Te escapas para luego aparecer en el ángulo de alguna esquina insospechada, cuando íbamos a comprar el diario que todavía leemos en versión impresa cuando nos tomamos un café. Nunca tuve tu número. Después, hace poco, me lo diste, pero ya no hay teléfonos públicos y todos menos yo andan con celulares. Si me paro a ver algo en algún escaparate creo verte que miras por encima del hombro. Me doy vuelta. Ya no estás. O era otra persona, a veces ni siquiera una mujer
No te escondas para vivir en ese cerro ni en ningún otro. Sale aunque sea sólo por la noche para peinarte la cabellera, para alumbrarlo todo con tus ojos de esmeralda. No te ostentarás en escudos, yelmos ni tapices. Tus damas de compañía iluminarán innúmeras noches con sus cuerpos ardiendo
Inasible te urdes en torno a ti misma como una
trenza rapunceliana, como una doble cadena cromosómica, cuyas hélices abarcan
los tiempos verbales pasados y futuros de esa lengua enrevesada que a estas
alturas ya no me será dado aprender ni menos ejercitar en los trabajos y los
días
Otros nombres más nuevos, otras consejas te
darán otro rostro y te inscribirán en las estelas. Hijas tuyas que a lo mejor
te ignoran. No así yo que te presiento. En estas ciudades de ahora creo incluso
verte