cuervos y te sacarán los ojos”. Mentira. Más crueldad verás en esa bandada de gorriones que persiguen a picotazos al miembro débil o enfermo hasta ocasionar su muerte. A vista y paciencia nuestra que paseamos por una calle bastante moderna, no te creas. Estoy haciendo un poema largo llamado gorriones —hace años de esto— y ella propone hacer un change and replace y ponerle en cambio Codornices, inglés quail. Los cuervos de un parque en British Columbia le copian a patos y aves exóticas y nadan en la fuente o se sacuden el agua para que les tiren comida los turistas. Negros se remontan con mariscos en el pico junto a las gaviotas y los dejan caer desde lo alto para romper caparazones y conchas y comerse las entrañas. O disputan a los buitres la carroña de incontables animalitos que aplastan los autos en las interminables carreteras del país. El cuervo es el delfín de los pájaros, Francisco dice, desplegando ante nosotros el pavor de la biología. Los pollos recién brotados del cascarón mueren de hambre sin un pájaro al lado del que puedan aprender cómo comer. Los nazis ya estaban empezando a adiestrar cuervos para que transportaran cámaras y bombas como los delfines de los gringos. En la cadena sin fin y circular de la lucha por la supervivencia en este planeta y otros, no somos nada. La naturaleza a lo más es un espejo de nuestros talentos y limitaciones.
Hecatombe
Pobres animales de la televisión, la niña dice desde la sabiduría de (algunos) infantes que miran el mundo desde el no compromiso inicial. A nivel nuestro tratamos de suprimir la presencia de esa masacre en que consiste nuestra existencia misma de carnívoros. El primate humano echó a caminar sobre el lodo, que era rojo y mezclaba la tierra arcillosa primordial con la sangre. En las ciudades se tapa el origen de bisteques, costillares y hamburguesas. Ya no hay carnicerías con hombres de delantal blanco que descuartizan cuerpos colgantes, cabezas de cerdo y vacuno con ojos vidriosos y enormes que nos persigan en sueños. Se venden las partes en envase plástico, selladas al frío en bandejitas de polietileno que acelerarán la corrupción de este ambiente hacia la pureza inorgánica de su contaminación. Peor es nada. Porque esta historia es pecaminosa. Pero no somos creyentes. Ya los niños no son llevados de la mano por la empleada a la feria para escoger gallinas que allí mismo beneficiará el puestero ante su mirada inocente. Cuando uno come carne, después quiere seguir comiendo más y más, uno duerme inquieto, se da vuelta. Digo. Francisco dice que el hombre nació carnívoro, dice además que el sexo masculino es mutación del femenino. Dice otras cosas que prefiero callar. Pero pienso en la horda de gallinas, pollos, codornices, cerdos, patos, seres marinos. Las langostas emiten chillidos al hervirse. Cuadrúpedos, conejos en primera fila, que nos esperarán cuando después de muertos en el mito cristiano nos vayamos caminando hacia las Puertas del Paraíso. Sus ojos nos harán retroceder a los infiernos. Sin mediar espada de fuego. Gracias a Dios que por aquí por lo menos no somos creyentes.
Pintura
Para mí la pintura, el dibujo, las artes plásticas son el camino que no seguí. En la encrucijada de mis dieciséis años vi pasar a una niña alta, pelo negro, perfil acentuado, blanquísima. No me vio. Pero en las horas que siguieron le hice un poema con rima. Traté de hacerle una témpera. La imagen distó del original y de lo que tenía en la cabeza. Cuarenta años después tomé clases para pulir mi técnica y poder reproducir lo “real”, dizque (ahí me aprieta el zapato). La pintora trató de que centrara la atención en lo visto, pero seguí haciendo lo que tenía en la cabeza. Pintaba redonda la parte inferior de una botella porque sé que tiene base curva, aunque en realidad todos la ven derecha, recta. Me dijo “vas a tener que pasar diez años educando la mirada”. Lo que a mi edad es mucho tiempo. “La fotografía liquidó a lo real en la pintura”, le dije. Cerré la puerta al irme. Su olor me persiguió y me sigue en sueños. Confieso que me gustan los impresionistas, que deforman al objeto por el lado de la luz. Me detengo a la vera de las instalaciones, del arte conceptual, que se agota en una sola idea, más al ritmo actual de mis neuronas. Pero siempre tengo a la pintura como el señorón latino mantiene amantes escondidas que visita a veces. Hago afiches para eventos, portadas de libros, dibujos varios, “monos”, como decimos. Trato de vez en cuando diversos materiales y formas, con cuidado, sin pretensión profesional. Porque esta otra terminaría por obsesionarnos. A nuestra edad ya no sabríamos satisfacerla.
