Jorge Etcheverry Arcaya
Ya sé con
toda seguridad que los extraterrestres no sólo existen, sino que viven entre
nosotros. Lo que no me atrevo a afirmar en la misma medida es la existencia de
los platillos voladores, aunque hará cosa de unos cinco años vi uno cuando
íbamos en auto con un amigo a una reunión cuyo carácter no viene al caso, no
habíamos tomado nada y él es muy descreído en todos estos asuntos, aunque tengo
la convicción de que es cripto canuto, perdonando la expresión, un neologismo
mío que denota a alguien que mantiene en secreto para su círculo de amigos o en
situaciones laborales su pertenencia a una iglesia protestante, generalmente de
índole pentecostal. La aparición era más o menos típica, tres luces, una roja,
una amarilla y una azul o verde, que se destacaban contra la noche naciente formando
un triángulo. Se la mostré a mi amigo, que manejaba, y se sonrió desdeñoso,
aunque frunciendo un poco más los ojos achinados detrás de las gafas poto de
botella, miró, e intentó una explicación con aire desdeñoso “un avión chico, a
media altura”, y volvió al volante, descartando el asunto. Pero entonces las
luces, que en caso de ser un avión bien podrían haber estado desplazándose
arriba, a varios kilómetros por detrás de los edificios crepusculares, le
hicieron el quite a una torre nuevecita como de diez pisos que estaban
construyendo en la calle Bronson, que era por la que pasábamos y ahí fue que
casi chocamos. Porque era claro entonces que se trataba de un objeto rápido, bastante
pequeño, de unos tres metros de diámetro, que a no más de unos cincuenta metros
de altura, y a una media cuadra, zigzagueaba entre los edificios, y que después
nos flanqueó por algunas cuadras, hasta perderse recto hacia arriba en ángulo
agudo. Mi amigo tuvo algunos problemas por unos instantes para mantener el
volante y los dos guardamos silencio, al menos en ese instante, porque en
realidad era obvio, no había nada que decir…Pero si me preguntan la opinión, yo
creo que por lo menos algunos discos voladores, o mejor hablemos de OVNIs, o
las apariciones que hay sido identificadas como tales, son cámaras de video, o
su equivalente, de un futuro en que ya se aplica la tecnología del viaje en el
tiempo, que por otro lado en la actualidad está disponible pero es carísima y
difícil, además de que lo único que se logra es que desplazan volúmenes
infinitesimales por unas décimas de segundo. Los estudiantes graduados de las
universidades de ese futuro inconcebiblemente remoto, o a lo mejor incluso los
que están empezando y quién te dice los alumnos de secundaria, usan esas
máquinas para ver o registrar el pasado, y aprobar cursos, o pasar exámenes de
historia, hacer los ensayos que les asignan, qué se yo. En eso estamos de
acuerdo con mi amigo, y con otro amigo común que una vez vio en pleno día que
un platillo estaba suspendido a un par de metros en la calle Preston. Claro que
toma bastante y ahora está involucrado en una verdadera batalla campal por su
departamento de un ambiente, cuyo territorio defiende alternativamente contra
ratones organizados o contra enanos invasores. Hace tiempo que no nos vemos,
pero supe por ahí que estaba escribiendo una nota sobre el último libro de Dan
Brown para ver si se la publicaban en el diario comunitario en español de la
ciudad, cosa que veo poco probable, aunque a veces publican cosas como mensajes
producto del channeling. Cuando llegamos al café donde íbamos a tener una
reunión de lectura de poemas y debatíamos si al iniciar la sesión o en algún
momento íbamos a revelar esa experiencia de hoy y en qué términos, ya que tenemos
que mantener cierta credibilidad, había en una mesa adosada contra un ventanal,
el mismo que ostentaba en letras blancas el nombre del local en su parte de
arriba, una familia evidentemente de inmigrantes, difíciles de situar, pero
evidentemente de algún país de los que se denomina eufemísticamente “tercer
mundo”. Los ojos casi amarillos del niño nos miraban con una expresión muy
madura y cauta, como la que tienen ciertos niños, la mujer, de rasgos finos,
ligeramente acentuados inclinaba la cabeza y nos observaba de reojo, la boca
algo torcida en un gesto más bien irónico, conocedor (¿de qué?), mientras el
hombre, también de largo cuello pero que sin embargo parecía transmitir fuerza,
solidez, nos miraba más abiertamente. Mi amigo, que es bastante corto de vista,
no los advirtió, pero a mí se me puso un poco la carne de gallina, con una
mezcla de atracción y temor. Pero por supuesto que estas conversaciones no
surgen en seco. Yo principalmente tengo que haber tomado un poco. Nadie creyó
cuando conté esto en público, que no se trataba de un chiste malo, medio
alemán, como decíamos en Chile de los chistes fomes. Dentro de todo formo parte
de la intelectualidad. No con mayúscula, pero en fin.... Aunque en el diario
latino en que colaboro, que no es el mismo a que refería anteriormente, a veces escribe un señor que habla con los
extraterrestres periódicamente, y le dictan unas cosas llenas de clichés y
sumamente rimbombantes. Claro que, como comentamos una vez, si los
extraterrestres están empezando a manejar el idioma, como en algún momento nos
pasó, o nos pasa, a nosotros, que somos nuevos en estas latitudes, es natural
que se comuniquen en las formas más elementales, es decir en el nivel informal
inculto, como diría mi ex profesor de lingüística, que en paz descanse.
