Jorge Etcheverry
Aquí no son tan excepcionales estas nieblas repentinas, tachonadas de relámpagos, incluso la neblina a veces se deja a arrastrar por las calles sobre todo en las primeras horas de la mañana, pero no mucho en esta época del año. Esto parecía más bien que una nube estuviera muy baja, como recuerdo una vez que andábamos en auto por unas colinas en Carolina del Norte y había unas nubes bajas que no dejaban ver a cinco metros. Pero aquí no hay elevaciones aunque es un valle propicio a los meteoros*. Tan sólo a unos tres cuartos de hora en auto media hora en auto hay una parte en que parece que hubiera una cuesta y si se apaga el auto se va solo como si bajara una pendiente, pero es una cosa que tiene que ver con un campo magnético. En todo caso una curiosidad, en medio de unos bosques, muy frecuentada por turistas. Esa noche había una neblina baja, muy tupida y en el medio o adentro una como tormenta eléctrica, la niebla estaba muy iluminada a ratos, que había advertido por el tragaluz, cuando me había levantado para ir al baño. Era una impresión casi cegadora, esa niebla iluminada como desde dentro. Me acerqué a la ventana del dormitorio y aparté las espesas cortinas, ya que me gusta dormir en un cuarto totalmente oscuro y silencioso, mi analista—cuando tuve un problema que no vale la pena mencionar aquí—me decía que ese hábito era como volver al vientre materno. La luz afuera era muy brillante, casi enceguecedora. Menos mal que la neblina la difuminaba un poco y se podía ver, un poco más arriba, a la altura de la copa de los árboles una curva gris oscura y un poco más abajo unas figuras como suspendidas en el aire. La incredulidad, el asombro y mi tensión de estar frente a algo que recordaba vagamente escenas de películas de ciencia ficción—lo que no es raro por su presencia omnipresente casi en el acerbo cultural popular, del que soy un aficionado aunque parezca extraño por mi formación y ocupación, no son el objeto de esta breve relación muy personal. La pantalla de mi computadora se había apagado, no pude advertir por la rendija por la que miraba desde la oscuridad de mi pieza el titilar de las luces de los escasos faroles que iluminaban el parque que se extendía a unas yardas del patio trasero del segundo piso que ocupo en esta casa de familia, por lo que parecía no había tampoco luz en ninguna parte. Aprehensivo no traté de levantar el teléfono pero llevado por un instinto de fotógrafo aficionado rebusqué mi cámara celular portátil, barata y no de las mejores, pero de la que no me puedo quejar. Se escuchaba un zumbido muy sordo y bajo. Me di cuenta de que lo había estado escuchando desde hacía un rato. Me acerqué de nuevo a la ventana con una cautela que parecería absurda: yo estaba desnudo, en la intimidad de mi dormitorio (vivo solo), en la noche. ¿Porqué entonces ese sigilo, esa determinación a no hacer ruido, pasarme algo por delante y tirarlo al suelo, ese andar en puntillas, respirando apenas?. Bueno. La existencia de facultades paranormales en el hombre acaba de ser propuesta en un artículo reciente que se supone sería publicado en una revista prestigiosa de corriente principal**, y son cosas (casi) de dominio público. Del pedazo visible de esa cosa allá arriba salían hacia abajo, en forma diagonal, o recta, unos haces de luz mortecina, amortiguada, como esa que vemos a veces como esos bloques de luz solar que bajan por los tragaluces y en los flotan motas de polvo. Por ahí bajaban o se deslizaban unas figuras borrosas, altas como caminando envueltas en esa especie de neblina luminosa. Una se detuvo a unos cuantos metros de mi ventana mientras yo enfocaba todo y sacaba sucesivas fotos con mi cámara por la rendija del visillo, aquejado súbitamente por una sensación de debilidad, de modorra, de la que sólo me defendía una sensación de expectación y un temor vago, casi instintivo. Se trataba definitivamente de una mujer, de mi estatura o un poquito más alta (yo mido un metro setentaysiete), de una contextura delgada, piernas largas, talle estrecho más bien corto, hombros anchos, cuello largo y cabeza ovalada. Se desplazaba por un canal horizontal de una luz anaranjada y neblinosa lentamente, pero con una velocidad contenida, felina, el pelo de la cabellera se movía levemente aunque a mí me parecía que no había viento, así como el abundante vello púbico, de un color blanco que denotaría—esa es una reflexión posterior—la ausencia de pigmento. La piel era de un color claro, pero también indeterminado, con algo así como una pátina más parecida al marfil, a cacho de animal, pero que no daba la impresión de grosor sino de suma flexibilidad, y los movimientos de las piernas y los brazos, una cierta cadencia me daban la impresión, como decía, de un animal, un felino. Esa mujer se trataba—otra impresión fruto de análisis posterior—de un bípedo humanoide de alguna manera más cercano a los primates y lemures de donde indudablemente procedía que los humanos de esta planeta***. Por lo tanto se le notaba esa gracia y perfección propia de algunos animales y que en un ser humano—o humanoide—denotaría además inteligencia, si nos dejamos convencer por ciertas investigaciones bastante recientes que ligan la belleza física y el nivel de inteligencia. A una distancia de unos tres metros de mi ventana, ese ser envuelto en esa neblina clara sin embargo, evidentemente artificial y caminando en el aire a lo largo de uno de esos bloques luminosos, parecía emanar una vibración energética. Los cabellos de color indefinible, pero claros, parecían moverse en un sentido no compatible con una brisa o viento por lo demás ausentes, lo mismo que el hirsuto vello púbico, más o menos del mismo tono. Más adelante y analizando me vi llevado a concluir que quizás cumplían funciones de detección tipo radar, etc. análogas a los bigotes de los murciélagos terrestres, o quizás ligados a las funciones de percepción extrasensorial de que indudablemente esos seres femeninos estaban dotados. Esa combinación de esos rasgos animales con la acta tecnología mostrada por el fragmento de nave espacial visible por mi visillo no era lo que se espera y fantasea: seres frágiles y cabezones, más bien asexuados. Esas mujeres sin embargo, tipo amazona, ya que todas, la del primer plano y las otras que había entrevisto más atrás y que todavía atravesaban mi radio de visión en esta escena que debe habar durado a los unos 30 segundos a más tardar, eran mujeres que serían calificadas casi universalmente como hermosas. Lo que no tiene nada de extraño y cabe esperar de una especie homínida avanzada ****.
Yo estaba tomando fotos cuando inequívocamente la mujer se dio vuelta y me miró de frente, o al menos me pareció. ¿Cómo podía haberme percibido?. Calculo que la rendija por la que miraba y tomaba las fotos no podía ser de más de unos dos centímetros de ancho y unos cuatro de largo. Yo estaba absolutamente a oscuras, pero ella me miró con ese rostro perfecto y de esa gravedad en su inmediatez, esa cosa sólida y definitiva de los animales, y se me heló la sangre en las venas, se erizó el pelo de la nuca, me vino una gran debilidad y me mantuve inmóvil frente a la ventana, paralizado como una rata frente a una cobra, que la mira, o una liebre que ve paralogizada, en medio de la noche, cómo se le se abalanza encima el auto al que pertenecen los faroles que la tienen inmóvil en la noche, en medio de la carretera. Mi vejiga se aflojó y miré cómo se escurría el líquido a lo largo de mis piernas. Me costó varios segundos poder enfocar de nuevo la vista en la rendija entre los visillos. La cámara se me había caído al suelo sin que me diera cuenta y casi la había pisado. Cuando pude reunir el valor para acercarme nuevamente a la hendidura y mirar hacia fuera, reinaba la oscuridad más completa. Miré hacia arriba, y me pareció ver que desaparecía en las alturas algo así como un meteoro inverso, que cayera hacia lo alto.
