Jorge Etcheverry
Aquí no son tan excepcionales estas nieblas repentinas, tachonadas de relámpagos, incluso la neblina a veces se deja a arrastrar por las calles sobre todo en las primeras horas de la mañana, pero no mucho en esta época del año. Esto parecía más bien que una nube estuviera muy baja, como recuerdo una vez que andábamos en auto por unas colinas en Carolina del Norte y había unas nubes bajas que no dejaban ver a cinco metros. Pero aquí no hay elevaciones aunque es un valle propicio a los meteoros*. Tan sólo a unos tres cuartos de hora en auto media hora en auto hay una parte en que parece que hubiera una cuesta y si se apaga el auto se va solo como si bajara una pendiente, pero es una cosa que tiene que ver con un campo magnético. En todo caso una curiosidad, en medio de unos bosques, muy frecuentada por turistas. Esa noche había una neblina baja, muy tupida y en el medio o adentro una como tormenta eléctrica, la niebla estaba muy iluminada a ratos, que había advertido por el tragaluz, cuando me había levantado para ir al baño. Era una impresión casi cegadora, esa niebla iluminada como desde dentro. Me acerqué a la ventana del dormitorio y aparté las espesas cortinas, ya que me gusta dormir en un cuarto totalmente oscuro y silencioso, mi analista—cuando tuve un problema que no vale la pena mencionar aquí—me decía que ese hábito era como volver al vientre materno. La luz afuera era muy brillante, casi enceguecedora. Menos mal que la neblina la difuminaba un poco y se podía ver, un poco más arriba, a la altura de la copa de los árboles una curva gris oscura y un poco más abajo unas figuras como suspendidas en el aire. La incredulidad, el asombro y mi tensión de estar frente a algo que recordaba vagamente escenas de películas de ciencia ficción—lo que no es raro por su presencia omnipresente casi en el acerbo cultural popular, del que soy un aficionado aunque parezca extraño por mi formación y ocupación, no son el objeto de esta breve relación muy personal. La pantalla de mi computadora se había apagado, no pude advertir por la rendija por la que miraba desde la oscuridad de mi pieza el titilar de las luces de los escasos faroles que iluminaban el parque que se extendía a unas yardas del patio trasero del segundo piso que ocupo en esta casa de familia, por lo que parecía no había tampoco luz en ninguna parte. Aprehensivo no traté de levantar el teléfono pero llevado por un instinto de fotógrafo aficionado rebusqué mi cámara celular portátil, barata y no de las mejores, pero de la que no me puedo quejar. Se escuchaba un zumbido muy sordo y bajo. Me di cuenta de que lo había estado escuchando desde hacía un rato. Me acerqué de nuevo a la ventana con una cautela que parecería absurda: yo estaba desnudo, en la intimidad de mi dormitorio (vivo solo), en la noche. ¿Porqué entonces ese sigilo, esa determinación a no hacer ruido, pasarme algo por delante y tirarlo al suelo, ese andar en puntillas, respirando apenas?. Bueno. La existencia de facultades paranormales en el hombre acaba de ser propuesta en un artículo reciente que se supone sería publicado en una revista prestigiosa de corriente principal**, y son cosas (casi) de dominio público. Del pedazo visible de esa cosa allá arriba salían hacia abajo, en forma diagonal, o recta, unos haces de luz mortecina, amortiguada, como esa que vemos a veces como esos bloques de luz solar que bajan por los tragaluces y en los flotan motas de polvo. Por ahí bajaban o se deslizaban unas figuras borrosas, altas como caminando envueltas en esa especie de neblina luminosa. Una se detuvo a unos cuantos metros de mi ventana mientras yo enfocaba todo y sacaba sucesivas fotos con mi cámara por la rendija del visillo, aquejado súbitamente por una sensación de debilidad, de modorra, de la que sólo me defendía una sensación de expectación y un temor vago, casi instintivo. Se trataba definitivamente de una mujer, de mi estatura o un poquito más alta (yo mido un metro setentaysiete), de una contextura delgada, piernas largas, talle estrecho más bien corto, hombros anchos, cuello largo y cabeza ovalada. Se desplazaba por un canal horizontal de una luz anaranjada y neblinosa lentamente, pero con una velocidad contenida, felina, el pelo de la cabellera se movía levemente aunque a mí me parecía que no había viento, así como el abundante vello púbico, de un color blanco que denotaría—esa es una reflexión posterior—la ausencia de pigmento. La piel era de un color claro, pero también indeterminado, con algo así como una pátina más parecida al marfil, a cacho de animal, pero que no daba la impresión de grosor sino de suma flexibilidad, y los movimientos de las piernas y los brazos, una cierta cadencia me daban la impresión, como decía, de un animal, un felino. Esa mujer se trataba—otra impresión fruto de análisis posterior—de un bípedo humanoide de alguna manera más cercano a los primates y lemures de donde indudablemente procedía