Texto en elaboración guardado aquí por problemas con mi cuenta en Yahoo
Jorge EtcheverryComo un personaje de Borges, en el cuento Los teólogos, debiera decir “Esto lo dije muchas veces”, ya que me he referido bastante a este tema, lo que creo no está demás cuando se trata de fijar o comentar la historia de un segmento del así llamado mosaico canadiense en su versión literaria, y un aspecto de la variada historia de la diáspora literaria chilena. Si bien la parte de esta que se establece en Canadá compartió y comparte características generales del fenómeno diaspórico, también se dieron factores, de alguna manera todavía presentes, que le impartieron cierta especificidad. Comparte las características de la literatura trasplantada, están presentes los temas de la memoria, la nostalgia, la comparación o cotejo del “aquí y allá”, la producción textual con diversos grados de anfibología, el intento de preservación y transmisión del acerbo cultural. A esto se suman aspectos típicos de las literaturas exiladas; la denuncia de la situación en el país y o la región, la solidaridad y el activismo político o para político. Tampoco es extraño que la primera literatura chilena transplantada a Canadá y continuada a través de textos fruto de la experiencia de los escritores exilados o de escritores chilenos emergentes en el país, haya mantenido vínculos con la literatura del país exilada en otras latitudes o en la del interior del país.
Lo que es distintivo en Canadá es la combinación de esos elementos, lo que le permitió mantener un cierto perfil distintivo una vez terminada la situación oficial de exilio con el plebiscito de 1989 que instauró de vuelta en Chile la democracia formal. Pareciera por ejemplo que los autores exilados griegos en el país, o de las repúblicas de la ex Unión Soviética simplemente hicieron las maletas y se volvieron a sus países una vez que cambió la situación en ellos. Un factor importante en la literatura chilena en Canadá fue una voluntad temprana de acceder al medio lingüístico y cultural anfitrión, a que ayudaron las políticas multiculturales de los 1980 y 1990. Entre las miríadas de proyectos netamente comunitarios financiados por esas políticas, se pudieron implementar iniciativas editoriales que tenían un carácter específicamente literario. Otro factor fue la imbricación, también temprana, en la naciente literatura hispanocanadiense, principalmente latinoamericana, a la que ayudó quizás a cohesionarse, debido a la presencia de alguna manera súbita y relativamente orgánica y numerosa del exilio literario chileno. Este vínculo con la naciente literatura hispanocanadiense emergente y ya en proceso de establecerse se manifestó por ejemplo en la publicación de una nota de la poeta, traductora y docente Margarita Feliciano en la revista ''Nouvelle Europe'', publicada en Luxemburgo en 1985.
Un testimonio de la incidencia de la literatura chilena en Canadá lo constituyó el ambicioso y no repetido encuentro de autores latinoamericanos, neo canadienses, canadienses e hispano canadienses organizado por Alex Zisman en 1987. Pero estos eventos no se dieron en el vacío y suponen un entorno complementario y de difusión e intercambio. En lo político, hay que tener en cuenta que a fines de los 70, comienzos de los 80 había cierta cantidad de exilados latinoamericanos de izquierda, producto de golpes, guerras civiles y guerrillas fracasadas. El que un segmento más o menos orgánico de la por así decir ‘elite’ cultural y política chilena se exilara en Canadá sirvió para establecer lazos, variables e irregulares con estos exilios. Estuvo la temprana relación con el exilio salvadoreño, que en lo literario dio fruto a la primera compilación bilingüe de poesía salvadoreña combatiente, que fue publicada por Ediciones Cordillera en 1982. Como en el pasado, actualmente hay escritores chilenos involucrados en actividades solidarias en diversas ciudades de Canadá.
La relación entre el exilio literario chileno inicial—en su parte más institucionalizada, , podríamos decir—con la comunidad exilada chilena, es un hecho evidente. El componente cultural estuvo presente en las organizaciones exiladas chilenas—no sólo en Canadá. El exilio chileno conservó el importante papel de la cultura en la izquierda chilena, que tuvo un auge como movimiento social y fue en parte institucionalizado bajo el gobierno de la Unidad Popular, por ejemplo en Ediciones Quimantú, donde habían trabajado algunos miembros del exilio literario chileno en Canadá, centrados luego en Ediciones Cordillera. Este vínculo entre la actividad política y la cultura también resulta por ejemplo en Les Editions Maison Cuturelle Quebec-Amerique Latine en Montreal. Además, los autores chilenos exilados mantuvieron un contacto variable con instancias literarias del exilio chileno mundial, como las revistas Literatura chilena en el exilio y Araucaria. Por décadas, el vínculo con la literatura nacional fue un referente de los escritores chilenos en Canadá, que respecto al ‘interior’ se manifestó en el apoyo puntual a la actividad literaria en Chile, concebida como resistencia cultural. Así, el escritor chileno no se abocó o definió nunca plenamente a una existencia literaria—y existencial—total en el entorno anfitrión. Incluso las producciones más recientes en la corriente principal canadiense, de Carmen Rodríguez y Carmen Aguirre, son obras novelescas testimoniales cuyo referente básico es la situación bajo la dictadura.