Tuve el buen sentido de no descargar las fotos de la cámara a la computadora, ni la prendí, para evitar cualquier modo de detección por absurdo que pudiera parecer. No me pude dormir hilvanando todo tipo de suposiciones. Sin poder dormir y evitando hacer ruido, me pasé la noche en vela, dándole vueltas a estos eventos, analizando y teorizando, pero al fin el cansancio, el sueño y la tensión me vencieron y me quedé dormido. Me despertaron unos golpes a la puerta. Me puse la bata y cuando a tropezones me dirigí a la puerta, pude ver que el reloj automático funcionaba de nuevo ¡Eran las once de la mañana! Era la dueña de la casa en que alquilaba mi departamento, en realidad el segundo de los tres pisos de la casa. Me dijo que una mujer rubia, alta, vestida de negro le había preguntado como a las ocho si yo me encontraba en casa. No sabía porqué le había parecido sospechosa y quizás había cometido una equivocación cuando le dijo que le parecía que no, que no había llegado esa noche. Por eso es que después de pensarlo y fumarse un cigarrillo—el primero del día—en la veranda me había venido a avisar y quizás, a disculparse. Ella sabe que yo pese a mi edad soy un hombre soltero y a lo mejor me había arruinado un panorama. Claro que no me lo dijo con esas palabras. Bueno, me vestí rápido, ni siquiera me afeité y me fui al terminal de buses interprovinciales, a pocas cuadras de la casa. Estoy mandado este email a este amigo, desde Montreal, para ver si alguien le ha venido con una historia parecida o vio o escuchó algo fuera de lo normal esa noche. Le pedí que diera a conocer este caso en la medida de lo posible. Los recientes levantamientos en el mundo árabe son otro testimonio del poder de los nuevos medios de comunicación social. Puse algunas notas aclaratorias, para ayudar a los eventuales lectores. Afortunadamente tengo algunos fondos en mi cuenta de cheques en el banco. Por el momento no planeo volver a esa ciudad, ni menos a mi departamento.
* En esta su primera aparición, uso esta palabra en el sentido de mudanza climática o alteración climática
** The 61-page paper, titled "Feeling the Future," was written by Cornell psychology professor emeritus Daryl Bem and is due for publication in the Journal of Personality and Social Psychology. Bem says his experiments support the idea that there really is something to human precognition of events that haven't yet occurred.
*** “Louis Bolk, muestra que somos seres biológicamente dependientes de estructuras exsomaticas. La teoría de la fetalización o de la neotenia de Bolk indica que aspectos como ausencia de pelaje, sistema muscular y esquelético relativamente frágil, albinismo, carencia de sistemas naturales de defensa, y otros rasgos como pérdida de una orientación natural hacia lo real, prematuración biológica, largo periodo de dependencia hacia otros, carencia de un hábitat, llevan a concluir que desde el momento del nacimiento la cría humana necesita de artefactos culturales para sobrevivir; su misma biología lo obliga a ello”, en http://www.psicologiacientifica.com/bv/psicologia-439-1-el-ambito-de-lo-social-en-las-doctrinas-psicologicas-esencia.html. Así, es posible que el desarrollo evolutivo humano de los humanoides terrestres se hace mediante una mutación o mutaciones que lo van separando de sus antecesores primates y/o lemúridos de manera abrupta. En estas entidades, sobre todo la que pude examinar más en detalle, se notaba, a la vez que una exquisitez de proporción y una gracia como digo, felina, una cierto carácter por así decir animal, algo indefinible pero a la vez reconocible e impactante. Pareciera que el antecesor prehomínido de estos seres se convirtió en ‘humano’ sujeto a grandes presiones, evidentes en las capacidades advertibles por mí en esos breves instantes, pero sin la pérdida de forma, la de-formación sufrida por los humanos de la tierra debido a mutaciones azarosas, que muchas veces desembocaron eN callejones sin salida.
**** In a recent paper, Kanazawa and Kovar (2004) assert that given certain empirical regularities about assortative mating and the heritability of intelligence and beauty, that it logically follows that more intelligent people are more beautiful.
Blogista de algún modo personal, pero que acepta anuncios, colaboraciones y comentarios de lectores y etcheverroides. Dedicada sobre todo a textos, literatura (eventos, artículos, crítica, metacrítica, etc.), política en sentido amplio--y en el otro-- e ideas. Dirigir la correspondencia a jorgecheverry@yahoo.com o a jorgeetcheverry@rogers.com
Saturday, February 19, 2011
Monday, February 7, 2011
Cronipoemas, de Jorge Etcheverry
Fernando Veas Mercado
La adquisición de una obra literaria no es como la de otro producto, como se dice, es un encuentro con el texto, una relación que el texto nos ofrece y que accedemos a compartir, en la que abrimos a una palabra que nos habla nada más que a nosotros que tenemos nuestra carga de vida, de experiencias de todo tipo e incluso, de lecturas. Borges decía que no intentaba leer un libro por segunda vez cuando en la primera se le había caído de las manos. Leemos con atención, con entusiasmo o con desgano, tal vez con desconfianza, con recelo. Si leemos negativamente o con prejuicios, nos autolimitados, cortamos la posibilidad de integrarnos en la aventura que inició el autor que está muy presente o que, en el mejor de los casos, desaparece para dejar su lugar a esa voz que nos habla; que habla a quien quiera escucharla.
Cronipoemas de Jorge Etcheverry es un libro que nos lleva por variadas tensiones y senderos con un lenguaje dinámico, sugerente, rico y flexible que vuelve sobre sí mismo en espirales abarcadoras (1).
El libro trae una cubierta del mismo Etcheverry: me recordó otra, la de la edición en español del Libro del desasosiego de F. Pessoa. Pessoa iba a un café en Lisboa, y allí escribía. Hoy hay una estatua del poeta a la entrada de ese café. Y creo que eso me permite visualizar mejor esa imagen que tengo desde siempre, del poeta, solo, escribiendo, en cualquier lugar, pero solo y sin embargo, tan rodeado de mundo que quiere meter en sus palabras. La contracubierta es una fotografía de Luciano Díaz.
En el prólogo a sus Cronipoemas, Etcheverry nos informa sobre las características de su poesía: ausencia de sobredeterminaciones y de un programa. Dice: creo que un lenguaje demasiado unitario a veces falsea o miente (…) este libro da por implícita la relación poesía-vida, era que no, y algo que es comprensible de suyo, sin drama, cliché ni cebolla, aunque no se excluyen a priori (p.9). Nos mete en su cocina, en su determinación de no dejarse atrapar por condicionantes y, sobre todo, evitar de traducirlos en textos prescindibles aunque algunos los pudieran estimar así. Y está muy consciente que no es novedoso. Termina diciendo: “No quise molestar a ningún crítico o poeta conocido o amigo para que me hiciera un prólogo, ya que están muy ocupados en el invierno en Chile que se estira húmedo en su chaleco de smog o el calor tropical húmedo en este otro país de las antípodas casi nos derrite las neuronas. Espero que estas líneas no prejuicien la lectura” (p. 10). Estaremos alertas ante esta poesía no recomendada por nadie porque el autor no quiere molestar, lo que quiere es que lo leamos sin esas alabanzas casi editoriales que se dan a veces. Porque de molestar, va a hacerlo, pero en otros sentidos. Desprejuiciados, debemos tomarlo como viene porque en sus poemas hay elementos irreductibles, como los que J.C- Sánchez Lara llamaría poesía residual…pero no sólo él. Julio Ortega , al referirse a un poeta venezolano dice: “la palabra de Juan Sánchez Peláez viene cargada de su propio origen, como un monólogo casual que la experiencia sedimenta; su poesía es residual: formaciones parciales después de lo vivido y perdido, y ese carácter le confiere su calidad salmódica, casi elegíaca” (2). Hay cronipoemas en la literatura brasileña también. Para algunos son mini crónica autobiográfica e, incluso, contracultura. Pero esas denominaciones aluden a textos que si no son nuevos en poesía, Prévert es un buen ejemplo, son una expresión vigorosa y sencilla. como adagios o sentencias y que a veces recuerdan las greguerías.
De todo eso hay y eso es lo bueno. Si hay cosas claras, no tienen aspecto monolítico ni definitivo, todo sigue en movimiento, como la vida. Las evocaciones, si son nostalgiosas, son suaves melancolías, no hay angustia ni echar de menos otros tiempos u otros periodos de la vida: la mirada retrospectiva, es amable, irónica, comprensiva.
