Es probable que la literatura como entidad separable y distinguible por ejemplo de lo que se denomina para literatura, testimonio o documento, no sea en la actualidad más que una reminiscencia anclada a la convención de un nombre, ya que las fronteras que separan la una de la otra se vuelven cada vez más nebulosas. Pero lo que aquí nos interesa es su singularidad en lo que concierne a un país, como por ejemplo la literatura chilena o la literatura canadiense.
El cambio cultural es lento, en gran medida subterráneo y por algún tiempo las antiguas etiquetas siguen adheridas a los nuevos frascos. Aunque a estas alturas ya sea casi un lugar común, habría que hablar de las literaturas. Ya se acepta la defenestración de un cánon literario único y universal, que desde su caída ha pasado a calificarse como occidental, patriarcal, dominante, etc., y ha surgido o se ha manifestado un abanico de literaturas y estimativas en general vinculadas a la edad o a los géneros, a grupos sociales, regionales, culturales, políticos, religiosos, étnicos, de causas e intereses determinados, etc.
Así parece que, aún siendo germinales o preexistentes, adquieran pasaporte las literaturas gay y lesbiana, femenina, feminista, indígenas, regional o sectorial, de clase social. Por primera vez aparece en Chile, junto a la literatura ‘popular’, que tiene el aval histórico político de una forma canónica de la literatura comprometida, otra que muestra y reconoce sin tapujos modos de vida y discursos de la clase media urbana y de sus jóvenes (o ex jóvenes).
Correlativamente, la crítica agrupa a los autores por regiones y provincias, no tan sólo por su pertenencia a una generación determinada, ni únicamente a los autores del sur, como se hizo con la poesía en los 60–70 del siglo pasado, o la literatura exilada cuya existencia no pudo seguir siendo ignorada y que surge a raíz del golpe de 1973, que ya no es exilada, sino ‘de afuera’, de la ‘Región XIV’ o ‘diaspórica’, si se la sitúa en el contexto de otras literaturas exiladas y de la inmigración en contextos no chilenos.
Aunque es dable esperarlo, aún no se da en Chile la situación de la existencia de literaturas trasplantadas, que en los países desarrollados anglosajones produce lo que llaman literaturas ‘étnicas’ y que por ejemplo en Canadá, al menos en ciertos círculos, se denominan ‘literaturas de menor difusión’.
Pero dado el carácter de Chile de enclave relativamente exitoso, si bien no en términos de equidad, de la globalización, y de cabeza de puente de la economía neoliberal, el país se ha convertido en un imán para las poblaciones asiáticas que tradicionalmente emigran a mercados comerciales y para la población de países vecinos más pobres. Es sólo cuestión de tiempo que las comunidades inmigrantes de los países vecinos o del Asia desarrollen sus propios enclaves culturales y también su literatura.
A manera de ejemplo, conozco por lo menos una antología virtual de escritores chilenos árabes, “escritores que son parte de la migración palestina o descendientes de la ‘tierra milenaria’ y otros intelectuales nacidos en cualquier rincón de América, que se encuentra en el sitio del Comité Democrático Palestina – Chile. Y, perdonando el autorreferencialismo, una vez de vuelta a Canadá luego de un encuentro de poetas de la Región XIV, organizado por Chilepoesía, me encontré con el email en que un programa de la televisión vascongado que me quería entrevistar como escritor vasco.
Las literaturas particulares han logrado o están logrando un lugar en Chile en el contexto literario institucional. Ya existen atisbos de una institucionalidad y mercado paralelos, en el caso de la literatura femenina, la más desarrollada y sólida, que cuenta con una incipiente crítica, editoriales y sitios web feministas. También existe actividad editorial, alguna crítica y un cierto sentido de cuerpo en la literatura chilena de algunas regiones en el exterior.
Pero este corrimiento hacia el rojo de la literatura a las literaturas es por supuesto un fenómeno social. De alguna manera, el escritor como individuo, con toda la carga romántica del caso, su excentricidad, malas pulgas, etc., está siendo reemplazado por, o se ve obligado a coexistir con, el autor representativo, que se destaca más que por sus peculiaridades específicas, por el hecho de poder ser percibido como la ‘voz’, la ‘expresión’del colectivo que representa y que, en casos ideales, lo ‘encarna’.
