Saturday, February 21, 2009

Estrategia

Jorge Etcheverry Los contertulios esa noche, con unos tragos de más, hicieron más burla que de costumbre de esa capacidad mía de ver cosas, de presentir sucesos, que trato de mantener oculta y me granjea la admiración de unos, la desconfianza, temor y sarcasmo de los más. Estaba pensando que sólo mi linaje, familia y fortuna me separaban del ostracismo, cuando comenzó a caer desde lo alto, suave y silenciosamente, un aluvión de plantas que se depositaban lentamente como copos de nieve. Al día siguiente salí temprano, me las encontré por todas partes, las observé minuciosamente. Eran como cactáceas, pero sin espinas, de hojas grandes, gruesas, viscosas. Cubrían innumerables toda la extensión hasta el horizonte y desprendían un sutil aroma, no del todo desagradable. Tratamos de destruirlas por todos los medios a nuestro alcance, pero ni el fuego, que todo lo consume, logró exterminarlas. Después ser lamidas por las llamas se consumían secretando una savia líquida y se secaban. Pero sus raíces se ramificaban en hilos casi invisibles, se arraigaban firmemente a la tierra, y sobre ellas volvían a aparecer al día siguiente. Pero somos un pueblo tenaz, acostumbrado a la adversidad, sobre la que se levanta nuestra presente opulencia. Quemamos las plantas, una y otra vez. Un día la aurora no alumbró sus hojas rígidas y gruesas sino la yerma vastedad. Pasó el tiempo, vino otra estación y comenzó a brotar un pasto tupido y fragante, claro y fino. Se aproximaban los hombres, unos con sus caballos, otros con sus vacas u ovejas, para que pastaran. Otros simplemente lo cortaban y lo dejaban secar para rellenar cojines y colchones, y aún, los más pobres, para apilarse un jergón en un rincón de sus chozas, o a la intemperie. Pasaron semanas, acaso meses y entre los finos tallos comenzaron a brotar pequeños granos pardo verduzcos, que una vez maduros, amarillentos y numerosos, llamaron nuestra atención, ya que la dura geografía de estas tierras hace que siempre estemos atentos ante la posibilidad de cultivar un nuevo grano que nos sirva de alimento. Muchos entre nosotros provistos de hoces lo cosechamos, llevamos y almacenamos la paja, excelente como combustible y para combinar con barro pues formaba resistentes adobes. Las mujeres trenzaban sombreros para los campesinos, toldos, y el entramado de sillas y taburetes. Diestras tejedoras urdieron resistente fibras de los tallos, tejieron prácticos y finos tejidos de diferente espesor. Ese pasto, aún no bautizado, parecía ir aliviando toda necesidad, no siendo mejor para una cosa que para otra, aplicándose a muy variados usos con parecida eficacia. Invadía los ambientes en sus diversas formas, pero su peculiar matiz verdoso era siempre reconocible a través de sus múltiples disfraces. Yo me sentía inquieto. Cuando miraba como al pasar esa extensión verde dorada y ondulante en el crepúsculo, me parecía ver las hojas obscuras. Los fines de semana los parientes y amigos nos juntamos en la gran casa familiar y bebemos un nuevo vino rubio que destilamos, mejor que todos los vinos antes producidos por manos humanas. Si miro en forma casual, me parece ver las hojas de las plantas en el manto de las mujeres, flotando en el líquido de las ánforas, envolviendo el pan negro y blando, lacias sobre los muebles, reptando por las paredes. Sorprendido, esbocé caprichosamente una teoría: el mejor invasor es el que viene porque lo necesita el invadido, que instala al invasor en su casa y se acostumbra de tal modo a él o a ella que ya le son imprescindibles. Esta idea me daba vueltas en la cabeza, me divertía, y decidí usarla en una de esas polémicas por las que nos conocen los pueblos vecinos y a las somos tan aficionados. Me divierte ver la cara de mis interlocutores cuando hilvano y despliego mis argumentos, que me gusta meditar para producir perplejidad. Me acerco al salón principal, donde habla la mayoría de los invitados. Miro regocijado por el ventanal el pasto que ondula, una alfombra casi dorada más allá de las últimas casas del pueblo, regocijándome por anticipado con la discusión para la que me servirá de tema.

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Ottawa, Ontario, Canada
Canadá desde 1975, se inicia en los 60 en el Grupo América y la Escuela de Santiago. Sus libros de poemas son El evasionista/the Escape Artist (Ottawa, 1981); La calle (Santiago, 1986); The Witch (Ottawa, 1986); Tánger (Santiago, 1990); Tangier (Ottawa, 1997); A vuelo de pájaro (Ottawa, 1998); Vitral con pájaros (Ottawa; 2002) Reflexión hacia el sur (Saskatoon, 2004) y Cronipoemas (Ottawa, 2010) En prosa, la novela De chácharas y largavistas, (Ottawa, 1993). Es autor de la antología Northern Cronopios, antología de narradores chilenos en Canadá, Canadá, 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, España y Polonia. En 2000 ganó el concurso de nouvelle de www.escritores.cl con El diario de Pancracio Fernández. Ha sido antologado por ejemplo en Cien microcuentos chilenos, de Juan Armando Epple; Latinocanadá, Hugo Hazelton; Poéticas de Chile. Chilean Poets. Gonzalo Contreras; The Changuing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, de Sandra E.Aravena de Herron. Es uno de los editores de Split/Quotation – La cita trunca.

Instalación en la casa de Parra en Las Cruces

Instalación en la casa de Parra en Las Cruces
Chile, 2005, Foto de Patricio Luco. Se pueden ver en esta "Biblioteca mínima indispensable" el Manual de Carreño, el Manifiesto Comunista y Mi Lucha

Chile, 2005

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Una foto con el vate Nicanor Parra, candidato al premio Nobel de Literatura