Por eso, me atengo a mis impresiones sobre los primeros poemas de Etcheverry que leí y que comenté alguna vez. Etcheverry recicla con buena voz, ¿bricolage, compostage, potluck, patchwork, residual? ¿Planta procesadora de basura como cita a alguien? (De poetas, gatos y carnicerías, p. 89). Sabemos además que el poeta es amante de los limericks. Pero creo que nada de eso le importa mucho , lo que sí le interesa, es coincidir no sólo en las formas, tan diluidas las más de las veces sino sobre todo, una concomitancia en profundidad: con ése voy, o, éste viene conmigo. Por supuesto que no todo es exterioridad o desinterés y vitalidad extravertida, no todos son lugares de paraje como decía Ceferino Piriz, están las zonas más íntimas, como algunos poemas como Samuel Beckett blues (p.72) y aquellos, o pasajes de otros, donde esa zona irrumpe, donde entran los pájaros aludidos como ese albatros, o expuestos: deseos, pulsiones hasta imposibilidades, pero nunca un pájaro a tierra o que no levanta vuelo. Ya hablé de eso una vez en mi artículo sobre la imaginación y el vuelo en la poesía de Etcheverry (3). Creo también que la poesía de Etcheverry vuelve y vuelve, haciéndose, siempre y que es difícil hablar de programación, sus poemas son todos y en su conjunto, un dejarse llevar por la palabra, una aceptación de no ponerle puertas al campo (4). Deja fluir la realidad en la palabra que renuncia a atrapar y de ahí que muchos textos de esta selección tengan, cada uno, su propia melodía .
Esta poesía tiene la lozanía de lo no premeditado ni estatuido. Esos temples de ánimo, esa aceptación del estado de yecto, como dice por ahí, hace de sus textos, que no quiero comparar con otros ni con principios, antimetáforas por desnudez del lenguaje, no pobreza; sobriedad.
Ante la infinita variedad de la realidad, la palabra parece incompetente, pesadilla de todo escritor que se lea críticamente; el hablante se resigna a ser una correa de transmisión, no medium ni vate, ni un otro, actitudes rechazadas por su habla. Por eso, sus textos son ajenos de solemnidad, lo que no significa superficial ni simple, porque la realidad inasible, en su invisible multiplicidad, se resiste a ser aprisionada, vestida por la palabra.
A veces, construye poemas con lugares comunes y frases hechas en las que, en el comercio habitual, la verdad se banaliza pero que en sus poemas surge como un punto de vista nuevo de esa realidad disminuida. Aquí no hay alquimia: el plomo es plomo y la palabra no es piedra filosofal ni nos llevará a ningún éxtasis sino a un centro que siempre se nos había escapado y, tal vez, a tratar de recuperar la luz primera de lo aludido en la frescura de la expresión.
¿Cómo, sin falsearla, podemos estructurar, domesticar y hacer asequible una realidad que ha quedado sepultada por el desgaste y que ya no se abre a ninguna contemplación y que se desliza? Etcheverry lo expresa sin que se le mueva ni una eñe pero con la debida cautela con la que el hombre maduro debe cuidar sus energías, si quiere hacerle bien el amor a una mujer más joven, que, lo busque o no, está ahí: la poesía está ahí.
Le interesa hablar de sí, sin empacho, sin falsos pudores ni grandilocuencias porque el hablante está más cerca de allá que de acá, no se va a mirar en el espejo para ver si está bien peinado ni sacarse la suerte con el otro gitano que lo mira, tal vez febril, pero tranquilo.
Muchos críticos han dicho que los peores comentaristas e intérpretes de sus propias obras, son los autores…no comparto esa opinión porque desconoce la lucidez del trabajo intelectual: es creer que los artistas son unos iluminados o estimar que no saben lo que escriben.
En los textos de Etcheverry siempre hay esa reflexión sobre la marcha en torno al propio quehacer poético y no me sorprende que, una vez más denuncie y no tan entre líneas, sino con ironía, algunos tipos todavía en uso.
Tal vez se puedan agrupar estos poemas de Etcheverry, en algunas modalidades, para no utilizar la palabra temática, que poseen rasgos discernibles en otras obras, incluso, con nuevas dimensiones y profundidades.
La obra está constituida por 64 poemas. Hay diez con títulos que aluden al poeta, al poema o a la poesía; hay otros humorísticos, cuatro. La mayoría de los títulos son curiosos, frases corrientes, sólo tres ofrecen una alusión literaria y otros tres podrían sonar grandilocuentes; cinco con un motivo político. Pero todo eso es engañoso ya que más de cinco poemas tienen transfondo político social. Toda clasificación o intento es vano, ya lo dijo Borges. Quería mencionar eso porque el título de un libro o de un poema nos lanza en una dirección, antes de comenzar a leer. Pero hay que tener cuidado, ya lo dijo Eco, hay títulos claros y muchos engañosos.
El libro se abre con: come pane e pesto/ pasta e provolone/ io sono prosciutto/ e tu sei melone (p.11). Lo que el pan es al queso, el pesto es a los spaghetti, de esa manera, yo soy jamón y tú eres melón; o sea, el perfecto acuerdo se sabor para maducarse. Los sabores: salado y picante; salado y dulce.
De ahí que el poema siguiente, de manera delicada, nos habla de la pulsión del deseo pero también de la amorosa; iluminaciones súbitas, relampagueantes sentidas en medio de la vida. Saciado el sentimiento, el poeta viene a su sueño y a la consagración de su quehacer; mezcla y sigue: al poeta/pájaro sigue el poeta diablo- cojuelo: Como aparece en el sueño/ colectivo el poeta/ Gigante dando pasos sobre la tierra/ de un color que es todos los colores/ con una voz que es todas las voces y termina…el poeta gigante/ velando sobre los techos dormidos/ sobre la tierra/ sembrando pájaros” (p. 13). Entre ese principio y final, todas las urbes, los demás en todas sus expresiones. Quiero destacar esta autovaloración del poeta que nos trae ecos, claro, de ese hermoso poema de Baudelaire, El albatros ave sobre el cual Neruda escribió también un gran poema; el de Etcheverry lo asocio al diablillo que levanta los techos. Hay poemas en los que en otro tono, el hablante proclama que “todo cabe en la poesía” (De poetas, gatos y carnicería, p.89) y que ponerse a deslindar tópicos, méritos y otras yerbas, le hace decir: “Es por eso/ (que se me fue la onda)” (ibid, p.90). Los poetas, como los pájaros, viven espontáneamente porque es la poesía la que hará todo el trabajo y los hará volar si responden, a las incitaciones y asume su calidad de tal como en el lecho con una mujer; si tienen la capacidad de volar y no se quedan ahí, varados. Si el poeta, con todas sus limitaciones puede incorporarse (Voz rota, p. 96), habrá remecido a los demás. Pero para eso, aparte de la manera, el poeta debe ser honrado y es por eso que la poesía de Etcheverry está ligada a su vida: sin adornos ni escapes, sin trampas porque es la verdad que lo hará legible (La honestidad y el poeta). Así, con pudor y autoironía pensando hondo, a menudo, Etcheverry borra con una palabra una construcción que le parece con mucho stimmung, muy cabezona, un caldito de cabeza, casi vergonzante por pensar en lo que los demás miran al desgaire o desdeñan. Por ejemplo, dice: Pero el lenguaje/ (una Weltanschauung)/ una actitud hacia la vida/y la cacha de la espada/la perinola chica /y así por el estilo” (Inglés y francés en Canadá, p.75 ).
La melancolía puede ser su asesina; debe rendirse a ella, por eso: en ese día lluvioso no hay grandes batallas que ganar ni empresas importantes/ nada más que seguir caminando/ por la calle. Que evidencia ese hacer cara a una realidad inhóspita, que debe asumir. En otro poema, reafirma con franqueza lo que es o quiere que sea su poesía: “es comida ni lujosa ni miserable / que la gente deja al pasar cuando anda detrás de platos gastronómicos / Pero a que recurren cuando aprieta el zapato/ Me gustaría ser/ como el arroz humilde en continentes hambreados/ o las alas de pollo después de un poco de cerveza/ el viernes por la noche en Ontario” (La honestidad y el poeta, p.97).