Suspensión en el aire
La levitación tuvo lugar frente al vetusto edificio del Parlamento, llamando la atención de los escasos transeúntes de ese día más bien frío y nublado. Muchos lo achacaron a un nuevo truco publicitario, a los charlatanes y juglares premunidos de nuevas tecnologías que parecen capaces de cualquier prestidigitación. Algunos turistas chinos —de Taiwán— tomaron fotos. Se acercó un par de policías, luego se retiraron a sus vehículos en espera de órdenes superiores. Poco a poco se formó un corrillo. Llegó una periodista de la televisión local para hacer una nota breve de unos treinta segundos de filmación. El hombre, a sólo unos cincuenta centímetros del suelo, le pasó una mano que ella al comienzo rechazó con algo de aprehensión pero luego aceptó con una media sonrisa. Ambos se elevaron hasta una altura de dos metros. El interés de la gente aumentó. Algunos que se alejaban volvieron sobre sus pasos. Otros que miraban desde lejos, desde la vereda del frente, se acercaron. Una ligera brisa levantaba la falda de la periodista. Ahora estaban a unos cinco metros de altura y ella sin soltar su mano le indicó ese hecho, demostró cierto temor. No tardaría en despertarse el interés de servicios de inteligencia, de multitudes y de adeptos de diversas religiones. El número de policías había aumentado, estaban notoriamente formando un cerco y se acercaban otros vehículos. El hombre que levitaba le ofreció a la periodista una entrevista exclusiva para el día siguiente, en su pequeño departamento del barrio chino. Los agentes que trataron de seguirlo a él y a ella sentían la imperiosa necesidad de ir al baño. Si conducían, tenían que estacionar los autos para echar una siestecita. Si llamaban por teléfono, olvidaban repentinamente de qué estaban hablando.
El poeta es un pequeño Dios
Eso no es mío, es de Huidobro. Yo soy ateo, por lo menos ahora. Pero no se puede negar que hay una pizca de verdad en el lema del insigne vate. En cada generación de mi familia se han presentado casos de esquizofrenia, empezando con mi abuelo, que en paz descanse, y hasta ahora terminando con una prima mía que sin embargo no ha tenido problemas en casarse, tener dos hijas preciosas y estar ahora viviendo en Europa. Cuando chico, yo dormía muy mal, tenía pesadillas muy seguido, despertaba gritando. A veces me pasaba que me ponía a conversar con gente que me venía a ver en la noche y se sentaba en la cama, como el seminarista o las dos niñas gemelas, que a veces abrían la puerta del velador y se metían las dos juntitas, una al lado de la otra. Para mí eso era de lo más normal, luego me he dado cuenta de que no es tanto. Mi madre me dosificó por varios años bromuro de calcio bajo una forma que se vendía bajo el rótulo de Calcibronat. Cuando le tocó a mi tía, estuvo internada y en ese entonces le aplicaron electroshock. Pero a lo que vamos. Tengo bastante familiaridad con las enfermedades mentales, varios amigos y amigas mías se cuentan entre la gente aquejada que conozco, fuera de mis parientes. En general, son gente muy creativa e intuitiva, y cuando se dan cuenta de que tienen que hacerse un poco los tontos para que no los jodan mucho, son bastante tratables y una permanente fuente de inspiración.