El hecho de
que ese disco volador se hubiera parado
justo en Preston cuando él iba volviendo a su departamento tempranito en la
mañana, o que prácticamente nos hubiera seguido cuando íbamos con el otro en
auto a la reunión, significaba que en una de éstas tenían interés en nuestras
actividades. “Y porqué nó”, decía un chico llegado del otro lado (de Gatineau)
del cual no vamos a dar el nombre, “si tuviéramos que creerle a todas esas
viejujas, esas niñitas que dicen que se las raptan los aliens y se lo mandan
guardar bien guardado, esos fulanos y cabritas que creen que los discos
voladores los van a venir a buscar a ellos, las preciosuras, que claro que se
iban a estar dando el trabajo de crear la civilización aquí en la tierra hace
miles de años para después venir a buscar a esas ricuras, o esa gente que se
cree que los ángeles en patota se preocupan hasta de los peos que se tiran para
tomarle el olor”, pero ahí interrumpió el obrerista del Méndez-Roca qué se
creen, lo que pasa es que toda esa gente, esos sujetos son ciudadanos del
Centro Industrializado y Desarrollado, tienen una idea requeteinflada de su
importancia, fruto además de esa cosa protestante, de relación personal con
Dios, de la privacidad, pero por otro lado sufren además de la alineación puta
madre en sus ciudades. Claro que ahí sí que se enredó porque cómo se puede
hablar a la vez de la alienación de esos pobres diablos y a la vez decir que
tienen una idea inflada de sí mismos. Pero a Méndez-Roca con trago, que se
enoja cuando no le ponen el guión entre los apellidos aunque todos sabemos que
llegó exilado por comunista, se le va la lógica Aristotélica en collera.
Y no es que
no estemos más o menos en el mismo bote. Pero las cosas han cambiado. Una de
las últimas veces que estuve en el país que me vio nacer (cómo estamos), me
acuerdo que el contacto que teníamos para conseguir mota en un pueblo más o
menos grande del sur que no voy a nombrar, me entenderán, era un cabro de la
Jota, es decir la juventud comunista, un activista cultural y poeta joven
bastante conocido. Un amigo mío que me consta que todavía está en el Partido
Socialista de mi país, que no voy a nombrar, así como a mi amigo, no hace mucho
que publicó una novela de búsqueda interior, de mensajeros de un más allá no
tan sólo físico, que te van a arrebatar paulatinamente de esta vida cotidiana
tan fome a un estado superior, quizás a la inmortalidad o a la
superconsciencia, a lo mejor una metáfora de un estado más o menos alcanzable,
pero en fin, eso para decirles, cómo están las cosas.
Y que
todavía a veces le estamos poniendo, le echamos unos cigarritos perdidos, pese
a que ya alguna gente de la generación de uno se desploma fulminada de esto o
lo otro y están empezando a ralear las filas antes apretadas de las cohortes
generacionales, dejándole el lugar a unos jovenzuelos aficionados a la
historia. Al menos es lo que nos gustaría creer. Pero hace bastante tiempo que
conocí a una señora alemana que era teósofa, trabajaba en un diarito que se
publicaba en el sector centro de la ciudad y que me quería legar su cuerpo para
que se lo preservara cuando se muriera. No hay que olvidarse que en mi
generación los movimientos de la izquierda más radical andaban codo a codo con
una cantidad de sectas iniciáticas y cultos nacientes y muchos de nosotros, de
manera implícita o explícita, creíamos en la coexistencia en la cabeza, y a
veces en el mundo concreto de todos los días, de diferentes espacios, casi tan
heterogéneos como los que se encuentran en el mapa abigarrado de nuestra
capital del sur, y eso lo hemos tratado de decir o manifestar en unos intentos
de formulación literaria hace ya mucho tiempo, pero no había mucho interés,
parece.