El vínculo multicultural en este contexto, basado en la multiculturalidad fáctica de la sociedad canadiense y las políticas para darle cabida, también tiene bases tempranas en la relación con otros escritores canadiense y de comunidades étnicas y medios editoriales anglo y francófonos, y permitió entre otros casos, la publicación de los libros bilingües de Cordillera. En general el papel del multiculturalismo era de apoyo institucional a manifestaciones más bien comunitarias, para la preservación del patrimonio y la integración de las comunidades étnicas, no a instancias específicamente artísticas o literarias, sujetas a otras instancias como el Canada Council. Había un doble nivel implícito y explicable. Pero en todo caso se abría la posibilidad de apoyo para iniciativas propiamente culturales, como las obras mencionadas. Cabe destacar en ese marco las antologías Simbiosis I y II, de Luciano Díaz, que presentaron a poetas y prosistas de diversas comunidades etnoculturales de Ottawa.
La imbricación de los autores chilenos en el medio literario anfitrión, en los entornos anglo y francófonos fue fructífera—valgan como ejemplos algunos libros publicados en las provincias de Ontario y Québec, que más conozco, en editoriales de la corriente principal.,. En Montreal los poetas Elías Letelier y Alfredo Lavergne, los prosistas Marilú Mallet y Jorge Fajardo además cineastas y el dramaturgo y poeta Alberto Kurapel. El autor Leandro Urbina publicó en editoriales anglo y francófonas y Naín Nómez y Claudio Durán publicaron en Ontario en editoriales anglófonas. Este aspecto se manifestó también la publicación en revistas literaria anglo y francófonas y plurilingües, que, otra vez, no se dan en el vacío sino en un contexto que lo posibilita autores chilenos en revistas como Anthos, Arc, Posibilitiis, Canadian Fiction Magazine, Urgences, Ellipse, Antígonish, L'à Propos, Viceversa, Moebius, Canadian Literature, Índigo, Ruptures y L’a Propos, para dar ejemplos.
No se puede descuidar en esta confluencia de elementos el aspecto de la vinculación con el mundo académico. El interés, y solidaridad, que provocó en su momento el golpe chileno facilitó también la recepción en el sector universitario, tradicionalmente más progresista que la población en general y que además incluía a otros escritores castellanógrafos del país. Varios escritores chilenos estaban vinculados a universidades en diversas provincias. Eso a veces facilitó la recepción y difusión de la literatura chilena exilada y sirvió por ejemplo de manera anecdótica a la constitución del grupo de autores ligados a Cordillera (los tres miembros de la Escuela de Santiago en Canadá: Etcheverry, Martínez y Nómez, más Gonzalo Millán, Ramón Sepúlveda y Leandro Urbina). Era un núcleo de escritores, en su mayoría trasplantados con una obra incipiente en Chile. La vinculación académica se manifestó con el tiempo en diversos encuentros—como el citado que organizó Zizman—, eventos y publicaciones, caso que se repitió sin duda en otras ciudades o provincias del país aparte de Ontario y Québec, que se han ido convirtiendo en un elemento en la configuración del espacio y la literatura en castellano en Canadá en general, no tan sólo la de origen chileno.
A esta configuración del perfil de la literatura chilena en Canadá, con su preponderancia de la poesía—la prosa, y más la novela, necesitan más tiempo para su incubación—se agrega la presencia fortuita de una agrupación neo o para vanguardista de fines de los 60 chilenos, la Escuela de Santiago. Este grupo estuvo involucrado en Canadá en el activismo cultural literario y el aspecto editorial. Como suele suceder con intelectuales y escritores de izquierda, participaban en organizaciones progresistas y de solidaridad paralelamente con la creación literaria y el activismo cultural. Los primeros libros más institucionales del exilio chileno literario—por ser bilingües y producidos por una editorial chilena exilada, fueron los de estos autores, que presentaron al público canadiense poetas inhabituales que eran comprometidos, pero tenían un lenguaje de vanguardia, creando una suerte de tradición de poesía trasplantada chilena de vanguardia, parcial y de cierta duración. Terreno en cierta medida abonado por la presencia del poeta surrealista chileno Ludwig Zéller, ya en el país. Esto creó cierto espacio en la magra recepción de la poesía transplantada chilena traducida al inglés, para una expresión con matices neovanguardistas, patente en alguna crítica y extemporánea a las literaturas producto de la inmigración y sujetas principalmente a los avatares temáticos de la precariedad e inestabilidad identitarias.
Pareciera que en general las literaturas trasplantadas no optan experimentar o ser vanguardistas programáticamente, lo que agregaría otra fragilidad a la identititaria—ya que la vanguardia es institucionalmente marginal incluso en la cultura original. Así en general las literaturas transplantadas tienden a seguir los modelos más tradicionales de la cultura originaria, y cuando aparece el experimentalismo es más bien un resultado de las contradicciones y solicitaciones del nuevo entorno, pero no tiene el carácter programático, relativamente presente en la Escuela de Santiago, que incide así en parte de la literatura chilena en Canadá proporcionado gran parte de su especificidad.