Pero volar fatiga, y, como la banda, el pájaro sigue su vuelo tras las nubes. Y la fatiga, para decirlo con un verso de M. Hernández, presente a veces: “Cansado acaso, pero no vencido”, no es fatiga por la poesía, sino por todo lo demás pero sin aflojarle a la lengua, al contrario, aferrado a ella, a la j, a la eñe, con un golpe de teclado: “elegante y escueto”.
En un poema, como otros, con variadas alusiones: literarias, de letras de tango, con expresiones coloquiales, ironizando las melancolías asoma la nostalgia como alguien que lo hiere a traición y más parco pero menos banal dice: “aquí en el Norte echamos a volar codornices hacia el Sur para que nos traigan de vuelta algo, además de esa nostalgia” (Tango Por radio, p.82) ). Neruda en su Quiero volver al sur, pide al Océano: “tráeme un día del Sur , un día agarrado a tus olas,/ un día de árbol mojado, trae un viento/ polar azul a mi bandera fría”. Es una de las pocas veces en las que el hablante queda inerme. Frente a eso, la edad, con un poco de desesperanza, :“echemos a volar bandadas de buitres débiles, casi/ transparentes/ que vuelvan a nosotros con tesoros cazados en las suaves/ praderas desvanecientes de los recuerdos” (Su postura, p.87).. Pero queda un recurso: la descendencia: los nuevos pájaros.
No menos sensible es la visión de la realidad más cotidiana: la luz que rompe las tinieblas del ser que la contempla. Y otra vez nos damos cuenta que este poeta se maravilla ante el mundo pero sin olvidarse de sí mismo. A veces, la relación con los demás será accidental o sólo difuminados ecos de sonidos vitales. Por eso, tampoco el hablante es alguien premeditado, vive más que planifica su vida. Se deja vivir aunque ocasionalmente se analice y deba abandonar esos exámenes porque sus exterioridades no interesan realmente. Y, tal vez, muchas veces, se podría decir como Talleyrand: “Cuando me analizo, me inquieto pero cuando me comparo, me tranquilizo”. Pero esa realidad que se desliza, le reconcilia con un quehacer con el cual no pretende eternizar nada, menos que nada, su gesto, su escritura que terminaría matando esa vida.
Ese vivir no es pura armonía ni alegría, no puro deslumbre; los momentos sombríos lo aletargan pero aun así, no desea que ellos lo vayan a aniquilar. Por eso salta a otra cosa, de las negatividades retrospectivas, a la actualidad que no las eliminan pero que le permiten respirar.
Y viene otro momento de frescura, un poema escrito solamente con lugares comunes que son revitalizados en diálogos imaginarios, simples pero cuyo encadenamiento nos llevan a una reflexión que reconstituimos y que no es nada más ni nada menos que un pensamiento sobre la existencia. Y casi naturalmente cae ese poema Pelando a los grandes hombres (p.23) que al reactualizar a Cristo y al ché Guevara, nos ponen en el centro de la actualidad con humor y penetración. En esto hay una “fidelidad programática” ya que en un poema Etcheverry ha dicho: “no le tememos a los lugares comunes “ ( Poema con cita para Pedro Henríquez Ureña, p. 46). No se reflexiona sólo con grandes palabras. Hay tanta poesía rimbombante, como esos oradores que no dicen nada porque han manoseado el lenguaje hasta el hipo, porque no hay en ellos esa verdad que contiene la poesía. En ese amanecer en Alba (p.14), hay más realidad y verdad que en los versos retóricos que fueron novedad y estilo hace cientos de años. Esta manera de escribir, desenfadada hemos dicho, hasta juguetona, poco seria para muchos, es poesía. La poesía, toda la literatura es un juego, pero un alto juego. Y las proyecciones en expresiones populares, nunca vulgares pero, ¿por qué no? Nos dan, con fuerza, una visión de un hablante que transita por el mundo con sus cargas de las que no reniega sino que más bien quiere darlas a conocer aunque no sean nada más que una sensación, un sentimiento de simplemente estar viviendo (El vecino, p. 15). Lucidez no significa falta de ilusiones sino asunción de su humanidad en sus circunstancias, ya que el hablante ha sobrepasado esas angustias heideggerianas que lo visitaron pero que no hicieron carne ni habitación absoluta en él. Para algo ha de servir, vivir exiliado y escribir, ¿no
Y hay también sinceramientos (No te creas p.27) que ahondan, si es posible de manera más explícita en la vida cotidiana, en la vida que se asume sin poses ni autoengaños. Así, la palabra sirve para lo que existe, para referir, para desligarse de una interioridad que puede ser asfixiante pero que, en resumidas cuentas, lo mantiene vivo.
He dicho que podíamos hablar de poemas políticos o de compromiso histórico económico social; una vez más, el nombre es lo de menos ya que el poeta no está inclinado sobre la realidad, sino que habla desde ella y por eso, su discurso sale teñido de todo y se refiere a lo que repudia porque todo entra en la poesía y esquivarlo sería deshonesto. Desde su Minipoema invitatorio (p.20) podemos sospechar lo que sus palabras nos confirmarán más adelante. Además, incorpora elementos que expanden el texto al referirse al Internet en varios otros poemas. El Internet me parece mucho más interesante que citar o escribir como Parra como han hecho algunos poetas. Se sale del texto, nos lanza afuera, nos desafía, a hacer otra cosa que leer.
Lo bueno es que no se establecen límites ya que una opinión política es también incursión en Internet como aval a sus afirmaciones. Pero no pierde de vista lo esencial y por eso reclama ahora en otro tono: “Entonces aquí no estamos picando cebolla/a lo mejor ni siquiera estamos haciendo poesía/Falta un género que lo combine todo/El panfleto político, la expresión del alma (en que no creo)/ Los datos fidedignos y el llamado a la acción/Para saludar a la revolución Cubana”(Saludo a Cuba por los 50 años, p.59): desea, no dictamina. Otros poemas, a pesar o gracias a los prosaísmos, van más allá de la simple alusión política o de una toma de posición crítica ya que se revisa también la mitología patriotera que incluso Internet nos explicará con lujo de detalles. Pero no creamos que Internet debe reemplazar nada, no se trata del reader´s digest y por eso hay lo que no está en Internet o no está dicho de esa manera. O sea, Internet…según y conforme y, en resumidas cuentas, el hablante reconoce que su opinión vale lo que vale.
Este hablante está en batalla contra ciertas modas, costumbres y también contra las vacas sagradas o que se creen tales. Su escritura no pide ni da cuartel ni tampoco solicita ayudas ni participa en contubernios. Por eso, el retrato de esos escritores que se asumen como tales, más preocupados de ser considerados tales que de serlo…ya se lo dijo Sherwood Anderson a Faulkner. Y en esto hay algo nada desdeñable que se llama dignidad, sí. Valor de la actitud para decirlo a lo Onetti. El examen del poeta cachorro, como su querido Kerouac y Joyce también, ¿no? Aunque eso lo lleve a un autoanálisis de su orgullo e individualisnmo y a lamentar algún desencuentro con los demás, no modifica esencialmente su autovaloración, su autoestima, vamos, que es lo que nos va quedando. Por eso, las fantasmagóricas rivalidades son vistas también con humor, un tanto melancólico, es cierto; tal vez porque está en el rubro juventud, divino tesoro.
Pero de esa autoevaluación individualista, se alza a otro nivel, su pasar, su vida, es poco, pero la palabra es su arma. Su poder y, aunque poco se pueda hacer ante la realidad, ese poco siempre comienza por la palabra: “Pero nuestro único poder por el momento/ A lo mejor es éste/ (…) Y quizás sea lo único nuestro en este tiempo/En que la Humanidad parece que ella misma espera/sobrevolando una y otra crisis uno y otro sistema fratricida un genocidio y otro y un poco y otro poco de contaminación/Como una bandada de pájaros de poca altura/sobre terrenos turbios/entonces , nosotros/parece que sólo tenemos/Las palabras/Y ahí salen volando” (Lo único-Las voces, p. 55 ) .
Todo eso me lleva a considerar que uno de los rasgos de la poesía de Etcheverry es el repudio de pontificar, de escribir una poesía con soluciones que ya no convencen a nadie pero eso sí, sin perder ciertas convicciones sin las cuales todo daría lo mismo como predican los postmodernos a la violeta, que los hay, los hay .Y, tal vez, deba conformarse con constatar lo que sucede: “Perdularia, perdulario Unos solitos otros gregarios (p. 66).
