Jorge Etcheverry
Uno de los rasgos, quizás el más importante, que caracterizó al período llamado modernismo en literatura, se afirme o no su ruptura con el postmodernismo, es la problemática de la identidad, que ahí se resuelve en la permanencia del yo, la subjetividad, la identidad, en términos de una conciencia cartesiana. Incluso en sus manifestaciones más tardías y extremas, como por ejemplo la trilogía de novelas de Samuel Beckett, Molloy, Malone muere y El innombrable, el yo se va despojando gradualmente de sus atributos físicos y sicológicos hasta quedar reducido a una conciencia irreductible, monádica, esencial e identitaria. Así, en esta concepción ‘occidental’, que en definitiva culmina un proceso iniciado por lo menos con la Edad Moderna, la identidad puede ser problemática, pero no está en entredicho. Existe un sustrato identitatrio monádico, cogitante, subjetivo y permanente.
La identidad del mundo no occidental, que nunca fue plenamente ‘moderno’ siempre ha sido precaria. La subjetividad y la identidad ‘occidentales’ son producto del desarrollo de la modernidad y atributo de una burguesía emergente.
Las colonias y para colonias a que se impuso la concepción del mundo occidental hacen surgir manifestaciones ideológicas y culturales híbridas, reflejas o similares a las de la metrópolis, pero en cuya estructura y contenidos se dejan entrever otras concepciones implícitas o a medias expresadas, por ejemplo del yo y la identidad, que pueden aparecer como en ‘emergencia’ en el doble sentido de la palabra.
Sobre todo en el siglo pasado, el avance del capitalismo, que significa entre otras cosas la homogeneización de los modos de vida, hace que en la metrópolis occidental se acentúe la alienación, que si bien no alcanza a eliminar la identidad moderna subyacente, la convierte en problemática. En la alineación uno se saldría de sí mismo, se enajenaría, pero hay un sustrato identitario previo al proceso. La urbe occidental produce al hombre unidimensional, pero se trataría de un proceso de ‘alienación’ de una identidad ya preexistente. En todo caso, esta precariedad de la identidad se viene a acentuar con esa otra extensión y profundización de los rasgos y dicotomías del capitalismo imperialista que se ha dado en llamar ‘globalización’.
En las metrópolis sujetas a la dinámica de la aceleración de la producción y el consumo, se produce una suerte de facilitación de las relaciones interpersonales y de las personas con las instituciones, para abreviar el intercambio de información entre los agentes y en lo ideal limitarlo a la practicalidad productiva y comercial. Muchos de los matices y fórmulas de intercambio interpersonal en sociedades más ‘tradicionales’, estáticas y estables, menos dinámicas y productivas, se ven simplificados o eliminados por un lenguaje ‘a la mano’ de ‘corriente principal’. La persona se define por su rol de trabajador asalariado, consumidor, objeto de consumo o administrador. Existe cada vez menos lugar para lo ‘alternativo’ mientras se subsumen las capas grises en la marginalidad. La identidad personal y colectiva se transforma y resiente con esta acentuación de los valores y formas del mercado en todos los aspectos de la vida. Ligada como está al reconocimiento social e institucional, la concesión o negación de la identidad es otro elemento del sistema para la subyugación y explotación del ser humano en tanto recurso laboral y natural.
La transhumancia individual y colectiva, llámese exilio o inmigración, el desplazamiento, la accesibilidad del viaje, en general están sobredeterminados: es desde la periferia que los conglomerados humanos tienden a migrar hacia el centro, en un proceso que se reproduce al interior de las regiones y los países. El tema del provinciano en la capital se repite en todas las literaturas. Es así que, por ejemplo, por su imagen de desarrollo económico y estabilidad institucional, vecinos de países más pobres e inestables se trasladan a Chile donde rápidamente constituyen—como en el caso de los peruanos—, comunidades más o menos cerradas y discriminadas por sus anfitriones. Es decir que en alguna medida se reproduce la situación de los países occidentales desarrollados tradicionales.
Con las comunidades refugiadas o exiladas, sobre todo en el caso de estas últimas, provenientes de lo que se llama Mundo en desarrollo o Hemisferio Sur, llegan a los estados metropolitanos desarrollados sus activistas políticos, profesionales y artistas, intelectuales y escritores.
Si bien se podría cualificar a estos exilios como ´progresistas’ o ‘de izquierdas’, enfrentados a estados totalitarios u oligárquicos de derecha, lo que puede haber sido la tendencia predominante en los 70 y 80 del siglo pasado, esto ya no es así. Los escritores exilados cubanos son numerosos, organizados y aparecen denunciando a una dictadura. Es de suponer que los opositores de Mugabe en Zimbawe, un régimen con un discurso antiimperialista y anticolonial, actúan de manera parecida. Si bien en las comunidades inmigrantes tradicionales sólo ocasionalmente las figuras destacadas llegan a los negocios o la política, sobre todo en la segunda generación, en el caso de los exilios son los intelectuales y escritores los que de alguna manera otorgan en gran medida el perfil de la comunidad.