Pero no nos
salgamos del tema, y mientras uno se levanta para ir al baño y el otro trata de
atraer la atención de la mesera a la mesa de la terraza, yo saco unos de los
dos cigarrillos que me pasó x, cuyo nombre tampoco voy a revelar, y que estaba
sentado solo, en una mesita de otro boliche que queda como a dos cuadras por
este mismo lado, el Creepy’, donde se lo pasa todo el día tomando café, porque
el X no toma, pero que me estiró la mano con los cigarrillos y la tiró para
atrás cuando ya los iba a tomar, mientras me hablaba sobre uno de sus rollos,
ése que tiene que ver con esos extranjeros que han llegado ahora último, con pinta
medio de eslavos, las niñas que no sé qué se creen, todos me conocen en el café
y no me quiso contestar al comienzo, y al final cuando iba saliendo había
tratado de nuevo y le había contestado con un acento pesado que estaba muy
apurada que la dejara pasar por favor, chiquitita y bien formadita, pero con un
desplante casi napoleónico, muy de gente chica, como si lo fuera a atajar, lo
único que quería era saludarla, porque me sentía bien y la encontraba
diferente, eso era todo, pero esos recién llegados no sé qué se creen, y claro
se olvida que aunque llegó hace tiempo él tampoco es de aquí, pero eso le pasa
a muchos que llegan, que al cabo de un tiempo miran para abajo a los que recién
llegan, a los somalíes que se paran en grupos en las esquinas, en los malles y conversan, que no dejan pasar, que son muy
gritones, como si ahora que están aquí quisieran pegarle una patada a la
escalera, para evitar que otros suban a esta balsa, una de las pocas que quedan
a flote en este mundo en que nos debatimos, aunque ya parece que está
comenzando a hacer agua.
Pero esto
no viene muy al caso. El otro día me perdí una reunión bastante empingorotada
que hicieron en el Press Club de la ciudad, se estaba presentando una antología
de lo que aquí se llaman los New Arrivals, gente llegada hace poco al país que
relatan sus experiencias en esta nueva tierra de acogida, pero una persona que
conozco, cuyo nombre no voy a revelar y que estaba presente, me dijo que una
mujer que era la anfitriona oficial parece que le iba a conseguir un
financiamiento para un libro que la susodicha quiere publicar, bastante bueno
yo creo, me dijo que era una mujer bajita, de una tez bronceada, de edad
imprecisable, cuya proveniencia étnica no pudo precisar, pero que tenía un
magnetismo especial, ella misma se sintió atraída por ella y parece que le
pasaba a otros, que prácticamente se le arremolinaban, tenía un acento muy
curioso, como con una resonancia apagada, y parecía consciente de esa sensación
que despertaba en la gente, ya que trataba de pasar desapercibida, de no llamar
mucho la atención, aunque era obvio que tenía un papel bastante importante en
esa ceremonia. Aunque la mujer que me contaba esto tiene una vasta experiencia
en el contacto con lo que así se llaman las comunidades étnicas—alguna vez fue
la presidente del Ottawa Carleton Immigrant Services, se me salió, no pudo
situar su origen ni su acento. Pero yo me apresuré a decirle que eso no era
nada. Yo he vivido en Montreal. Voy a Toronto con bastante frecuencia, y me ha
tocado más de una vez encontrarme con gente que me cuesta bastante situar, en
esas ciudades hay por lo menos decenas de comunidades étnicas, y varias veces
me quedo pillo cuando me toca ver algunas mujeres mestizas bellísimas, de unas
mezclas adivinadas, cuyos productos te quitan el aliento. Viva el
multiculturalismo, aunque no le guste mucho incluso a algunos escritores
étnicos de nota, como el señor Bisonda por ejemplo. Viva Vasconcelos, el
pensador que alguna vez afirmó que la mezcla de razas y culturas que se daba en
el continente americano iba alguna vez a constituir una nueva Raza Cósmica,
aunque hay muchos que no le perdonan otros matices ideológicos al insigne
mexicano.
Y yo
también he visto a veces a esas mujeres chicas, la última vez en un lanzamiento
de un libro curiosamente sobre la Isla de Pascua. Había varia gente bastante
extraña, y una mujer con esas características, que desempeñó un papel
prominente. Pero este tipo de elucubraciones siempre las hago esos días en la
mañana temprano en que me dirijo a tomar desayuno en algún boliche, no muy a
menudo, porque estoy en una edad en que los rollos en la cintura y la sombra
amenazante del colesterol y los rollos en la cintura se agazapan detrás del
horizonte, aunque (toco madera) hasta ahora no han aparecido signos de esas
aflicciones. No hablemos de otros. Por temprano quiero decir a veces las seis
de la mañana, ya que por el mismo factor anterior, la edad, aunque además por
mi constitución nerviosa desde chico, duermo poco, me doy vueltas en la cama
hasta que decido levantarme y salir.