Pero ninguno como Arturo Méndez, que profesa en la literalidad de Huidobro y que cree a pies juntillas que en sus sueños está creando un universo en el que iniciará otra vida una vez que termine con esta. Pero es muy discreto con esta convicción. Hasta donde yo sé, soy una de las pocas personas que saben este asunto. Incluso a mí me parece a veces que me está tomando el pelo. La cosa es más o menos así, en los sueños de los poetas y los creadores, no de todos, en algunos sueños prácticamente todos los elementos aparecen realzados, espacios más grandes, arquitecturas más vertiginosas y colores más vivos. Él soñó esa vez que dice que se le paró el corazón por la diabetes que era un recién nacido y que a su lado yacía un cuerpo ingente de mujer, se trataba del inicio de su nueva vida. Pero no se murió y despertó. Dice que algunos de los lugares, la misma Batôn Rouge donde vive en Luisiana, adoptan una nueva magnificencia, la flora y la fauna pueden ser monstruosas y de una materialidad agobiante. Tiene la impresión de que a veces puede volar, o que se levanta del suelo, levitando. Yo le digo que todos volamos en sueños, que yo mismo hace décadas soñaba ser una especie de ave de presa que se abalanzaba sobre mujeres jóvenes que paseaban por las calles y los campos, despreocupadas, que el vuelo tiene un significado sexual muy claro en el psicoanálisis y que experimentara para que viera que si se corría una paja no iba a volar en sueños, a lo mejor ni siquiera iba a soñar, es decir que iba a caer como piedra en el sueño de los justos. Pedimos más café, es muy temprano para empezar a tomar, aunque a mí ya me esté empezando la tembladera.
Importancia del aire
El verano ya se acaba y con él viene no tan sólo el otoño, con su gama de colores increíbles, pesadilla del pintor y gloria de los fabricantes de postales. Se avecinan ya por la ventana de septiembre las actividades comerciales, políticas y culturales sobre la ciudad como un enjambre de langostas despertado súbitamente por un hambre insaciable. Así es como me había visto de nuevo engatusado, como me habían vuelto a hacer pisar el palito. Me había dejado ir con el calor y la humedad, el florecimiento febril de esta naturaleza siempre a medio podrir, la frecuentación de terrazas y restaurantes con mi compañera, de bares con mis amigos, hasta la gastroenteritis reiterada, parece que ya no soporto por ejemplo los alimentos lácteos. O será el alcohol, o las frituras, o la cafeína. O sinó es que asqueado por la situación a que aludía recién es mi organismo mismo el que se rebela iniciando profundas arcadas. Viendo que no sé distinguir bien el nivel de las cosas, que adopto posiciones extremas y me desahogo lo más pronto posible esos mismos que otrora llegaron quejándose como cabros chicos para hacerme incurrir en pronunciamientos públicos, esos quiltros otra vez se apresuraban a oler el ano de sus maestros luego de que les habían pateado las costillas, por otro lado yo ensimismado en una adrenalina a la vez droga y veneno multiplicaba pronunciamientos morales, caldos de cabeza, tomas de posición olvidando que la justicia es la estatua de una mujer madura, de gris y con los ojos vendados, que vadea un charco. Entonces es que he descubierto nuevamente al aire. Hincho mis pulmones, aspiro y expiro, hago que se corresponda a mi sístole y mi diástole. Me yergo en la noche antes de dormir para ejercicios de respiración, con los brazos abiertos en cruz frente al espejo, tratando de delimitar a mi cuerpo el radio del universo conocido antes de dormirme, pensando en que cuando vaya a ciertas dependencias a buscar el número de una revista llegada del extranjero en que seré poeta invitado me voy a poner una mascarilla. A mediados de octubre voy a limpiar mi sistema a la manera Hata yoga según mi abuelo, ingiriendo una cinta de género para luego irla excretando paulatinamente en un proceso de horas.
(Publicado en el Nº 3 de La Bata del Camaleón).