que los humanos de esta planeta***. Por lo tanto se le notaba esa gracia y perfección propia de algunos animales y que en un ser humano—o humanoide—denotaría además inteligencia, si nos dejamos convencer por ciertas investigaciones bastante recientes que ligan la belleza física y el nivel de inteligencia. A una distancia de unos tres metros de mi ventana, ese ser envuelto en esa neblina clara sin embargo, evidentemente artificial y caminando en el aire a lo largo de uno de esos bloques luminosos, parecía emanar una vibración energética. Los cabellos de color indefinible, pero claros, parecían moverse en un sentido no compatible con una brisa o viento por lo demás ausentes, lo mismo que el hirsuto vello púbico, más o menos del mismo tono. Más adelante y analizando me vi llevado a concluir que quizás cumplían funciones de detección tipo radar, etc. análogas a los bigotes de los murciélagos terrestres, o quizás ligados a las funciones de percepción extrasensorial de que indudablemente esos seres femeninos estaban dotados. Esa combinación de esos rasgos animales con la acta tecnología mostrada por el fragmento de nave espacial visible por mi visillo no era lo que se espera y fantasea: seres frágiles y cabezones, más bien asexuados. Esas mujeres sin embargo, tipo amazona, ya que todas, la del primer plano y las otras que había entrevisto más atrás y que todavía atravesaban mi radio de visión en esta escena que debe habar durado a los unos 30 segundos a más tardar, eran mujeres que serían calificadas casi universalmente como hermosas. Lo que no tiene nada de extraño y cabe esperar de una especie homínida avanzada ****.
Yo estaba tomando fotos cuando inequívocamente la mujer se dio vuelta y me miró de frente, o al menos me pareció. ¿Cómo podía haberme percibido?. Calculo que la rendija por la que miraba y tomaba las fotos no podía ser de más de unos dos centímetros de ancho y unos cuatro de largo. Yo estaba absolutamente a oscuras, pero ella me miró con ese rostro perfecto y de esa gravedad en su inmediatez, esa cosa sólida y definitiva de los animales, y se me heló la sangre en las venas, se erizó el pelo de la nuca, me vino una gran debilidad y me mantuve inmóvil frente a la ventana, paralizado como una rata frente a una cobra, que la mira, o una liebre que ve paralogizada, en medio de la noche, cómo se le se abalanza encima el auto al que pertenecen los faroles que la tienen inmóvil en la noche, en medio de la carretera. Mi vejiga se aflojó y miré cómo se escurría el líquido a lo largo de mis piernas. Me costó varios segundos poder enfocar de nuevo la vista en la rendija entre los visillos. La cámara se me había caído al suelo sin que me diera cuenta y casi la había pisado. Cuando pude reunir el valor para acercarme nuevamente a la hendidura y mirar hacia fuera, reinaba la oscuridad más completa. Miré hacia arriba, y me pareció ver que desaparecía en las alturas algo así como un meteoro inverso, que cayera hacia lo alto.
Tuve el buen sentido de no descargar las fotos de la cámara a la computadora, ni la prendí, para evitar cualquier modo de detección por absurdo que pudiera parecer. No me pude dormir hilvanando todo tipo de suposiciones. Sin poder dormir y evitando hacer ruido, me pasé la noche en vela, dándole vueltas a estos eventos, analizando y teorizando, pero al fin el cansancio, el sueño y la tensión me vencieron y me quedé dormido. Me despertaron unos golpes a la puerta. Me puse la bata y cuando a tropezones me dirigí a la puerta, pude ver que el reloj automático funcionaba de nuevo ¡Eran las once de la mañana! Era la dueña de la casa en que alquilaba mi departamento, en realidad el segundo de los tres pisos de la casa. Me dijo que una mujer rubia, alta, vestida de negro le había preguntado como a las ocho si yo me encontraba en casa. No sabía porqué le había parecido sospechosa y quizás había cometido una equivocación cuando le dijo que le parecía que no, que no había llegado esa noche. Por eso es que después de pensarlo y fumarse un cigarrillo—el primero del día—en la veranda me había venido a avisar y quizás, a disculparse. Ella sabe que yo pese a mi edad soy un hombre soltero y a lo mejor me había arruinado un panorama. Claro que no me lo dijo con esas palabras. Bueno, me vestí rápido, ni siquiera me afeité y me fui al terminal de buses interprovinciales, a pocas cuadras de la casa. Estoy mandado este email a este amigo, desde Montreal, para ver si alguien le ha venido con una historia parecida o vio o escuchó algo fuera de lo normal esa noche. Le pedí que diera a conocer este caso en la medida de lo posible. Los recientes levantamientos en el mundo árabe son otro testimonio del poder de los nuevos medios de comunicación social. Puse algunas notas aclaratorias, para ayudar a los eventuales lectores. Afortunadamente tengo algunos fondos en mi cuenta de cheques en el banco. Por el momento no planeo volver a esa ciudad, ni menos a mi departamento.
