Jorge Etcheverry
Matutino
Calma
facial. Elasticidad de los músculos (bajo la luz matutina). Ropa bien
cortada-La mirada de los otros rostros, en lugares tan concurridos como La
Estación de Buses, El Café Portugués
Estatuyendo
el rostro apropiado para las circunstancias: El Hombre Impertérrito Vestido De
Oscuro, que yergue su silueta frente a La Mujer Delgada de Ojos Húmedos
II
Una
mujer de Trinidad Tobago vuelve a Ottawa. Con un puñado de reliquias benditas.
Murmura su rosario, mientras oprime su muslo caliente contra la rótula del
Compañero de Viaje
III
Afuera,
la ausencia de nieve brinda a los bosques pajizos la apariencia del calor. Y un
hombre en un asiento cercano finge dormir, mientras observa a la pareja por
entre sus párpados entrecerrados
Versión
II
Luego de
la tortura y la muerte—de los años borrados de la memoria pública en sótanos,
calles amanecientes, buhardillas, escondidos bajo fotos falsas—dispersos bajo
innúmeros soles, extraños vientos
Cortamos
el cordón umbilical. Y los verdugos— bebés caprichosos e irritables—ya no
reciben el sustento desde esa remota región en las Antípodas
Eso
creemos. Eso querríamos creer. Quizás los generales nunca chuparon las tetas
del Norte
Hemos
arrancado la placenta. Mejor. Nunca la hubo. Nosotros mismos negamos nuestra
paz—con esa madona rubia—seamos entonces sus cachorros
Nuestra
lengua ya restañó los cortes de nuestro lomo herido innumerables veces
Ahora
proclamemos el olvido. Qué el olvido. Más bien la culpa absoluta de Los
Generales—la benevolencia impertérrita de la Gran Cornucopia del Norte