Jorge Etcheverry
Dado que yo mismo practico o en buen cristiano hago poesía, prosa, crítica, artículos sobre cultura, literatura, política, algo de plástica, lo que se llama crónica, con mayor o menor éxito, pero dentro de lo que se entiende más o menos por esos términos, me llama la atención el hecho de que el poeta sea más y más un portavoz o un vehículo de las posiciones, ideologías, programas, denuncias, reivindicaciones, condenas, alabanzas, absoluciones, santificaciones y demonizaciones, etc. provenientes de políticos, periodistas, sociólogos, culturólogos, líderes, la institucionalidad de países enteros, iglesias y cultos, la ciencia, etc.—muchas veces causas tan justificadas como loables, como la paz, la preservación del planeta, la autodeterminación de las naciones y los derechos humanos. Todo del uno. Pero quizás será por la compartimentación de papeles y funciones de la sociedad capitalista productiva—características que como otras a las finales se impusieron por el impulso ciego de la especie para reproducirse y comérselo todo—no se ven muchos poetas ambidextros que operan en la producción de las ideas a la vez que su difusión y carnalización a través de la poesía. Por eso cuando veo por ahí la nota crítica de un poeta sobre un libro, una incursión del poeta en la reflexión política cultural, ecológica, etc. no puedo negar que eso me encanta. Está bien expresar las cosas, expresarnos nosotros, dar voz a lo humano genérico—aunque ahí no termine la poesía, aunque quizás lo otro un poco más allá o más acá o al lado, a lo mejor ya es otra cosa—pero no inferir que por eso el poeta es tonto, ya que eso significa recoger esa tradición que jerarquiza las partes de la psique y adjudica al pensamiento—masculino y solar—una posición superior al sentimiento y la expresión, cosa de mujeres y lunar. Pero ya nos estamos yendo un poco por las ramas.