Dime cuenta entonces que estaba desbrujuleado, que por seguir de
la mejor manera posible mis impulsos, llevando por esa noción en la que esa cosa de la vitalidad, de los
instintos, de obedecer a eso que se
llama el inconsciente que nos penaba antes cuando la razón era ama y señora me
lancé a escribir y a vivir en consonancia, una cierta cosa, en realidad no
existía la vanguardia, no había existido nunca, se trataba de poder captar lo
que estaba latiendo en los tropismos de todo un género, una especie, que ahora
parecía que por fin se estaba encaminando a su extinción. Es que con un
poqueque de masoquismo caído, con un ojo siempre puesto en la fuente de los
morlacos, las menciones en artículos, las críticas donde convenía , pero al
mismo tiempo haciendo sus numeritos, tomando, botándose a la bohemia para
hacerse atractivos, los poetas estaban con el ojo al charqui para ver que
podían sacar de todo esto.
A eso no me ayudaba mi capacidad de meterme
en toda clase de líos, ya sea de mujeres—debo reconocer que soy positivamente
hetero—políticos, incluso cargando fierros cuando se suponía que había que
cargarlos—y salir más o menos indemne hasta la otra vuelta, mientras mis
coetáneos con menos dotes genéticas y un poco más lentos de sesera, o más
vivarachos terminaban ya sea en la tumba o en las academias, con un buen pasar
y con los galardones de las pasadas aventurillas para engalanar sus currículums
Llegado a la edad en que ya se avizora la
mina definitiva, la muerte que se sigue representando a la femenina, con
vestido largo y negro, delgadita decidí que había que buscar la madre del
cordero, total los otros ya se estaban jubilando de las pegas y ya no podían tirar como antes, tomar como antes, incluso
comer como antes se convertían en otros viejos como los otros más dejados de la
mano de dios, con las mismas limitaciones y traban de que les reconocieran el
bolichito que se habían armado, los
despelotes en que se habían metido, para ver si se les concedía un lugarcito en
los libros de historia.
Algunos rememoraban con ternura, con lágrimas
en los ojos, las andanzas juveniles y parecían querer decir que eran los mismos
de antes, de los años bravos, pero no nos convencían y no se convencían ellos
tampoco, pero nosotros, por nuestra parte y a medida de nuestras limitaciones, estábamos
en las mismas