Jorge Etcheverry
I
¿Han oído hablar de la Gran Fraternidad
Blanca? Se dice que en el corazón del Asia hay dos ciudades subterráneas,
Schamballa, la Ciudad Negra y Agartha, la Ciudad Blanca. Ambas se reparten
respectivamente el mal y el bien sobre este mundo. Que no sean más que pálidas
reminiscencias de dos centros inimaginables del bien y del mal a escala
universal, o que su influencia irradie desde la tierra hacia todo el universo,
eso no se sabe. Puede que en cada mundo habitado exista una ciudad, o polo del
mal, y uno del bien (de esos mundos no tardaremos en captar señales, hay un
programa de la NASA, parte del escudo de protección Stars War, pero en realidad
una continuación del SETI). Quizás incluso en los planetas aún no habitados y
en formación, hay ciertos minerales o gases que ejercen esa influencia, como
puntos magnéticos opuestos, o a lo mejor como polos que organizan la concreción
de esa masa gaseosa e informe del planeta juvenil. A lo mejor esas fuerzas opuestas
operan en las estrellas, las enanas blancas, que son las que soportan planetas
viables, para luego condensarse cuando los planetas evolucionan, por medio de
la polarización de la luz. O en la antimateria, que parece llenar los
intersticios del universo. Pero todas estas son teorías, y los maestros de diversas
órdenes iniciáticas han guardado por milenios un mutismo que un renombrado
autor describe como “el orgulloso silencio preñado de sabiduría, ante la
imposibilidad de impartir conocimientos que nosotros, los pobrecitos humanos
corrientes y molientes estamos incapacitados para comprender”. Estoy dispuesto
a asegurar que su ignorancia respecto a dichos temas es proverbial, y ese
mentado silencio ha llevado a la perdición a más de un impaciente investigador,
llámese Ícaro, Ulises, Jasón, Meyrink, Hesse, Rimpoche, Daumal, Méndez Roca,
Leach o Hubbart. Ha causado la desaparición de más de un innominado Fulcanelli.
Esa sabiduría puede que haya
florecido en otros tiempos y se haya perdido como casi todas las cosas buenas,
según los hermetistas y los no tan hermetistas como mi ex vecino el señor
Zegarra, que antes trabajaba en la Compañía de Teléfonos y que dice que todo
anda peor desde que se ganaron la concesión los australianos. En todo caso, un
enorme burocratismo parece haberse posado con sus alas negras y pesadas sobre
la dirección mundial de las dos corrientes o movimientos o, el del bien y el
del mal, y no hay más que abrir el periódico para darse cuenta. Pero esto no
quiere decir que estas organizaciones sean inoperantes, o que sus efectos a
menudo se confundan, ya que así como en infierno está empedrado de buenas
intenciones, el camino a la utopía justifica a veces el horror. Muy por el
contrario. Cada joven punk o skinhead
que acecha en los metros norteamericanos y europeos, cada terrorista vasco,
irlandés o fundamentalista, cada boina verde, agente de inteligencia, guerrillero,
talibán o mujadín. Los que avivan la cueca en la convulsionada Europa, para qué
decir el Medio Oriente, o aquél otro que en los mítines o concentraciones de la
siempre convulsionada América Morena descarga una cadena de pesados eslabones
sobre el agraciado adversario, en pleno rostro, desfigurándolo permanentemente
en medio de un crujido de huesos rotos (Un golpe bien dado con una cadena puede
desgajar una rama bastante gruesa de un árbol frutal de digamos, unos cinco
años), está trabajando para Schamballa, aunque rebose de idealismo, o no tenga
la más remota idea de la existencia de esta entidad, aunque se encoja de
hombros con una sonrisa irónica prendida de la comisura de los labios, al
terminar su faena y guardarse en un bolsillo el hábil instrumento, considerando
con sorna esas cosas de teósofos, anticuadas, sacadas de los libros que leía su
abuelo, porque ese joven puede estar imbuido de una sana pasión materialista
(dialéctica o no). Pero el problema
parece ser el que las fuerzas del bien (algunos socialistas, algunas ONG,
algunos hippies atrasados, la Congregación de María, Amnesty International, la
Cruz Roja, la Red Crescent, el
Ejército de Salvación, etc.), sobre todo los que combaten por algo que,
conforme a la manía reductiva de los humanos, es, en una palabra, El Bien, y no
son el mero nombre en una plancha de letras doradas, usan a veces los mismos
métodos. Las torturas inflingidas a un Aramburu, allá por los sesenta, el
ajusticiamiento de Pérez Zújovich por la VOP, como una década después en Chile,
el asesinato de Guzmán, el ahorcamiento de Ceballos (delator chileno
ajusticiado hace ya bastantes años en el Perú), la ejecución de Trujillo, el
atentando (fallido) contra Pinochet, ya hace también bastantes años, las masacres
que siembran de flores rojas el medio oriente, los atentados que hacen volar a
víctimas y ejecutores en tantísimas ciudades, etc., nos aseveran la razón de
estas conclusiones. Por lo tanto, aquel que fiel a su vocación de buscador (hipster)
desee dirigirse al fondo de las cosas, debe encaminar sus pasos hacia el
Imperio del Mal.
