Este volumen de poemas tiene un título a la vez
escueto y significativo, simplemente “Poemas”, y antes que una colección basada
en un tema, se trata más bien de una recolección de diversos textos que se
insertan en variadas situaciones no tan solo vitales, sino de la lectura o la
imaginación, de las que van conformando comentarios, notas, reflexiones, sin
que falte un matiz lírico, incluso tierno. Así, podríamos decir que la vocación
de este particular libro de poemas de Díaz, es una de crónica y a la vez de
poesía, insertas en el mundo y sus diversos contextos y discursos, y que no
está determinada ni siquiera por la voluntad de hacer un libro de poemas en un
sentido tradicional. Esta es una colección abierta, que hubiera podido acoger
otros textos. Así, se trata más bien de una cronipoesía en un sentido amplio,
definida por su contexto, variable y accidental como el periplo individual que
refleja, y que es el que en definitiva le da su forma y temática, ambas fluidas
y variables.
Por ejemplo, en poemas como El costo; Cuartetas
por ElDorado; La insipidez y lasitud de los amigos en el lanzamiento de libro
de una afamada escritora; Caminata o sueño de la ciudad por la noche, se
van desplegando las diversas instancias y espacios de esta vividura, como
decía Miguel de Unamuno, de esta aventura existencial, que acoge como
natural extensión el viaje y el periplo, patentes en los versos de El
costo:
Hay que bancársela en cualquier latitud.
Habrá que lidiar con costumbres diferentes,.
Este viaje adquiere elementos imaginarios y míticos en
Caraquet o Nan Madol, que además es una ciudad que resume en el mundo
fáctico y el imaginario a diversas ciudades:
recordaremos las calles de Santiago, las calles de
Ottawa
recordaremos las calles de Puente Alto pre-golpe de
estado
las calles de Valparaíso que saltan desde el mar
hacia los cerros y el cielo.
Recordaremos las calles de Boston, las de Coyoacán y
del D.F.
recordaremos las calles de Escazú y San José, las de
Managua
las de Tegucigalpa, las calles de L.A. (el barrio de
Bukowski)
Recordaremos los jirones Limeños, recordaremos las
calles Boone,
Carolina del Norte
las calles de los villorrios de Sonsonate y
Cojutepeque,
las de Antigua y Xelajú.
Recordaremos calles que nunca caminamos
porque allí en Nan Madol están contenidas todas las
calles del mundo.
Demás está señalar la contemporaneidad de esta
solución para la escritura poética, que carece de la intención y formato de la
mayoría de los libros de poemas, que se centran en una temática reflejada en un
título. Aunque muchas veces los títulos pueden ser engañosos y abren en lugar
de limitar, como en el primer libro de este poeta, El flaco y yo, publicado
años ha en papel por esta misma editorial, en que la situación
dialógica con el personaje que da título al libro,
abre, entre otras cosas, la posibilidad de hablar de “esto y lo otro, y lo de
más allá”, incluyendo el aquí y el allá de la poesía castellanógrafa en Canadá,
de la que este libro constituye un realizado ejemplo.
Las determinantes temáticas de la poesía contemporánea
están presentes en este nuevo libro de Díaz, desde el testimonio de Caminata
o sueños de la ciudad por la noche, pasando por la ecología, en El agua,
la vida misma, las temáticas de la identidad, el exilo y el trasplante, la
transhumancia, la tarea ingente de escribir, como en Elucubración, etc.
que aparecen como hebras en el friso de este discurso poético y contribuyen a
armar el tejido de este entramado, formado de hebras de lo femenino, como en A
una mujer joven, identitarias, ambientales, comprometidas, exiladas, etc.
Hebras, porque no hay poemas estrictamente temáticos, sino que aquí se presenta
al lector más bien un concreción de estas diferentes facetas en cada poema,
cuyos rasgos temáticos más distintivos predomina en cada caso, ofreciendo a las
finales una instantánea circunstancial y vivencial, como lo expresa
acertadamente el poema Es lo que hay. Porque se trata de eso, y el
lector verá quizás reflejada su propia aventura en el fondo nomádica y
existencial en este breve libro de poemas.
Jorge Etcheverry Arcaya
Ottawa, diciembre 2014
EL COSTO
El costo de proyectarse en latitudes diferentes es muy
alto
hay que tener temple, no flaquear, ser íntegros.
Aun cuando se sabe que las calles no serán amigas a
primeras
hay que continuar con la cadencia de la llegada.
Hay que bancársela en cualquier latitud.
Habrá que lidiar con costumbres diferentes,
habrá que ajustarse a cánones hechos para máquinas
habrá que camuflarse y pretender ir con la corriente,
habrá que ser maleables y siempre dispuestos.
Atrás quedó lo que conocimos.
Pagaremos impuestos y votaremos por un candidato, si
es que.
Los domingos haremos asado con algunos amigos
al día siguiente volveremos al trabajo calladamente.
Desde las sombras, armados nada más que de palabras
se organiza la resistencia.
Las palabras salvarán al humano de sí mismo
y del sistema.
Parado en una esquina cual mendigo,
con las manos vacías, como esperando algo.
Observando las calles que secretan sonidos, olores
y están atestadas de movimiento
En mi corazón reinas tú.
ECLESIASTÉS
Sale el sol.
Mientras uno camina por la calle,
hay un letrero colgado en un semáforo
en donde se lee: Eclesiastés.
En septiembre las hojas comienzan a reverdecer
En otras latitudes comienzan a secarse para luego
caer.
Por la noche se oían rumores que venían desde el mar
pero la gente salía a trabajar.
Vi a todos los que viven bajo el sol, caminando,
lo más jóvenes rumbo a las escuelas.
Las madres desayunando, cuidando los hijos pequeños.
Pasaban bandadas de pájaros que regresaban desde el
norte
uno piensa que existe el mal
en todo lo que se hace debajo del sol.
Poemas 17 Luciano Díaz
El tráfico de los buses como siempre, atestados de
trabajadores
leyendo algún libro o el periódico.
Rumbo al trabajo,
los engranajes en las maquinas comienzan a rotar
***
Entre las ruinas y el humo, ya pasado el mediodía,
hay un hombre en la más mortal de las soledades.
Sobre sus hombros aún se vislumbran
vestigios de las esperanzas de la gente pobre, de los
trabajadores.
Ve la luz, mejor dicho ve un destello
que se va apagando por una Alameda hacia abajo.
No pierde tiempo en preguntarse si todo valió la pena.
Tiene que asegurarse que aún tiene fe en los hombres,
como la estrella que desaparecía cuando se levantaba
el sol.
Entonces sonríe o piensa que sonríe.
Y la luz que se extinguía por la Alameda
reaparece por el fondo del túnel al cual entra.
El sol comienza a ponerse.
El miedo, la valentía y el tartamudeo de las armas
se apoderan de una larga noche.
Pasaban bandadas de pájaros que regresaban desde el
norte
uno piensa que existe el mal en todo lo que se hace
debajo del sol
.
A cuarenta años pareciera terminar la travesía del
desierto.