Si Etcheverry reflexiona sobre su quehacer, ese pensamiento es una estimación de lo dicho; una fidelidad que va más allá del uso del lenguaje. Si no le teme a los lugares comunes, tampoco a los temas recurrentes, piensa estar constituyendo o reactivando maneras de hacer poesía que dejaron de frecuentar otros; en todo caso, más le inquieta escribir banalidades o que: “hay gente que dice/que nunca hicimos poesía”, eso, le lleva a sus comienzos…cuando queríamos mezclar/ revolución social y vanguardia literaria/Hubiera sido lindo/haber llegado a casa de don Pedro/ con nuestros poemas/para que les diera un vistazo (Poema con cita para Pedro Henríquez Ureña, p.47). Y sí, no niega su pasado, lo asume, como Borges puede decir a un imaginario Lugones que, en esos años de juventud, a don Pedro (Poema con cita para Pedro Henríquez Ureña, p. 46) le habría parecido bien la tal porque le habría importado menos la práctica deficiente que la sana teoría de un principiante como le “dijo” Borges a Lugones.
Hay varios poemas que algunos denominarán, tal vez sin más, ecológicos. Un poema como Palabras de la gran mujer (p. 40), encierra varios colores, olores y sabores en lenguajes también variados con un reclamo de compromiso total porque la mujer es total y el hablante hace más liviano todo con la torsión final: Con este cuerpo con este talle no tengo envidia ni ruego a nadie (Palabras de la gran mujer, p.40),) que adquiere un sentido de absoluta seriedad porque es el hombre que debe cambiar su actitud ante ella. Otros poemas con o sin nosotros, implican un llamado que el hablante casi teme, será desoído y queda en un voto de futura nueva actitud antes que lo fatídico se produzca y nadie mueva un dedo para impedirlo.
No temamos a las palabras; considero que la poesía de Jorge Etcheverry aparte de sus varios ritmos, alusiones, tonalidades y velocidades, es una ecología espiritual; mucho de catarsis hay en todo esto y se siente la ligereza después de sacudirse los hombros, de espaldarazos, premios, apoyos dados o solicitados, distinciones, todo lo que “no confieren talento de por sí/ ni valor agregado a la persona. Eso/si es que no se miran desde el suelo…” (De poetas, gatos y carnicería, p. 89). Y ahí pierde el hilo porque confuso de referirse a eso, no, eso no vale. De ahí que vuelva a la poesía en el único poema del libro donde hablará de ella: “esa mujer siempre mojada, siempre solícita/Y fiel y joven/ Pero que, epa, también nos pide nuestra potencia/joven e inacabable/O sabia, anciana y económica/ En la cama del idioma…vamos, levantemos el vuelo” (La poesía, p.94). Y repite, apela al poeta, a su honestidad hasta terminar en una profesión de fe poética que es una reafirmación identitaria; análisis y perspectiva, es una invocación: No dejes que la vida se vuelva/la cadena del poeta (Anticlaudicatorio, p.98 ) porque quiere continuar su actividad, por eso, necesita ser fiel a sí mismo. De paso, menciono que poeta y poesía son como amantes y que en Etcheverry encontramos un erotismo que ha estado siempre si no ausente, muy contenido en la literatura chilena, como el humor, como dice un amigo, somos excesivamente solemnes. Claro, después de Parra, se dirá…pero antes, que? Sí, ahora hay más pero no siempre fino ni muy imaginativo el poeta siente la necesidad de jorgearse, de etcheverrysearse, sólo la poesía puede impedir que :“mi perfil se vea de frente” o no saber qué escribe; no quiere ser: pájaro incierto (…) Jorgéame (…) Etcheverréame: Arcayéame bien arcayeado para no olvidarme de dónde vengo/Para seguirme estirando/ como gato al sol” (Anticlaudicatorio, p. 98). Sí, deseamos también que este pájaro pertinaz siga jorgeándonos etcheverryesca y arcayescamente.
Notas
(1) Etcheverry, J.: Cronipoemas, Split Quotation, Ottawa, 2010.
(2) Ortega, J.: Antología de la poesía hispanoamericana, México: Siglo XXI editores, 1987, p.6.
(3) Lenguaje, realidad y memoria en la poesía de Jorge Etcheverry, Qantati. E Books, 1, 2009, pp.59-86
(4) Poeta y poesía: cinco escritores de Ottawa, en: Antología de prosistas y Poetas de habla hispana, por aparecer en Toronto.
L. Fernando Veas Mercado, Profesor de Estado por la Universidad de Chile, Ph. D., Université Laval, Québec. Ha ejercido la docencia en la Universidad de Chile, Valparaíso, desde 1966 a 1973; en la Universidad Laval entre 1974 y 1981; en la Universidad de Ottawa entre 1982 y 1987 y en la Universidad de Carleton entre 1981 y 2000. Ha publicado artículos en Revistas de Chile, USA, Canadá , México y Perú sobre teoría, poesía, teatro poesía y novela hispanoamericanas. En Eseca Unam, la sede en Gatineau de la Universidad Autónoma de México ha dado cursos sobre cuento hispanoamericano, escritura creativa, sobre el cuento hispanoamericano, la poesía de Pablo Neruda, Don Quijote y La narrativa de G. García Márquez. Ha dado numerosas charlas y conferencias sobre autores hispanoamericanos y ha presentado varios libros y autores en Ottawa y Gatineau.
La adquisición de una obra literaria no es como la de otro producto, como se dice, es un encuentro con el texto, una relación que el texto nos ofrece y que accedemos a compartir, en la que abrimos a una palabra que nos habla nada más que a nosotros que tenemos nuestra carga de vida, de experiencias de todo tipo e incluso, de lecturas. Borges decía que no intentaba leer un libro por segunda vez cuando en la primera se le había caído de las manos. Leemos con atención, con entusiasmo o con desgano, tal vez con desconfianza, con recelo. Si leemos negativamente o con prejuicios, nos autolimitados, cortamos la posibilidad de integrarnos en la aventura que inició el autor que está muy presente o que, en el mejor de los casos, desaparece para dejar su lugar a esa voz que nos habla; que habla a quien quiera escucharla.
Cronipoemas de Jorge Etcheverry es un libro que nos lleva por variadas tensiones y senderos con un lenguaje dinámico, sugerente, rico y flexible que vuelve sobre sí mismo en espirales abarcadoras (1).
El libro trae una cubierta del mismo Etcheverry: me recordó otra, la de la edición en español del Libro del desasosiego de F. Pessoa. Pessoa iba a un café en Lisboa, y allí escribía. Hoy hay una estatua del poeta a la entrada de ese café. Y creo que eso me permite visualizar mejor esa imagen que tengo desde siempre, del poeta, solo, escribiendo, en cualquier lugar, pero solo y sin embargo, tan rodeado de mundo que quiere meter en sus palabras. La contracubierta es una fotografía de Luciano Díaz.
En el prólogo a sus Cronipoemas, Etcheverry nos informa sobre las características de su poesía: ausencia de sobredeterminaciones y de un programa. Dice: creo que un lenguaje demasiado unitario a veces falsea o miente (…) este libro da por implícita la relación poesía-vida, era que no, y algo que es comprensible de suyo, sin drama, cliché ni cebolla, aunque no se excluyen a priori (p.9). Nos mete en su cocina, en su determinación de no dejarse atrapar por condicionantes y, sobre todo, evitar de traducirlos en textos prescindibles aunque algunos los pudieran estimar así. Y está muy consciente que no es novedoso. Termina diciendo: “No quise molestar a ningún crítico o poeta conocido o amigo para que me hiciera un prólogo, ya que están muy ocupados en el invierno en Chile que se estira húmedo en su chaleco de smog o el calor tropical húmedo en este otro país de las antípodas casi nos derrite las neuronas. Espero que estas líneas no prejuicien la lectura” (p. 10). Estaremos alertas ante esta poesía no recomendada por nadie porque el autor no quiere molestar, lo que quiere es que lo leamos sin esas alabanzas casi editoriales que se dan a veces. Porque de molestar, va a hacerlo, pero en otros sentidos. Desprejuiciados, debemos tomarlo como viene porque en sus poemas hay elementos irreductibles, como los que J.C- Sánchez Lara llamaría poesía residual…pero no sólo él. Julio Ortega , al referirse a un poeta venezolano dice: “la palabra de Juan Sánchez Peláez viene cargada de su propio origen, como un monólogo casual que la experiencia sedimenta; su poesía es residual: formaciones parciales después de lo vivido y perdido, y ese carácter le confiere su calidad salmódica, casi elegíaca” (2). Hay cronipoemas en la literatura brasileña también. Para algunos son mini crónica autobiográfica e, incluso, contracultura. Pero esas denominaciones aluden a textos que si no son nuevos en poesía, Prévert es un buen ejemplo, son una expresión vigorosa y sencilla. como adagios o sentencias y que a veces recuerdan las greguerías.