Esa poesía—género antonomásico chileno, tanto al interior como el exterior—tuvo cierta acogida en el ámbito chileno, aparte de la de Gonzalo Millán, poeta con trayectoria definida en Chile. Quizás, por tratarse de autores que pertenecían a una agrupación ya registrada en la institución literaria chilena como grupo de los 60, junto con Gonzalo Millán, cuyo importante poema libro La ciudad es de alguna manera vanguardista. Lo cierto es que el realismo, socialista o crítico, de la gestión cultural-de la izquierda chilena—quizás no programático—se rompió en el exilio, y se aceptaron diversos discursos en la variedad de la solidaridad y el progresismo, dando cierto espacio por ejemplo a parias del pasado, como la Escuela.
La parte comprometida se concretiza por ejemplo en el taller Sur que aún dirige el poeta chileno montrealés Tito Alvarado, gestado en 1989, y que es una organización mundial de poetas y amantes de la poesía en pro de la paz. Y está la iniciativa editorial—virtual y en papel—progresista y revolucionaria basada en Canadá y dirigida por el poeta Elías Letelier, Poetas Antiimperialistas de América, que junto a poetas canadienses, latinoamericanos y chilenos del interior, incluye, además de patrocinar una gama impresionante de revistas literarias virtuales, a poetas chilenos en Canadá.
Todas estas instancias o aspectos en que se ha diversificado la literatura chilena en Canadá se mantienen sin embargo de alguna manera conectados. Pese a sus adscripciones diversas, fluctuantes y muchas veces simultáneas, los escritores de origen chileno en general tienden a verse como tales, pese a la relación más o menos oscilante y conflictiva con el ‘interior’. Además los dos premios Nobel de poesía y la sensación de que debiera haber otros, el reconocimiento internacional de figuras del calibre de Bolaños y la Allende añaden a los elementos normales de adhesión a la cultura del país originario. La pertenencia—aunque problemática—a la literatura chilena, con grandes figuras en el extranjero, y otras reconocidas internacionalmente (como Ariel Dorfman y Luis Sepúlveda), agrega un estímulo a este sentido de pertenencia, aunque sea problemático, a la literatura de Chile. Esto es preferible a ser parte únicamente de una literatura ‘étnica’ en un país cuya literatura principal no goza de un reconocimiento internacional parecido a la chilena. Eso pese a los problemas de la relación con ‘el interior’, que muchas veces tiende a excluir la obra producida en el exterior que no es la de autores ya consagrados, lo que no obsta para que la presencia de la literatura chilena hecha en Canadá sea mayor que la de la diáspora de otros países. Por otro lado, es discutible que en esta época globalizada—guste o no—y de abolición de las fronteras físicas nacionales y de la misma publicación tradicional por los aún relativamente nuevos medios virtuales, la literatura se pueda restringir a lo que se produce al interior de cualquier país.
Como escribo en el prólogo de una antología de poesía chilena publicada recientemente en Estados Unidos, y que en realidad es u esfuerzo conjunto mío y de la poeta Mariela Griffor, y terminar con un colofón poético de un poeta chileno fallecido en Suecia “Los medios virtuales y las TIC (tecnologías de información y comunicaciones) también han alterado la conformación, territorio y parámetros de las literaturas ‘nacionales', haciendo difícil que uno pueda referirse como nacional solo a lo que se escribe en el interior de las fronteras físicas de un país determinado.. .
La internacionalización de la literatura y poesía chilena se ha visto acentuada por la realidad de la globalización con sus migraciones y desplazamientos masivos y diversos. Pero ha sido el curso planetario que ha adquirido la poesía chilena desde el éxodo casi masivo por el golpe, el retorno parcial de sus poetas y la resistencia poética al interior, lo que estableció vasos comunicantes con los idos, lo que ha influido de manera por el momento imprecisable (para mí) en la futura imagen y contorno de este "enorme animal impuro" que es la poesía chilena, cuando a veces amodorrado digiere todo este variado alimento. Quedémonos y despidámonos entonces con un momento de encuentro en un lugar remoto, que se hace vivo y consustancial en la palabra de un poeta que nos ha dejado recientemente:
NOCTILUCASCarlos Geywitz
La veo allí,
entregado el rostro a la ventana,
sin más pintura que los ojos ausentes.
Me acerco,
le pido un último cigarro
y observo la línea imperfecta de sus labios.
Nada más que al pasar
el rictus insinúa
historias de disueltos pasajeros.
El pulso de esta noche
amenaza rayar
las paredes de mi corazón.
Dejamos el bar,
partimos luminosos a amarnos,
a intercambiarnos las angustias
sabiendo que el amanecer es inexorable.