Ya te imagino viajando hacia
tantos lugares de América, disfrutando de la hospitalidad de los sanguinarios
paramilitares colombianos, de los narcotraficantes mexicanos, de los femicidas
de Ciudad Juárez, de los oligarcas herederos de Duvalier en su blanco palacio
lleno de guardias negros como el charol, vestidos de pies a cabeza con
uniformes igualmente blancos. Te veo perdiendo el seso en las frenéticas danzas
del Vodú o la Lambada, profanando Tehotihuacán con el frenesí de la santería, pasando
por el ensangrentado Medio Oriente y el Asia Central convulsionada por los conflictos religiosos
rumbo al Tibet después de recorrer el África hambrienta, postrada por el SIDA,
diezmada por guerras civiles genocidas. Te veo manteniendo correspondencia tradicional
o electrónica con las numerosas sectas satánicas de San Francisco y París,
frecuentando chinos inmigrantes y nietos de rusos blancos, que no desean retornar
a su patria ancestral por ningún motivo, pese al derrumbe del imperio
burosoviético. ¿O es que te vi en la inundada Louisiana usando serpientes como
collares, cantando como un Nerón de nuestros días frente a la Nueva Orleáns
desapareciente? Craso error. ¿No te has detenido a contemplar algunas
casas viejas que quedan en el sector Avenida Matta, casi el pleno centro de
Santiago? ¿No te has detenido a
escudriñar la cara de las viejas beatas que salen de la Iglesia de San
Francisco los domingos, después de la misa de 11? ¿Has visto la expresión del público que
repleta las salas que ocasionalmente pasan las películas basadas en las novelas
de Stephen King? ¿Has visto al inchi-mali
en tus ocasionales correrías por la provincia de Arauco? ¿Has leído alguna vez el Informe Rettig? El
folclore de Chiloé y de la zona del Maule te llenarían de espanto. Si tienes los medios y la habilidad
tecnológica, el torrente de degeneración que circula solapadamente en el mundo
virtual de sitios web dedicados a las últimas depravaciones del cuerpo, la
mente, la cultura y el espíritu te dejaría deprimido(a) por una semana. No hace
poco una mujer que conozco recibió una advertencia. Por ningún motivo las niñas
deben responder a un navegador de Internet con el nombre Slavemaster,
que se rumorea ha causado ya la muerte de 56 mujeres. Trata por lo tanto de
identificar el lomo del dragón dormido que vela el (aparente) sueño de la
ciudad. No hay que descuidar tampoco el
papel aparentemente insignificante que cumplen o cumplían grupos como el de
Arrigó, el Poder Joven de los sesenta, los Caballeros
Americanos del Fuego,
que todavía andan por ahí. Un grupo de sacerdotes ibéricos, orgullo
de las congregaciones españolas no pudo resistir ese llamado. Actualmente compiten con las machis en
Arauco. Yo sostuve, en tiempos pasados,
largas conversaciones con algunos de ellos.