¿Para qué las artes en general?. El arte es
una representación de la realidad. Los intentos que en su rebeldía –como la
pintura abstracta—bregan para superarla, así lo testimonian. Representar la
realidad, o lo que se cree esencial de la misma, según el caso, se combina con
el impulso a hacerlo. Ya sea que se trate de un imperativo que se enmascare
bajo una necesidad o compulsión social, ideológica o religiosa, siempre se
trata de un impulso individual a hacerlo—desde ese punto de vista, toda arte es
de alguna manera lírica y volitiva—hasta que las inteligencias artificiales del
futuro desprovistas de ego se propongan la mímica de esa actividad humana
Todo conocimiento es representativo, ya que es
necesario que aparezca como algo real, aunque se pueda definir esto real como
convención, como una realidad más allá de nuestras percepciones, como una
distorsión de nuestras percepciones o como una emanación del sujeto, etc., que
en cada caso pasan a ser lo real. Para
poder conocer, conocernos a nosotros mismos, la realidad, etc. de una manera
válida, necesitamos que de alguna manera se sobrepase el nivel del puro
aislamiento y la autosuficiencia solipsista. Si lo que se conoce no se
representa y adquiere una cierta objetividad que también puedan percibir otros,
u otro, o el universo humano, no hay acreditación de ese sentimiento o
conocimiento. En los seres humanos pareciera que no es posible el conocimiento
sin la representación, artística u otra. El mismo sueño de los chamanes, como
palabra de dios, o en el caso del psicoanálisis proveniente del inconsciente,
ya nos coloca de alguna manera como espectadores de ese mismo sueño, que se
anota, descifra, interpreta o analiza
La representación conlleva la contraposición
de espectador y espectáculo, frente a frente. El valor de la representación
reside en su presencia como objeto—material virtual o imaginario— al frente de
uno. Mientras más objetiva, menos ligada a una persona u otra, o mejor,
mientras más ligada potencialmente a la totalidad de los seres humanos, es más
válida y creíble, es decir más general. Así, los productos artísticos o de
intención artística comparten la objetividad con que se presenta el objeto
representativo en general. Pretenden no estar ligados a una persona o colectivo
originante sino que implícita o explícitamente se quieren universales. La
expresión más personal necesita de alguna manera poder hacerse universal,
potencialmente análoga a lo que sentirían todos los seres humanos. Así
presuponen implícitamente un público colectivo, que idealmente abarca, como se
decía, a todos los seres humanos.
Así, el poema pretende intencionalmente o no
esa universalidad, implícita o explícitamente—y es una presuposición básica ,
ya que aunque sea poesía femenina, aborigen, comprometida, etc. se quiere
universal—aunque se presente como una pura expresión de sentimientos o ideas
explícitas de un ‘yo’ o colectivo determinados.
Respecto a la poesía, su diferencia con la prosa
es a la vez intencional e institucional y objetiva. De partida porque el autor
o el medio de difusión la presenta y contextualiza como poesía—en el caso de un
artefacto parriano uno se podría parar con un micrófono en una fiesta y decirlo
como chiste. Es la parte social, institucional, contextual e intencional,
volitiva. Los poemas épicos de muchos pueblos eran considerados historia,
crónica o cosmogonía, o todas esas cosas juntas
En principio, la poesía es más inmediata que
la prosa en su situación de lectura o escucha, es más breve que la prosa, al
menos en los tiempos modernos. La prosa, por convención, es intencionalmente
detallada, descriptiva y en los tiempos modernos se quiere fiel a la realidad.
La prosa tiene un supuesto de veracidad, sobre el que se construyen sus
alteraciones. Se supone que se refiere al mundo real, cuyo despliegue detallado
ofrece el marco para la narración de aventuras, fantástica o experimental, e
incluso para una factible antinovela.
La poesía, en esta división del trabajo
vigente, se supone libre de la necesidad de referirse fielmente al así llamado
mundo real y como siendo territorio de la expresión—aunque necesita
forzosamente de los elementos de lo real, lo que se dice de un correlato
objetivo. A esa expresividad se le denomina la lírica. La división de trabajo
asigna a la prosa la autoridad de lo verdadero o que se pretende serlo de modo
distinto al de la poesía, aunque su diferencia básica reside en su modo de
composición y su forma y tiempo de lectura, así como al formato de su
presentación. Ambas formas tienen por así decir efectos en la realidad social y
cultural que las producen: al leer Las
desventuras del joven Wherter, de Goete, muchos jóvenes sajones cometieron
suicidio en la época romántica y Rushdie recibe edictos que lo condenan a
muerte. El reciente poema de Ghunter Grass despertó una polémica mundial y
figuras de poetas como Lorca, Neruda, Guillén o Pound se hicieron símbolos.
En los límites de estos géneros, o en
situaciones inter o para genéricas, las presuposiciones entran en juego. Hay
casos de poemas en prosa o relatos breves que se pueden considerar como prosa o
poesía. En última instancia lo que
decide es si el texto se presenta o percibe como prosa o poesía.
En el caso de las artes, y de la representación
o mediación artística—es decir de su presentación como tales por el autor o las
instancias de su distribución—se manejan elementos finitos de la objetividad de
imágenes o palabras. La comunicación implica el uso de elementos universales:
las palabras son de uso común y tienen significados y referentes más o menos
fijos, lo que posibilita la comunicación.
La poesía usa un lenguaje que es un acerbo
común, cuyo uso tiende a desgastarse y a hacerse habitual. Lo que en un momento
resulta novedoso, atrae la atención y muestra un aspecto inusitado, pierde esa
calidad, por necesidad se hace manido, en virtud de la reiteración y repetición
que justamente hacen del lenguaje un instrumento de comunicación, un conjunto
de términos aplicables a objetos y situaciones análogos en variadas
circunstancias. De ahí que para conseguir ser percibida, notada, y por ende sus
referentes internos (yo) y externos (mundo), la poesía—y las artes—necesitan de
la alteración, la distorsión, la mutua fecundación de diversos campos
genéricos, discursivos y textuales, las imágenes—poesía visual—la actuación
performativa, etc., en otras palabras, de lo inhabitual que por algún momento
atraiga la atención, para luego volverse a sumir en lo habitual y cotidiano. Lo que no quita que la misma reiteración de
palabras e imágenes pueda ser de alguna manera un valor en sí, así como lo es
en los rituales religiosos, indicando a la cofradía de los creyentes—religiosos
o no—la pertenencia a un grupo o adscripción comunes.
Jorge etcheverry, Ottawa, Canadá, mayo de 2012