* En esta su primera aparición, uso esta palabra en el sentido de mudanza climática o alteración climática
** The 61-page paper, titled "Feeling the Future," was written by Cornell psychology professor emeritus Daryl Bem and is due for publication in the Journal of Personality and Social Psychology. Bem says his experiments support the idea that there really is something to human precognition of events that haven't yet occurred.
*** “Louis Bolk, muestra que somos seres biológicamente dependientes de estructuras exsomaticas. La teoría de la fetalización o de la neotenia de Bolk indica que aspectos como ausencia de pelaje, sistema muscular y esquelético relativamente frágil, albinismo, carencia de sistemas naturales de defensa, y otros rasgos como pérdida de una orientación natural hacia lo real, prematuración biológica, largo periodo de dependencia hacia otros, carencia de un hábitat, llevan a concluir que desde el momento del nacimiento la cría humana necesita de artefactos culturales para sobrevivir; su misma biología lo obliga a ello”, en http://www.psicologiacientifica.com/bv/psicologia-439-1-el-ambito-de-lo-social-en-las-doctrinas-psicologicas-esencia.html. Así, es posible que el desarrollo evolutivo humano de los humanoides terrestres se hace mediante una mutación o mutaciones que lo van separando de sus antecesores primates y/o lemúridos de manera abrupta. En estas entidades, sobre todo la que pude examinar más en detalle, se notaba, a la vez que una exquisitez de proporción y una gracia como digo, felina, una cierto carácter por así decir animal, algo indefinible pero a la vez reconocible e impactante. Pareciera que el antecesor prehomínido de estos seres se convirtió en ‘humano’ sujeto a grandes presiones, evidentes en las capacidades advertibles por mí en esos breves instantes, pero sin la pérdida de forma, la de-formación sufrida por los humanos de la tierra debido a mutaciones azarosas, que muchas veces desembocaron eN callejones sin salida.
**** In a recent paper, Kanazawa and Kovar (2004) assert that given certain empirical regularities about assortative mating and the heritability of intelligence and beauty, that it logically follows that more intelligent people are more beautiful.
Blogista de algún modo personal, pero que acepta anuncios, colaboraciones y comentarios de lectores y etcheverroides. Dedicada sobre todo a textos, literatura (eventos, artículos, crítica, metacrítica, etc.), política en sentido amplio--y en el otro-- e ideas. Dirigir la correspondencia a jorgecheverry@yahoo.com o a jorgeetcheverry@rogers.com
Saturday, February 19, 2011
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About Me
- j.etcheverry
- Ottawa, Ontario, Canada
- Canadá desde 1975, se inicia en los 60 en el Grupo América y la Escuela de Santiago. Sus libros de poemas son El evasionista/the Escape Artist (Ottawa, 1981); La calle (Santiago, 1986); The Witch (Ottawa, 1986); Tánger (Santiago, 1990); Tangier (Ottawa, 1997); A vuelo de pájaro (Ottawa, 1998); Vitral con pájaros (Ottawa; 2002) Reflexión hacia el sur (Saskatoon, 2004) y Cronipoemas (Ottawa, 2010) En prosa, la novela De chácharas y largavistas, (Ottawa, 1993). Es autor de la antología Northern Cronopios, antología de narradores chilenos en Canadá, Canadá, 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, España y Polonia. En 2000 ganó el concurso de nouvelle de www.escritores.cl con El diario de Pancracio Fernández. Ha sido antologado por ejemplo en Cien microcuentos chilenos, de Juan Armando Epple; Latinocanadá, Hugo Hazelton; Poéticas de Chile. Chilean Poets. Gonzalo Contreras; The Changuing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, de Sandra E.Aravena de Herron. Es uno de los editores de Split/Quotation – La cita trunca.