En el caso de Canadá, por ejemplo, uno de los sectores profesionales con más perfil institucional y público es el de los intelectuales y escritores, cuya exposición y reagrupamiento fueron informales y asistemáticos, surgidos alrededor de las comunidades exiladas que huían o eran expulsadas de regímenes derechistas, y que definían al trabajo cultural como importante tanto para la denuncia del estado de cosas en su país como para el acopio de solidaridad.
Lo que no es extraño, ya que la cultura, y la literatura en especial, por su carácter eminentemente representativo y reflejo, sobre todo en América latina, pareciera tener un signo progresista.
El escritor latinoamericano en un país desarrollado de habla inglesa se sitúa en el centro de un haz de contradicciones y solicitaciones diversas y a veces contrapuestas. Es una figura bastante marginal en el seno de la comunidad trasplantada, salvo la coincidencia variable con la misma en el caso de los exilios progresistas, caso en que la comunidad misma es de algún modo heterogénea en el seno de la sociedad nacional. Pero en general el escritor deja de serlo sin una distancia frente a la sociedad o el sistema que posibilita su producción, lo que introduce en este caso una mediación que no coincide con la linearidad de la expresión de denuncia o comprometida al cien por ciento. Así, no ‘calza’ completamente con su misma comunidad. Sólo a regañadientes y en aras de la mantención de una cultura literaria en pro de la solidaridad, una comunidad exilada tolerará mediaciones textuales que entraben la comunicación directa y comprensible universalmente ‘de suyo’ del mensaje.
Por otro lado, el autor latinoamericano se inserta en una literatura subordinada, de ‘menor difusión’ como se la ha denominado eufemísticamente, externa o tangencial respecto a la de la corriente principal y por lo tanto del continuun crítica, academia y comercialización que constituye la institución literaria. Además, sigue existiendo el sentido de pertenencia cultural de los escritores latinos a la región o el país de origen, que entretanto sigue su evolución histórica, distanciándose más y más los contenidos e idioma obsoleto y contaminado de neologismos de los escritores exilados/emigrantes.
En Canadá, la adscripción del autor latinoamericano a la literatura del país pasa por la superación no tan sólo del idioma, sino en muchos casos de la tradición literaria local. La presencia de los ‘itsmos’, tan caros especialmente al Cono Sur es bastante reducida. El mercado editorial nacional determina ciertas temáticas afines con las presuposiciones y expectativas que se supone o espera del escritor inmigrante/exilado: el compromiso y la denuncia, el proceso de aculturación, lo exótico y la otredad. Las obras son relegadas por la institución literaria y el sistema de comercialización al ámbito del ‘mulculturalismo’ y su estudio a las temáticas de la literatura minoritaria, comunitaria, la diáspora y el exilio. Lo que ha generado, junto con el aumento de la población hispanoparlante, la creación de un mercado nicho y una micro institución literaria paralelos y anfibológicos: sin ser literatura canadiense a secas, las obras pueden ser clasificadas como del exilio, de la diáspora, neo-canadienses, productos de una literatura intersticial o subordinada, latinoamericana o nacional, en cada caso, regional o provincial, anglófona, francófona o alófona, latina.
En el caso chileno los autores se pueden adscribir a la vaga ‘Región XIV’, que abarcaría a los chilenos residentes en el exterior, sin que el requisito de la ciudadanía sea imprescindible.
Este proceso que atañe a los productos del quehacer literario, afecta a los escritores individuales y al estamento de los escritores regionales transplantados, emigrantes, exilados. El rol social es inseparable del estado ontológico. Proveniente de una región cuyo concepto y vivencia de la identidad son explícita o en general implícitamente diferentes de la metropolitana y moderna, emergentes, como decíamos al principio, y por estar sujeta a la escasez identitaria de la sociedad urbana desarrollada global, la persona concreta del escritor se ve solicitada por diferentes complejos sociales e institucionales, identitarios. En que su mismo ser ontológico debe mutar y adaptarse en tanto ‘persona’ a diferentes ámbitos. La publicación y reconocimiento en un sentido de exposición significa una garantía de existencia e identidad, de un rol. De ahí a veces su atractivo doble como vehículo del ser social/comunitario y de expresión y mostración, rescate público de una biografía, lo que entrega sentido y afianza una identidad mutante, anfibológica y maleable. Fuera de su contexto original, en ausencia de la sedimentación jerárquica de discursos depositados históricamente en las sociedades de origen, que legitiman los discursos como ‘literarios’, adquieren importancia junto a las formas literarias canónicas practicadas por el escritor exilado/trasplantado en su país las formas testimoniales, comunitarias y, folclóricas, que pasan a coexistir con los cánones tradicionales más o menos consagrados de los países de origen, y sus criterios de calidad estilística. En muchos casos, lo que en un determinado país de origen sería catalogado como subliteratura adquiere credenciales.
Es que ya no se trata simplemente de literatura. En una realidad multicultural, que a la vez que integra a los diversos y cambiantes elementos culturales de una sociedad definida en gran medida por la inmigración, sólo ocasionalmente se da espacio al vínculo entre las diversas ‘comunidades étnicas’ (interculturalismo), y está presente una actitud cultural más de defensa contra una invasión que de asimilación transformadora.