De todo eso hay y eso es lo bueno. Si hay cosas claras, no tienen aspecto monolítico ni definitivo, todo sigue en movimiento, como la vida. Las evocaciones, si son nostalgiosas, son suaves melancolías, no hay angustia ni echar de menos otros tiempos u otros periodos de la vida: la mirada retrospectiva, es amable, irónica, comprensiva.
Por eso, me atengo a mis impresiones sobre los primeros poemas de Etcheverry que leí y que comenté alguna vez. Etcheverry recicla con buena voz, ¿bricolage, compostage, potluck, patchwork, residual? ¿Planta procesadora de basura como cita a alguien? (De poetas, gatos y carnicerías, p. 89). Sabemos además que el poeta es amante de los limericks. Pero creo que nada de eso le importa mucho , lo que sí le interesa, es coincidir no sólo en las formas, tan diluidas las más de las veces sino sobre todo, una concomitancia en profundidad: con ése voy, o, éste viene conmigo. Por supuesto que no todo es exterioridad o desinterés y vitalidad extravertida, no todos son lugares de paraje como decía Ceferino Piriz, están las zonas más íntimas, como algunos poemas como Samuel Beckett blues (p.72) y aquellos, o pasajes de otros, donde esa zona irrumpe, donde entran los pájaros aludidos como ese albatros, o expuestos: deseos, pulsiones hasta imposibilidades, pero nunca un pájaro a tierra o que no levanta vuelo. Ya hablé de eso una vez en mi artículo sobre la imaginación y el vuelo en la poesía de Etcheverry (3). Creo también que la poesía de Etcheverry vuelve y vuelve, haciéndose, siempre y que es difícil hablar de programación, sus poemas son todos y en su conjunto, un dejarse llevar por la palabra, una aceptación de no ponerle puertas al campo (4). Deja fluir la realidad en la palabra que renuncia a atrapar y de ahí que muchos textos de esta selección tengan, cada uno, su propia melodía .
Esta poesía tiene la lozanía de lo no premeditado ni estatuido. Esos temples de ánimo, esa aceptación del estado de yecto, como dice por ahí, hace de sus textos, que no quiero comparar con otros ni con principios, antimetáforas por desnudez del lenguaje, no pobreza; sobriedad.
Ante la infinita variedad de la realidad, la palabra parece incompetente, pesadilla de todo escritor que se lea críticamente; el hablante se resigna a ser una correa de transmisión, no medium ni vate, ni un otro, actitudes rechazadas por su habla. Por eso, sus textos son ajenos de solemnidad, lo que no significa superficial ni simple, porque la realidad inasible, en su invisible multiplicidad, se resiste a ser aprisionada, vestida por la palabra.
A veces, construye poemas con lugares comunes y frases hechas en las que, en el comercio habitual, la verdad se banaliza pero que en sus poemas surge como un punto de vista nuevo de esa realidad disminuida. Aquí no hay alquimia: el plomo es plomo y la palabra no es piedra filosofal ni nos llevará a ningún éxtasis sino a un centro que siempre se nos había escapado y, tal vez, a tratar de recuperar la luz primera de lo aludido en la frescura de la expresión.
¿Cómo, sin falsearla, podemos estructurar, domesticar y hacer asequible una realidad que ha quedado sepultada por el desgaste y que ya no se abre a ninguna contemplación y que se desliza? Etcheverry lo expresa sin que se le mueva ni una eñe pero con la debida cautela con la que el hombre maduro debe cuidar sus energías, si quiere hacerle bien el amor a una mujer más joven, que, lo busque o no, está ahí: la poesía está ahí.
Le interesa hablar de sí, sin empacho, sin falsos pudores ni grandilocuencias porque el hablante está más cerca de allá que de acá, no se va a mirar en el espejo para ver si está bien peinado ni sacarse la suerte con el otro gitano que lo mira, tal vez febril, pero tranquilo.
Muchos críticos han dicho que los peores comentaristas e intérpretes de sus propias obras, son los autores…no comparto esa opinión porque desconoce la lucidez del trabajo intelectual: es creer que los artistas son unos iluminados o estimar que no saben lo que escriben.
En los textos de Etcheverry siempre hay esa reflexión sobre la marcha en torno al propio quehacer poético y no me sorprende que, una vez más denuncie y no tan entre líneas, sino con ironía, algunos tipos todavía en uso.
Tal vez se puedan agrupar estos poemas de Etcheverry, en algunas modalidades, para no utilizar la palabra temática, que poseen rasgos discernibles en otras obras, incluso, con nuevas dimensiones y profundidades.
La obra está constituida por 64 poemas. Hay diez con títulos que aluden al poeta, al poema o a la poesía; hay otros humorísticos, cuatro. La mayoría de los títulos son curiosos, frases corrientes, sólo tres ofrecen una alusión literaria y otros tres podrían sonar grandilocuentes; cinco con un motivo político. Pero todo eso es engañoso ya que más de cinco poemas tienen transfondo político social. Toda clasificación o intento es vano, ya lo dijo Borges. Quería mencionar eso porque el título de un libro o de un poema nos lanza en una dirección, antes de comenzar a leer. Pero hay que tener cuidado, ya lo dijo Eco, hay títulos claros y muchos engañosos.
El libro se abre con: come pane e pesto/ pasta e provolone/ io sono prosciutto/ e tu sei melone (p.11). Lo que el pan es al queso, el pesto es a los spaghetti, de esa manera, yo soy jamón y tú eres melón; o sea, el perfecto acuerdo se sabor para maducarse. Los sabores: salado y picante; salado y dulce.
De ahí que el poema siguiente, de manera delicada, nos habla de la pulsión del deseo pero también de la amorosa; iluminaciones súbitas, relampagueantes sentidas en medio de la vida. Saciado el sentimiento, el poeta viene a su sueño y a la consagración de su quehacer; mezcla y sigue: al poeta/pájaro sigue el poeta diablo- cojuelo: Como aparece en el sueño/ colectivo el poeta/ Gigante dando pasos sobre la tierra/ de un color que es todos los colores/ con una voz que es todas las voces y termina…el poeta gigante/ velando sobre los techos dormidos/ sobre la tierra/ sembrando pájaros” (p. 13). Entre ese principio y final, todas las urbes, los demás en todas sus expresiones. Quiero destacar esta autovaloración del poeta que nos trae ecos, claro, de ese hermoso poema de Baudelaire, El albatros ave sobre el cual Neruda escribió también un gran poema; el de Etcheverry lo asocio al diablillo que levanta los techos. Hay poemas en los que en otro tono, el hablante proclama que “todo cabe en la poesía” (De poetas, gatos y carnicería, p.89) y que ponerse a deslindar tópicos, méritos y otras yerbas, le hace decir: “Es por eso/ (que se me fue la onda)” (ibid, p.90). Los poetas, como los pájaros, viven espontáneamente porque es la poesía la que hará todo el trabajo y los hará volar si responden, a las incitaciones y asume su calidad de tal como en el lecho con una mujer; si tienen la capacidad de volar y no se quedan ahí, varados. Si el poeta, con todas sus limitaciones puede incorporarse (Voz rota, p. 96), habrá remecido a los demás. Pero para eso, aparte de la manera, el poeta debe ser honrado y es por eso que la poesía de Etcheverry está ligada a su vida: sin adornos ni escapes, sin trampas porque es la verdad que lo hará legible (La honestidad y el poeta). Así, con pudor y autoironía pensando hondo, a menudo, Etcheverry borra con una palabra una construcción que le parece con mucho stimmung, muy cabezona, un caldito de cabeza, casi vergonzante por pensar en lo que los demás miran al desgaire o desdeñan. Por ejemplo, dice: Pero el lenguaje/ (una Weltanschauung)/ una actitud hacia la vida/y la cacha de la espada/la perinola chica /y así por el estilo” (Inglés y francés en Canadá, p.75 ).