Es más bien un portavoz y su tarea como escritor suele ser inseparable de su gestión pública como promotor del avance de su grupo o de una situación de equidad en la macro sociedad que pueda garantizarle igualdad de condiciones cívicas o libertad de expresión. Por lo menos en el Norte —como se denomina eufemísticamente a los países desarrollados del viejo y el nuevo mundo— no es bien visto que alguien no perteneciente al grupo de que se trate, hable o escriba por él o desde el punto de vista de sus miembros, cometiendo una apropiación cultural.
No es necesario mencionar que en estas nuevas literaturas la dimensión de lo que a ojo de buen cubero se puede denominar contenido predominará sobre la ‘forma’. El distanciamiento se sacrifica al mensaje o se le subordina, ya que de lo que se trata es de retratar un estado de cosas y la situación del emisor literario frente y sobre todo al interior del mismo.
Más bien en las ciencias sociales y sobretodo a nivel de las organizaciones de asistencia al desarrollo del así llamado Norte, al proceso de globalización con su imposición de homogeneidad, correspondería el surgimiento de una especie de afirmación de las singularidades en peligro, la así llamada localización, que sería una especie de polo dialéctico positivo, en tanto movimiento de salvaguarda o inclusión institucional de aquellos grupos, culturas, modalidades de vida e incluso idiomas cuyas características particulares se ven como amenazadas por la simplificación sobredeterminada del sistema de intercambio económico y por ende de las relaciones humanas, patrones de producción y consumo, y modos de vida, que se ven forzados a hacerse más expeditos, o bien a sucumbir o al aislamiento vestigial.
Si bien erigidas sobre una base de intensas luchas reivindicativas sectoriales en el así llamado Primer Mundo, a las que en muchos casos acompañaron al dar sus primeros pasos como escrituras diferenciales, las más importantes de estas literaturas han llegado a obtener una parte apreciable del mercado literario y por ende un cómodo lugar en la institución literaria.
Ese es el caso de la literatura y cultura de preferencias sexuales alternativas, la cultura negra y hasta cierto punto la indígena americana (del norte), que adquirieron un perfil distintivo en momentos en que de alguna manera y en diverso grado se pensaba que para obtener derechos y posibilidades plenos para los colectivos minoritarios o subordinados había que reemplazar el sistema vigente.
Vayan como ejemplo la temática de las relaciones entre marxismo y feminismo y los movimientos afroamericanos de derechos civiles y afirmación política. El surgimiento de literaturas exiladas en el mismo ámbito constituyó un elemento importante, que ya tenía un precedente en la literatura comprometida y combatiente en el caso latinoamericano.
Es así como en Canadá lo que hace unas décadas era una escritura exilada latinoamericana, sobre todo chilena, constituyó el núcleo inicial de una literatura latinoamericana en el país Por otro lado, en un régimen democrático, no era posible afirmar la legitimidad de las manifestaciones culturales de algunos sectores subordinados o minoritarios sin hacerla extensiva universalmente. Así, en los países más institucionalmente avanzados del primer mundo se dieron instancias políticas que apuntaban hacia el multiculturalismo, paralelas al incremento demográfico de las poblaciones exiladas/inmigrantes en la región.
Pero esta tendencia no puede ir más allá de la etapa que se vive en el sistema mismo. Los actores principales y sus instituciones están funcionando dentro del sistema, que proporciona los únicos vehículos importantes de difusión e institucionales.Los diversos sectores marginales, minoritarios o subordinados no secretan una institucionalidad literaria que necesitaría de un mercado paralelo, en general un mercado nicho o un micro mercado.
Entonces, por ejemplo en el caso de Chile, la institución literaria actual y vigente acoge en mayor o menor medida a ciertos autores ‘representativos’ de los grupos minoritarios o subordinados, cuyos representantes y activistas no se plantean una institución cultural paralela, con su propio aparato editorial, su crítica, su distribución, sino que aspira al ‘reconocimiento’ de la corriente principal, cuyas instancias editoriales y críticas escudriñan con nerviosismo los rincones del país para ver si surge un brote nuevo regional, cultural, generacional, genérico, idiomático, para llevarlo a la ‘luz pública’ y la integración a través de la consagración crítica y académica y de su publicación.