Pero esta literatura hispanohablante subordinada o marginal y sus escritores son parte importante del acerbo y el perfil institucional y social de su comunidad. No es extraño que a nivel latinoamericano en este país, lanzamientos de libros, publicaciones, recitales y lecturas sean eventos comunitarios y políticos, lo que sólo se da en los márgenes de la producción literaria de la corriente principal. Esta voluntad de afirmación y expresión que conlleva una marca identitaria, una búsqueda o afianzamiento de un perfil social y por ende ontológico, en y frente a la sociedad anfitriona y el seno de la comunidad, es lo que explica por ejemplo en parte la ausencia de empresas editoriales comerciales hispanas de envergadura, ya que la función editorial se convierte en vehículo de expresión y afirmación individual y colectiva, además de plantearse la distribución de una literatura.
Un autor latinoamericano en Canadá puede desempeñarse según las circunstancias como escritor comprometido, escritor anglófono o francófono, escritor alófono, escritor exilado de su respectivo país, escritor del exilio latinoamericano, escritor canadiense con guión. Pero el escritor anglo o francófono de corriente principal no miembro de minorías gozará de una identidad subyacente e inmutable frente a la identidad mutable y aleatoria de los escritores trasplantados, lo que es otra marca de separación y pertenencia o marginación frente al estado de cosas en un contexto de escasez de identidad y por ende de relevancia social y ontológica. La identidad del escritor canadiense es establecida, básicamente inmodificable e inmutable, privilegio original paralelo a su papel de productor de mercancías libro real y efectivamente comercializables y por ende registrables crítica e históricamente.
Para terminar con un ejemplo, tomemos al Proyecto Adrianne, consistente en la recolección de obras de autores exilados chilenos en Canadá por la Biblioteca Nacional de Canadá y su remisión a la Biblioteca Nacional de Chile es un ejemplo de dos versiones de un mismo proyecto que opera en dos contextos culturales. Surgido en Chile: “La Biblioteca Nacional de Canadá reunirá libros escritos por escritores exilados, así como manuscritos y documentación privada para su envío a Chile, donde formarán parte de una colección especial permanente en la Biblioteca de Santiago (IFLA Journal, Vol. 27 (2001), No. 4). Este proyecto, al hacerse operativo en Canadá, pasó a incluir automáticamente en principio todo trabajo en diferentes medios relativos al exilio y estadía chilenos en el país. El proyecto relativo a la recolección del material literario se convirtió en recolección documental sobre una comunidad exilada. Indudablemente mucho más rico y útil para una posible futura investigación- Pero lo que nos interesa recalcar aquí es la modificación automática del proyecto al pasar a manos institucionales canadienses: en Chile se pensaba en autores chilenos exilados en términos de una literatura nacional. En el contexto canadiense el proyecto pasa a documentar lo que se entiende implícitamente como una literatura étnica, que carece de una identidad perfilada y que se confunde con su comunidad, en un juego sistémico implícito de presuposiciones que salvaguarda la jerarquía de literatura en tanto tal para la de la corriente principal. En este caso, los autores chilenos exilados pasan de ser el foco de un proyecto de recopilación de obras literarias a un elemento testimonial entre otros de las vicisitudes de una comunidad exilada, en este ejemplo de mutabilidad y polivalencia identitarias.
Blogista de algún modo personal, pero que acepta anuncios, colaboraciones y comentarios de lectores y etcheverroides. Dedicada sobre todo a textos, literatura (eventos, artículos, crítica, metacrítica, etc.), política en sentido amplio--y en el otro-- e ideas. Dirigir la correspondencia a jorgecheverry@yahoo.com o a jorgeetcheverry@rogers.com
Friday, April 3, 2009
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- j.etcheverry
- Ottawa, Ontario, Canada
- Canadá desde 1975, se inicia en los 60 en el Grupo América y la Escuela de Santiago. Sus libros de poemas son El evasionista/the Escape Artist (Ottawa, 1981); La calle (Santiago, 1986); The Witch (Ottawa, 1986); Tánger (Santiago, 1990); Tangier (Ottawa, 1997); A vuelo de pájaro (Ottawa, 1998); Vitral con pájaros (Ottawa; 2002) Reflexión hacia el sur (Saskatoon, 2004) y Cronipoemas (Ottawa, 2010) En prosa, la novela De chácharas y largavistas, (Ottawa, 1993). Es autor de la antología Northern Cronopios, antología de narradores chilenos en Canadá, Canadá, 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, España y Polonia. En 2000 ganó el concurso de nouvelle de www.escritores.cl con El diario de Pancracio Fernández. Ha sido antologado por ejemplo en Cien microcuentos chilenos, de Juan Armando Epple; Latinocanadá, Hugo Hazelton; Poéticas de Chile. Chilean Poets. Gonzalo Contreras; The Changuing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, de Sandra E.Aravena de Herron. Es uno de los editores de Split/Quotation – La cita trunca.