La melancolía puede ser su asesina; debe rendirse a ella, por eso: en ese día lluvioso no hay grandes batallas que ganar ni empresas importantes/ nada más que seguir caminando/ por la calle. Que evidencia ese hacer cara a una realidad inhóspita, que debe asumir. En otro poema, reafirma con franqueza lo que es o quiere que sea su poesía: “es comida ni lujosa ni miserable / que la gente deja al pasar cuando anda detrás de platos gastronómicos / Pero a que recurren cuando aprieta el zapato/ Me gustaría ser/ como el arroz humilde en continentes hambreados/ o las alas de pollo después de un poco de cerveza/ el viernes por la noche en Ontario” (La honestidad y el poeta, p.97).
Pero volar fatiga, y, como la banda, el pájaro sigue su vuelo tras las nubes. Y la fatiga, para decirlo con un verso de M. Hernández, presente a veces: “Cansado acaso, pero no vencido”, no es fatiga por la poesía, sino por todo lo demás pero sin aflojarle a la lengua, al contrario, aferrado a ella, a la j, a la eñe, con un golpe de teclado: “elegante y escueto”.
En un poema, como otros, con variadas alusiones: literarias, de letras de tango, con expresiones coloquiales, ironizando las melancolías asoma la nostalgia como alguien que lo hiere a traición y más parco pero menos banal dice: “aquí en el Norte echamos a volar codornices hacia el Sur para que nos traigan de vuelta algo, además de esa nostalgia” (Tango Por radio, p.82) ). Neruda en su Quiero volver al sur, pide al Océano: “tráeme un día del Sur , un día agarrado a tus olas,/ un día de árbol mojado, trae un viento/ polar azul a mi bandera fría”. Es una de las pocas veces en las que el hablante queda inerme. Frente a eso, la edad, con un poco de desesperanza, :“echemos a volar bandadas de buitres débiles, casi/ transparentes/ que vuelvan a nosotros con tesoros cazados en las suaves/ praderas desvanecientes de los recuerdos” (Su postura, p.87).. Pero queda un recurso: la descendencia: los nuevos pájaros.
No menos sensible es la visión de la realidad más cotidiana: la luz que rompe las tinieblas del ser que la contempla. Y otra vez nos damos cuenta que este poeta se maravilla ante el mundo pero sin olvidarse de sí mismo. A veces, la relación con los demás será accidental o sólo difuminados ecos de sonidos vitales. Por eso, tampoco el hablante es alguien premeditado, vive más que planifica su vida. Se deja vivir aunque ocasionalmente se analice y deba abandonar esos exámenes porque sus exterioridades no interesan realmente. Y, tal vez, muchas veces, se podría decir como Talleyrand: “Cuando me analizo, me inquieto pero cuando me comparo, me tranquilizo”. Pero esa realidad que se desliza, le reconcilia con un quehacer con el cual no pretende eternizar nada, menos que nada, su gesto, su escritura que terminaría matando esa vida.
Ese vivir no es pura armonía ni alegría, no puro deslumbre; los momentos sombríos lo aletargan pero aun así, no desea que ellos lo vayan a aniquilar. Por eso salta a otra cosa, de las negatividades retrospectivas, a la actualidad que no las eliminan pero que le permiten respirar.
Y viene otro momento de frescura, un poema escrito solamente con lugares comunes que son revitalizados en diálogos imaginarios, simples pero cuyo encadenamiento nos llevan a una reflexión que reconstituimos y que no es nada más ni nada menos que un pensamiento sobre la existencia. Y casi naturalmente cae ese poema Pelando a los grandes hombres (p.23) que al reactualizar a Cristo y al ché Guevara, nos ponen en el centro de la actualidad con humor y penetración. En esto hay una “fidelidad programática” ya que en un poema Etcheverry ha dicho: “no le tememos a los lugares comunes “ ( Poema con cita para Pedro Henríquez Ureña, p. 46). No se reflexiona sólo con grandes palabras. Hay tanta poesía rimbombante, como esos oradores que no dicen nada porque han manoseado el lenguaje hasta el hipo, porque no hay en ellos esa verdad que contiene la poesía. En ese amanecer en Alba (p.14), hay más realidad y verdad que en los versos retóricos que fueron novedad y estilo hace cientos de años. Esta manera de escribir, desenfadada hemos dicho, hasta juguetona, poco seria para muchos, es poesía. La poesía, toda la literatura es un juego, pero un alto juego. Y las proyecciones en expresiones populares, nunca vulgares pero, ¿por qué no? Nos dan, con fuerza, una visión de un hablante que transita por el mundo con sus cargas de las que no reniega sino que más bien quiere darlas a conocer aunque no sean nada más que una sensación, un sentimiento de simplemente estar viviendo (El vecino, p. 15). Lucidez no significa falta de ilusiones sino asunción de su humanidad en sus circunstancias, ya que el hablante ha sobrepasado esas angustias heideggerianas que lo visitaron pero que no hicieron carne ni habitación absoluta en él. Para algo ha de servir, vivir exiliado y escribir, ¿no
Y hay también sinceramientos (No te creas p.27) que ahondan, si es posible de manera más explícita en la vida cotidiana, en la vida que se asume sin poses ni autoengaños. Así, la palabra sirve para lo que existe, para referir, para desligarse de una interioridad que puede ser asfixiante pero que, en resumidas cuentas, lo mantiene vivo.
He dicho que podíamos hablar de poemas políticos o de compromiso histórico económico social; una vez más, el nombre es lo de menos ya que el poeta no está inclinado sobre la realidad, sino que habla desde ella y por eso, su discurso sale teñido de todo y se refiere a lo que repudia porque todo entra en la poesía y esquivarlo sería deshonesto. Desde su Minipoema invitatorio (p.20) podemos sospechar lo que sus palabras nos confirmarán más adelante. Además, incorpora elementos que expanden el texto al referirse al Internet en varios otros poemas. El Internet me parece mucho más interesante que citar o escribir como Parra como han hecho algunos poetas. Se sale del texto, nos lanza afuera, nos desafía, a hacer otra cosa que leer.
Lo bueno es que no se establecen límites ya que una opinión política es también incursión en Internet como aval a sus afirmaciones. Pero no pierde de vista lo esencial y por eso reclama ahora en otro tono: “Entonces aquí no estamos picando cebolla/a lo mejor ni siquiera estamos haciendo poesía/Falta un género que lo combine todo/El panfleto político, la expresión del alma (en que no creo)/ Los datos fidedignos y el llamado a la acción/Para saludar a la revolución Cubana”(Saludo a Cuba por los 50 años, p.59): desea, no dictamina. Otros poemas, a pesar o gracias a los prosaísmos, van más allá de la simple alusión política o de una toma de posición crítica ya que se revisa también la mitología patriotera que incluso Internet nos explicará con lujo de detalles. Pero no creamos que Internet debe reemplazar nada, no se trata del reader´s digest y por eso hay lo que no está en Internet o no está dicho de esa manera. O sea, Internet…según y conforme y, en resumidas cuentas, el hablante reconoce que su opinión vale lo que vale.
Este hablante está en batalla contra ciertas modas, costumbres y también contra las vacas sagradas o que se creen tales. Su escritura no pide ni da cuartel ni tampoco solicita ayudas ni participa en contubernios. Por eso, el retrato de esos escritores que se asumen como tales, más preocupados de ser considerados tales que de serlo…ya se lo dijo Sherwood Anderson a Faulkner. Y en esto hay algo nada desdeñable que se llama dignidad, sí. Valor de la actitud para decirlo a lo Onetti. El examen del poeta cachorro, como su querido Kerouac y Joyce también, ¿no? Aunque eso lo lleve a un autoanálisis de su orgullo e individualisnmo y a lamentar algún desencuentro con los demás, no modifica esencialmente su autovaloración, su autoestima, vamos, que es lo que nos va quedando. Por eso, las fantasmagóricas rivalidades son vistas también con humor, un tanto melancólico, es cierto; tal vez porque está en el rubro juventud, divino tesoro.