El secreto de Pedro Armendáriz
La madre de Lou vino de México, era muy bajita, dijo, y eso que él debe andar por el metro noventa. La imagen de Lou inclinado sobre el podio traído de México era todo un símbolo. Comentó en el coloquio que Fox habría tenido problemas para usar el podio. Algunos reímos: montado sobre unas rueditas para su fácil transporte, el podio reacciona desplazándose frente a cualquier aumento de presión, para zozobra del presentador de turno que entonces levanta las manos para garantizar la estabilidad del soporte sobre el que descansan sus páginas. Al fin de la sesión me puse a conversar en la puerta con un señor mexicano. Ahí salió a relucir el nombre de un amigo, con quien hice algunas cosas hace más de veinte años. Sus connacionales en Canadá lo consideran un pionero. Muy involucrado en su comunidad, desempeñó puestos directivos en diversas instituciones antes de mudarse a Montreal. Cuando me contó que el renombrado actor tenía un secreto al que atribuía su éxito, lo tomé como otra de sus historias. Uno nunca sabe si está hablando en serio. Alguna vez amenazó con revelarme el secreto, pero como he escrito cosas que me ha dicho, que juraba que eran ciertas, no le presté mucha atención. La llegada del actor a la industria cinematográfica en realidad fue fortuita. Le llamó la atención a un director mexicano en un restaurante cuando estaba recitando el monólogo de Hamlet. Mi amigo me dijo que el secreto no era una combinación de vitaminas, ni una pócima, ni siquiera el jugo de algún cacto alucinógeno usado por los indígenas. Cuando se lo conté a la Zaira me dijo que era evidente que yo no sabía mucho de Pedro Armendáriz, que no había visto nunca sus películas, que él no hubiera necesitado una fórmula mágica para triunfar. Nica dijo que todas las carreras de las celebridades del celuloide empiezan de manera parecida. Los mexicanos son casi tan nacionalistas como los chilenos, pero creo que tienen más razón (digo yo). El señor con que estaba conversando me habló de la comunidad mexicana en esta capital, de su organización, del cambio demográfico de los últimos veinte años; antes eran casi puras mujeres que se casaban con canadienses, ahora hay parejas jóvenes, bastantes profesionales, mucha gente que trabaja en informática, en gran parte en las firmas bajo el alero del TLCAN. Le dije que había notado el aumento e influencia de la comunidad mexicana. Que yo vivía aquí desde hace más de veinte años y nunca había visto nada parecido. Que rivalidades y diferencias de opinión parecen malograr los logros de nuestras comunidades. Le dije que en una breve visita a México había tenido la impresión de que todo estaba por hacer, había sentido a la vez familiaridad y extrañeza. La sensación de algo subyacente que no podría nombrar. Ya se acercaba la hora de la sesión de la tarde, la gente iba a empezar a llegar al coloquio y ese señor tenía que irse. Me dijo que no era la primera vez que escuchaba a alguien referirse en esos términos a su país, que él estaba seguro de que México ocuparía el lugar que le corresponde en el concierto de las naciones. El secreto consistía en aplicar esa manera especial de los mexicanos de mirar la vida, la muerte, el mundo en general, algo que ciertas luminarias de la cultura y el pensamiento nacionales habían logrado, en especial una figura muy querida del celuloide, cuyo éxito a muchos le había parecido inexplicable, pero entonces su mujer detuvo el auto frente a la puerta del local y él se despidió de mí para montar en el vehículo.
Textos de Jorge Etcheverry semilla de un libro de narraciones breves en preparación
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About Me
- j.etcheverry
- Ottawa, Ontario, Canada
- Canadá desde 1975, se inicia en los 60 en el Grupo América y la Escuela de Santiago. Sus libros de poemas son El evasionista/the Escape Artist (Ottawa, 1981); La calle (Santiago, 1986); The Witch (Ottawa, 1986); Tánger (Santiago, 1990); Tangier (Ottawa, 1997); A vuelo de pájaro (Ottawa, 1998); Vitral con pájaros (Ottawa; 2002) Reflexión hacia el sur (Saskatoon, 2004) y Cronipoemas (Ottawa, 2010) En prosa, la novela De chácharas y largavistas, (Ottawa, 1993). Es autor de la antología Northern Cronopios, antología de narradores chilenos en Canadá, Canadá, 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, España y Polonia. En 2000 ganó el concurso de nouvelle de www.escritores.cl con El diario de Pancracio Fernández. Ha sido antologado por ejemplo en Cien microcuentos chilenos, de Juan Armando Epple; Latinocanadá, Hugo Hazelton; Poéticas de Chile. Chilean Poets. Gonzalo Contreras; The Changuing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, de Sandra E.Aravena de Herron. Es uno de los editores de Split/Quotation – La cita trunca.