Pero de esa autoevaluación individualista, se alza a otro nivel, su pasar, su vida, es poco, pero la palabra es su arma. Su poder y, aunque poco se pueda hacer ante la realidad, ese poco siempre comienza por la palabra: “Pero nuestro único poder por el momento/ A lo mejor es éste/ (…) Y quizás sea lo único nuestro en este tiempo/En que la Humanidad parece que ella misma espera/sobrevolando una y otra crisis uno y otro sistema fratricida un genocidio y otro y un poco y otro poco de contaminación/Como una bandada de pájaros de poca altura/sobre terrenos turbios/entonces , nosotros/parece que sólo tenemos/Las palabras/Y ahí salen volando” (Lo único-Las voces, p. 55 ) .
Todo eso me lleva a considerar que uno de los rasgos de la poesía de Etcheverry es el repudio de pontificar, de escribir una poesía con soluciones que ya no convencen a nadie pero eso sí, sin perder ciertas convicciones sin las cuales todo daría lo mismo como predican los postmodernos a la violeta, que los hay, los hay .Y, tal vez, deba conformarse con constatar lo que sucede: “Perdularia, perdulario Unos solitos otros gregarios (p. 66).
Si Etcheverry reflexiona sobre su quehacer, ese pensamiento es una estimación de lo dicho; una fidelidad que va más allá del uso del lenguaje. Si no le teme a los lugares comunes, tampoco a los temas recurrentes, piensa estar constituyendo o reactivando maneras de hacer poesía que dejaron de frecuentar otros; en todo caso, más le inquieta escribir banalidades o que: “hay gente que dice/que nunca hicimos poesía”, eso, le lleva a sus comienzos…cuando queríamos mezclar/ revolución social y vanguardia literaria/Hubiera sido lindo/haber llegado a casa de don Pedro/ con nuestros poemas/para que les diera un vistazo (Poema con cita para Pedro Henríquez Ureña, p.47). Y sí, no niega su pasado, lo asume, como Borges puede decir a un imaginario Lugones que, en esos años de juventud, a don Pedro (Poema con cita para Pedro Henríquez Ureña, p. 46) le habría parecido bien la tal porque le habría importado menos la práctica deficiente que la sana teoría de un principiante como le “dijo” Borges a Lugones.
Hay varios poemas que algunos denominarán, tal vez sin más, ecológicos. Un poema como Palabras de la gran mujer (p. 40), encierra varios colores, olores y sabores en lenguajes también variados con un reclamo de compromiso total porque la mujer es total y el hablante hace más liviano todo con la torsión final: Con este cuerpo con este talle no tengo envidia ni ruego a nadie (Palabras de la gran mujer, p.40),) que adquiere un sentido de absoluta seriedad porque es el hombre que debe cambiar su actitud ante ella. Otros poemas con o sin nosotros, implican un llamado que el hablante casi teme, será desoído y queda en un voto de futura nueva actitud antes que lo fatídico se produzca y nadie mueva un dedo para impedirlo.
No temamos a las palabras; considero que la poesía de Jorge Etcheverry aparte de sus varios ritmos, alusiones, tonalidades y velocidades, es una ecología espiritual; mucho de catarsis hay en todo esto y se siente la ligereza después de sacudirse los hombros, de espaldarazos, premios, apoyos dados o solicitados, distinciones, todo lo que “no confieren talento de por sí/ ni valor agregado a la persona. Eso/si es que no se miran desde el suelo…” (De poetas, gatos y carnicería, p. 89). Y ahí pierde el hilo porque confuso de referirse a eso, no, eso no vale. De ahí que vuelva a la poesía en el único poema del libro donde hablará de ella: “esa mujer siempre mojada, siempre solícita/Y fiel y joven/ Pero que, epa, también nos pide nuestra potencia/joven e inacabable/O sabia, anciana y económica/ En la cama del idioma…vamos, levantemos el vuelo” (La poesía, p.94). Y repite, apela al poeta, a su honestidad hasta terminar en una profesión de fe poética que es una reafirmación identitaria; análisis y perspectiva, es una invocación: No dejes que la vida se vuelva/la cadena del poeta (Anticlaudicatorio, p.98 ) porque quiere continuar su actividad, por eso, necesita ser fiel a sí mismo. De paso, menciono que poeta y poesía son como amantes y que en Etcheverry encontramos un erotismo que ha estado siempre si no ausente, muy contenido en la literatura chilena, como el humor, como dice un amigo, somos excesivamente solemnes. Claro, después de Parra, se dirá…pero antes, que? Sí, ahora hay más pero no siempre fino ni muy imaginativo el poeta siente la necesidad de jorgearse, de etcheverrysearse, sólo la poesía puede impedir que :“mi perfil se vea de frente” o no saber qué escribe; no quiere ser: pájaro incierto (…) Jorgéame (…) Etcheverréame: Arcayéame bien arcayeado para no olvidarme de dónde vengo/Para seguirme estirando/ como gato al sol” (Anticlaudicatorio, p. 98). Sí, deseamos también que este pájaro pertinaz siga jorgeándonos etcheverryesca y arcayescamente.
Notas
(1) Etcheverry, J.: Cronipoemas, Split Quotation, Ottawa, 2010.
(2) Ortega, J.: Antología de la poesía hispanoamericana, México: Siglo XXI editores, 1987, p.6.
(3) Lenguaje, realidad y memoria en la poesía de Jorge Etcheverry, Qantati. E Books, 1, 2009, pp.59-86
(4) Poeta y poesía: cinco escritores de Ottawa, en: Antología de prosistas y Poetas de habla hispana, por aparecer en Toronto.
L. Fernando Veas Mercado, Profesor de Estado por la Universidad de Chile, Ph. D., Université Laval, Québec. Ha ejercido la docencia en la Universidad de Chile, Valparaíso, desde 1966 a 1973; en la Universidad Laval entre 1974 y 1981; en la Universidad de Ottawa entre 1982 y 1987 y en la Universidad de Carleton entre 1981 y 2000. Ha publicado artículos en Revistas de Chile, USA, Canadá , México y Perú sobre teoría, poesía, teatro poesía y novela hispanoamericanas. En Eseca Unam, la sede en Gatineau de la Universidad Autónoma de México ha dado cursos sobre cuento hispanoamericano, escritura creativa, sobre el cuento hispanoamericano, la poesía de Pablo Neruda, Don Quijote y La narrativa de G. García Márquez. Ha dado numerosas charlas y conferencias sobre autores hispanoamericanos y ha presentado varios libros y autores en Ottawa y Gatineau.
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About Me
- j.etcheverry
- Ottawa, Ontario, Canada
- Canadá desde 1975, se inicia en los 60 en el Grupo América y la Escuela de Santiago. Sus libros de poemas son El evasionista/the Escape Artist (Ottawa, 1981); La calle (Santiago, 1986); The Witch (Ottawa, 1986); Tánger (Santiago, 1990); Tangier (Ottawa, 1997); A vuelo de pájaro (Ottawa, 1998); Vitral con pájaros (Ottawa; 2002) Reflexión hacia el sur (Saskatoon, 2004) y Cronipoemas (Ottawa, 2010) En prosa, la novela De chácharas y largavistas, (Ottawa, 1993). Es autor de la antología Northern Cronopios, antología de narradores chilenos en Canadá, Canadá, 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, España y Polonia. En 2000 ganó el concurso de nouvelle de www.escritores.cl con El diario de Pancracio Fernández. Ha sido antologado por ejemplo en Cien microcuentos chilenos, de Juan Armando Epple; Latinocanadá, Hugo Hazelton; Poéticas de Chile. Chilean Poets. Gonzalo Contreras; The Changuing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, de Sandra E.Aravena de Herron. Es uno de los editores de Split/Quotation – La cita trunca.